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– Julio, Rosa, Julio.

En unos minutos llegaron a la cafetería Boccaccio de la calle de Platería y encontraron una mesa pequeña libre, en un rincón. Era un lugar del que se decía que tenía estilo y siempre se hallaba abarrotado.

– Dos cafés con leche y magdalenas, por favor -pidió al camarero.

– ¿Por qué piensa que la mataron? -dijo ella de repente, con lo que lo sorprendió.

– ¿Cómo?

– A la prostituta, la amiga del Lolo.

– ¿No era Manuel? -dijo él con retintín, haciendo como que le reñía.

Rosa sonrió como si hubiera cometido una travesura.

Alsina pensó en sincerarse con ella y decirle que sospechaba que había sido detenida, torturada y violada, pero de inmediato desechó la idea. Aquella mujer era falangista.

– Es sólo una corazonada -mintió-. Suelo fiarme de ellas.

El camarero trajo lo que había pedido.

Al tiempo que añadía dos terrones al café, ella dijo:

– ¿Cuánto hace que su mujer…?

– ¿Qué me dejó? Tres años. Se fugó con un compañero de comisaría.

– Vaya, lo siento.

– No lo sienta, Rosa. Salí ganando.

– Ya, pero la gente murmura.

– Sí, es lo que tiene ser un cornudo -murmuró sonriendo con amargura-. Pero lo que no mata engorda.

Entonces la miró y advirtió por primera vez que tras aquellas gafas se escondían unos ojos de color miel. El local estaba atestado y comprobó que al fondo había varias caras que le resultaban familiares. Uno de sus administrativos, Daniel Yuste, tomaba café con su mujer y unos amigos. Parecían cuchichear.

– ¿Y ha pensado qué va a hacer al respecto?

– ¿Respecto a qué? Usted lo ha dicho, es para toda la vida.

– Ella se fue, eso es abandono del hogar, podría usted pedir la anulación, rehacer su vida.

– Me sorprende, Rosa.

– ¿Cómo?

– Sí, pensaba que diría que el matrimonio es para toda la vida. Ya sabe, como antes.

– Sí, sí, y lo es, lo es. Y de hecho debería usted haber ido por ella, recuperarla. Es su esposa, tiene derechos sobre ella.

El policía sonrió para decir:

– ¿Y darle una paliza al otro? ¿Matarla, quizá? La ley me protege, es mía.

Rosa Gil no pudo evitar una sonrisa:

– Así, como usted lo dice, suena hasta ridículo.

– El tipo con quien se fugó era un animal, me mataría él a mí sin despeinarse; además, Adela era una golfa; «a enemigo que huye…

– … puente de plata».

– Exacto. Aunque, debo confesar que eso de la anulación ni se me había ocurrido.

– Si, como usted dice, ella es una…

– Una golfa, Rosa, puede decirlo abiertamente. Todo el mundo lo sabía. Desde el primer día.

– Pues eso, podría usted pedir la nulidad eclesiástica.

– ¿Y qué más da? Me hundió y ni me di cuenta de lo que me estaba pasando.

Rosa lo miró a los ojos.

– Sí, he oído su historia.

Alsina sonrió de nuevo con amargura, y repuso:

– Ya, me sé la película: el policía cornudo, el hombre sin agallas…

– Pues no parece usted como dicen -dijo Rosa, en un claro intento de animarlo.

– ¿Y qué ha oído por ahí?

– Dicen que perdió usted a su mujer y que lo relegaron en su trabajo, que bebe demasiado…

– Claro -musitó Alsina mojando una magdalena en el café con leche-. ¿Sabe?, no se lo he dicho a nadie, aunque ahora mismo caigo en la cuenta de que tampoco tengo a quién hacerlo, pero llevo varios días sin beber. Increíble, ¿no?

Ella sonrió de nuevo:

– Enhorabuena, Julio. ¿Y eso? ¿A qué se debe?

– Hoy hace una semana. Desde el suicidio de la chica.

Rosa quedó pensativa por un instante, Había apurado su café.

– Esta noche es Nochevieja. Debo irme, he de ayudar con la cena. Gracias por la invitación.

– No hay de qué, Rosa, gracias a usted -contestó tomándola por el brazo mientras hacía una seña al camarero para que le diese la cuenta.

El Lolo

La guardia de aquella noche fue tranquila. No bebió ni un trago, sólo café con leche de un termo que le había preparado su patrona. Por primera vez en mucho tiempo disfrutó leyendo una novela de amor que le había prestado la criada de la pensión, Inés. Era un pequeño relato de Corín Tellado, titulado ¿Quieres ser mi mujer? Le sorprendió que aquella joven medio lela fuera aficionada a la lectura. Él, por su parte, no dedicaba mucho tiempo a hacerlo, aunque, quizá debido al aburrimiento de aquella eterna guardia, en seguida se metió de lleno en la historia, hasta que le dio sueño y comenzó a cabecear. Soñó con Rosa Gil, con que ella se soltaba el pelo, largo, moreno, y él le hacía el amor. Sus pechos eran pequeños, como limones, pero su trasero, generoso, prieto y duro como la piedra. Gemía, excitándolo como no había podido imaginar.

Despertó a las seis, algo turbado por aquel sueño, y se tomó un par de cafés. Aprovechó para adelantar un poco el papeleo pendiente y, tras peinarse, aguardó el relevo. Echó un vistazo al periódico del día anterior para matar el tiempo y concluyó que la guardia se le había dado bien, sobre todo comparándola con la de Nochebuena. Cayó en la cuenta de que hacía casi siete días que no bebía; una semana había pasado desde lo de Ivonne, y parecía una vida.

Una guardia tranquila, como debía haber sido la anterior. Luego, al día siguiente, supo que, aprovechando la Nochevieja, los cacos habían robado dos coches en la ciudad, pero aquello era otra historia. Salió en el periódico. Cualquier nimiedad era noticia en una ciudad tan pequeña.

De camino a la pensión compró chocolate y churros para su patrona y los demás inquilinos, tras cruzarse con algunos jóvenes trajeados, que volvían de aquella noche de fiesta. Ya en su cuarto, con el estómago lleno y contento por las celebraciones que le había hecho doña Salustiana por la sorpresa que les había llevado, se quedó mirando al techo mientras pensaba en Ivonne, la prostituta muerta. La habían violado y apaleado. Suponía que había estado detenida, porque sus muñecas tenían marcas de esposas. Tenía que corroborarlo, y sabía cómo. Luego vería.

Pensó que quizá tendría que dejar el caso. No le interesaba enfrentarse con aquellos animales de la Político Social.

Pensó en Rosa Gil. Tenía algo. Quizá fuera porque la conocía, pero le empezó a caer bien. No es que fuera guapa, no, pero había algo en su forma de hablar, en sus gestos y en su voz que le agradaba. ¿Qué diablos hacía pensando en aquella solterona? Su mente iba y venía de una mujer a otra, la muerta y Rosa Gil; ¿por qué? Desde que aquellas dos mujeres entraran en su vida se sentía distinto. Raro.