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una medida nueva de cisne o de nenúfar

y navegue tu estatua por el cristal eterno.

Soneto XII

Plena mujer, manzana carnal, luna caliente,

espeso aroma de algas, lodo y luz machacados,

qué oscura claridad se abre entre tus columnas?

Qué antigua noche el hombre toca con sus sentidos?

Ay, amar es un viaje con agua y con estrellas,

con aire ahogado y bruscas tempestades de harina:

amar es un combate de relámpagos

y dos cuerpos por una sola miel derrotados.

Beso a beso recorro tu pequeño infinito,

tus márgenes, tus ríos, tus pueblos diminutos,

y el fuego genital transformado en delicia

corre por los delgados caminos de la sangre

hasta precipitarse como un clavel nocturno,

hasta ser y no ser sino un rayo en la sombra.

Soneto XIII

La luz que de tus pies sube a tu cabellera,

la turgencia que envuelve tu forma delicada,

no es de nácar marino, nunca de plata fría:

eres de pan, de pan amado por el fuego.

La harina levantó su granero contigo

y creció incrementada por la edad venturosa,

cuando los cereales duplicaron tu pecho

mi amor era el carbón trabajando en la tierra.

Oh, pan tu frente, pan tus piernas, pan tu boca,

pan que devoro y nace con luz cada mañana,

bienamada, bandera de las panaderías,

una lección de sangre te dio el fuego,

de la harina aprendiste a ser sagrada,

y del pan el idioma y el aroma.

Soneto XIV

Me falta tiempo para celebrar tus cabellos.

Uno por uno debo contarlos y alabarlos:

otros amantes quieren vivir con ciertos ojos,

yo sólo quiero ser tu peluquero.

En Italia te bautizaron Medusa

por la encrespada y alta luz de tu cabellera.

Yo te llamo chascona mía y enmarañada:

mi corazón conoce las puertas de tu pelo.

Cuando tú te extravíes en tus propios cabellos,

no me olvides, acuérdate que te amo,

no me dejes perdido ir sin tu cabellera

por el mundo sombrío de todos los caminos

que sólo tiene sombra, transitorios dolores,

hasta que el sol sube a la torre de tu pelo.

Soneto XV

Desde hace mucho tiempo la tierra te conoce:

eres compacta como el pan o la madera,

eres cuerpo, racimo de segura substancia,

tienes peso de acacia, de legumbre dorada.

Sé que existes no sólo porque tus ojos vuelan

y dan luz a las cosas como ventana abierta,

sino porque de barro te hicieron y cocieron

en Chillán, en un horno de adobe estupefacto.

Los seres se derraman como aire o agua o frío

y vagos son, se borran al contacto del tiempo,

como si antes de muertos fueran desmenuzados.

Tú caerás conmigo como piedra en la tumba

y así por nuestro amor que no fue consumido

continuará viviendo con nosotros la tierra.

Soneto XVI

Amo el trozo de tierra que tú eres,

porque de las praderas planetarias

otra estrella no tengo. Tú repites

la multiplicación del universo.

Tus anchos ojos son la luz que tengo

de las constelaciones derrotadas,

tu piel palpita como los caminos

que recorre en la lluvia el meteoro.

De tanta luna fueron para mí tus caderas,

de todo el sol tu boca profunda y su delicia,

de tanta luz ardiente como miel en la sombra

tu corazón quemado por largos rayos rojos,

y así recorro el fuego de tu forma besándote,

pequeña y planetaria, paloma y geografía.

Soneto XVII

No te amo como si fueras rosa de sal, topacio

o flecha de claveles que propagan el fuego:

te amo como se aman ciertas cosas oscuras,

secretamente, entre la sombra y el alma.

Te amo como la planta que no florece y lleva

dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,

y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo

el apretado aroma que ascendió de la tierra.

Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,

te amo directamente sin problemas ni orgullo:

así te amo porque no sé amar de otra manera,

sino así de este modo en que no soy ni eres,

tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,

tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.

Soneto XVIII

Por las montañas vas como viene la brisa

o la corriente brusca que baja de la nieve

o bien tu cabellera palpitante confirma

los altos ornamentos del sol en la espesura.

Toda la luz del Cáucaso cae sobre tu cuerpo

como en una pequeña vasija interminable

en que el agua se cambia de vestido y de canto

a cada movimiento transparente del río.

Por los montes el viejo camino de guerreros

y abajo enfurecida brilla como una espada

el agua entre murallas de manos minerales,

hasta que tú recibes de los bosques de pronto

el ramo o el relámpago de unas flores azules

y la insólita flecha de un aroma salvaje.

Soneto XIX

Mientras la magna espuma de Isla Negra,

la sal azul, el sol en las olas te mojan,

yo miro los trabajos de la avispa

empeñada en la miel de su universo.

Va y viene equilibrando su recto y rubio vuelo

como si deslizara de un alambre invisible

la elegancia del baile, la sed de su cintura,

y los asesinatos del aguijón maligno.

De petróleo y naranja es su arco iris,

busca como un avión entre la hierba,

con un rumor de espiga vuela, desaparece,

mientras que tú sales del mar, desnuda,

y regresas al mundo llena de sal y sol,

reverberante estatua y espada de la arena.

Soneto XX

Mi fea, eres una castaña despeinada,

mi bella, eres hermosa como el viento,

mi fea, de tu boca se pueden hacer dos,

mi bella, son tus besos frescos como sandías.

Mi fea, dónde están escondidos tus senos?

Son mínimos como dos copas de trigo.

Me gustaría verte dos lunas en el pecho:

las gigantescas torres de tu soberanía.

Mi fea, el mar no tiene tus uñas en su tienda,

mi bella, flor a flor, estrella por estrella,

ola por ola, amor, he contado tu cuerpo:

mi fea, te amo por tu cintura de oro,

mi bella, te amo por una arruga en tu frente,

amor, te amo por clara y por oscura.

Soneto XXI

Oh que todo el amor propague en mí su boca,

que no sufra un momento más sin primavera,

yo no vendí sino mis manos al dolor,

ahora, bienamada, déjame con tus besos.

Cubre la luz del mes abierto con tu aroma,

cierra las puertas con tu cabellera,

y en cuanto a mí no olvides que si despierto y lloro

es porque en sueños sólo soy un niño perdido

que busca entre las hojas de la noche tus manos,

el contacto del trigo que tú me comunicas,

un rapto centelleante de sombra y energía.

Oh, bienamada, y nada más que sombra

por donde me acompañes en tus sueños

y me digas la hora de la luz.

Soneto XXII

Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,

sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,

en regiones contrarias, en un mediodía quemante:

eras sólo el aroma de los cereales que amo.

Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa

en Angol, a la luz de la luna de Junio,

o eras tú la cintura de aquella guitarra

que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.

Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.