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Pablo Neruda

100 Sonetos de Amor

Soneto I

Matilde, nombre de planta o piedra o vino,

de lo que nace de la tierra y dura,

palabra en cuyo crecimiento amanece,

en cuyo estío estalla la luz de los limones.

En ese nombre corren navíos de madera

rodeados por enjambres de fuego azul marino,

y esas letras son el agua de un río

que desemboca en mi corazón calcinado.

Oh nombre descubierto bajo una enredadera

como la puerta de un túnel desconocido

que comunica con la fragancia del mundo!

Oh invádeme con tu boca abrasadora,

indágame, si quieres, con tus ojos nocturnos,

pero en tu nombre déjame navegar y dormir.

Soneto II

Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso,

qué soledad errante hasta tu compañía!

Siguen los trenes solos rodando con la lluvia.

En Taltal no amanece aún la primavera.

Pero tú y yo, amor mío, estamos juntos,

juntos desde la ropa a las raíces,

juntos de otoño, de agua, de caderas,

hasta ser sólo tú, sólo yo juntos.

Pensar que costó tantas piedras que lleva el río,

la desembocadura del agua de Boroa,

pensar que separados por trenes y naciones

tú y yo teníamos que simplemente amarnos,

con todos confundidos, con hombres y mujeres,

con la tierra que implanta y educa los claveles.

Soneto III

Aspero amor, violeta coronada de espinas,

matorral entre tantas pasiones erizado,

lanza de los dolores, corola de la cólera,

por qué caminos y cómo te dirigiste a mi alma?

Por qué precipitaste tu fuego doloroso,

de pronto, entre las hojas frías de mi camino?

Quién te enseñó los pasos que hasta mí te llevaron?

Qué flor, qué piedra, qué humo mostraron mi morada?

Lo cierto es que tembló la noche pavorosa,

el alba llenó todas las copas con su vino

y el sol estableció su presencia celeste,

mientras que el cruel amor me cercaba sin tregua

hasta que lacerándome con espadas y espinas

abrió en mi corazón un camino quemante.

Soneto IV

Recordarás aquella quebrada caprichosa

a donde los aromas palpitantes treparon,

de cuando en cuando un pájaro vestido

con agua y lentitud: traje de invierno.

Recordarás los dones de la tierra:

irascible fragancia, barro de oro,

hierbas del matorral, locas raíces,

sortílegas espinas como espadas.

Recordarás el ramo que trajiste,

ramo de sombra y agua con silencio,

ramo como una piedra con espuma.

Y aquella vez fue como nunca y siempre:

vamos allí donde no espera nada

y hallamos todo lo que está esperando.

Soneto V

No te toque la noche ni el aire ni la aurora,

sólo la tierra, la virtud de los racimos,

las manzanas que crecen oyendo el agua pura,

el barro y las resinas de tu país fragante.

Desde Quinchamalí donde hicieron tus ojos

hasta tus pies creados para mí en la Frontera

eres la greda oscura que conozco:

en tus caderas toco de nuevo todo el trigo.

Tal vez tú no sabías, araucana,

que cuando antes de amarte me olvidé de tus besos

mi corazón quedó recordando tu boca

y fui como un herido por las calles

hasta que comprendí que había encontrado,

amor, mi territorio de besos y volcanes.

Soneto VI

En los bosques, perdido, corté una rama oscura

y a los labios, sediento, levanté su susurro:

era tal vez la voz de la lluvia llorando,

una campana rota o un corazón cortado.

Algo que desde tan lejos me parecía

oculto gravemente, cubierto por la tierra,

un grito ensordecido por inmensos otoños,

por la entreabierta y húmeda tiniebla de las hojas.

Pero allí, despertando de los sueños del bosque,

la rama de avellano cantó bajo mi boca

y su errabundo olor trepó por mi criterio

como si me buscaran de pronto las raíces

que abandoné, la tierra perdida con mi infancia,

y me detuve herido por el aroma errante.

Soneto VII

"Vendrás conmigo" dije -sin que nadie supiera

dónde y cómo latía mi estado doloroso,

y para mí no había clavel ni barcarola,

nada sino una herida por el amor abierta.

Repetí: ven conmigo, como si me muriera,

y nadie vio en mi boca la luna que sangraba,

nadie vio aquella sangre que subía al silencio.

Oh amor ahora olvidemos la estrella con espinas!

Por eso cuando oí que tu voz repetía

"Vendrás conmigo" -fue como si desataras

dolor, amor, la furia del vino encarcelado

que desde su bodega sumergida subiera

y otra vez en mi boca sentí un sabor de llama,

de sangre y de claveles, de piedra y quemadura.

Soneto VIII

Si no fuera porque tus ojos tienen color de luna,

de día con arcilla, con trabajo, con fuego,

y aprisionada tienes la agilidad del aire,

si no fuera porque eres una semana de ámbar,

si no fuera porque eres el momento amarillo

en que el otoño sube por las enredaderas

y eres aún el pan que la luna fragante

elabora paseando su harina por el cielo,

oh, bienamada, yo no te amaría!

En tu abrazo yo abrazo lo que existe,

la arena, el tiempo, el árbol de la lluvia,

y todo vive para que yo viva:

sin ir tan lejos puedo verlo todo:

veo en tu vida todo lo viviente.

Soneto IX

Al golpe de la ola contra la piedra indócil

la claridad estalla y establece su rosa

y el círculo del mar se reduce a un racimo,

a una sola gota de sal azul que cae.

Oh radiante magnolia desatada en la espuma,

magnética viajera cuya muerte florece

y eternamente vuelve a ser y a no ser nada:

sal rota, deslumbrante movimiento marino.

Juntos tú y yo, amor mío, sellamos el silencio,

mientras destruye el mar sus constantes estatuas

y derrumba sus torres de arrebato y blancura,

porque en la trama de estos tejidos invisibles

del agua desbocada, de la incesante arena,

sostenemos la única y acosada ternura.

Soneto X

Suave es la bella como si música y madera,

ágata, telas, trigo, duraznos transparentes,

hubieran erigido la fugitiva estatua.

Hacia la ola dirige su contraria frescura.

El mar moja bruñidos pies copiados

a la forma recién trabajada en la arena

y es ahora su fuego femenino de rosa

una sola burbuja que el sol y el mar combaten.

Ay, que nada te toque sino la sal del frío!

Que ni el amor destruya la primavera intacta.

Hermosa, reverbero de la indeleble espuma,

deja que tus caderas impongan en el agua

una medida nueva de cisne o de nenúfar

y navegue tu estatua por el cristal eterno.

Soneto XI

Suave es la bella como si música y madera,

ágata, telas, trigo, duraznos transparentes,

hubieran erigido la fugitiva estatua.

Hacia la ola dirige su contraria frescura.

El mar moja bruñidos pies copiados

a la forma recién trabajada en la arena

y es ahora su fuego femenino de rosa

una sola burbuja que el sol y el mar combaten.

Ay, que nada te toque sino la sal del frío!

Que ni el amor destruya la primavera intacta.

Hermosa, reverbero de la indeleble espuma,

deja que tus caderas impongan en el agua