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Aún se despertaba, a veces, con un sabor pastoso en el paladar, dulzón, como si hubiera bebido Licor 43, bañado en sudor, como si su cuerpo secretara los humores que había acumulado del alcohol con que se había envenenado durante tantos y tantos años. Era desagradable y muy extraño. Sudaba alcohol, como si se purgase.

Se vio a sí mismo, por un instante, como una especie de moderna versión de Lázaro, vuelto a la vida tras años de permanencia en medio de la nada, de una nube espesa y con el aroma del licor. Un Lázaro resucitado, sí, sacado de la muerte en vida por Ivonne.

Ivonne.

Entonces pensó en el sueño en el que Rosa Gil cabalgaba sobre él gimiendo. Se sintió excitado y por fin se durmió con una sonrisa bobalicona en los labios.

Pasó casi todo el día de Año Nuevo durmiendo. Sólo salió de su cuarto para cenar y escuchar la radio con doña Salustiana y los otros huéspedes. Se acostó pronto, dando por terminado un día que no solía gustarle, quizá el más triste del año, frío, desangelado y solitario. Un día en que un vistazo a las calles hacía pensar que la humanidad se había extinguido con una de esas bombas atómicas que tenían los rusos y los americanos.

Al día siguiente, jueves, su amigo Joaquín Ruiz Funes se dejó caer por comisaría. Entró entre vítores, pues era recordado con cariño, y, además, el dinero atrae a la gente como la mierda a las moscas, y todos sabían que Joaquín era un tipo rumboso. Llevaba un traje azul marino, sin abrigo, con raya diplomática y un sombrero que le daban un cierto aire de mafioso norteamericano. Lucía gemelos, pañuelo en el bolsillo de la chaqueta y una hermosa corbata de seda. Cuidaba hasta el más mínimo complemento de su indumentaria con la minuciosidad de un dandi.

Quería invitarle a desayunar. Salieron a la plaza de Santo Domingo y caminaron entre las palomas. Hacía un día primaveral. Fueron junto a la Universidad, al bar Higueras.

Sentados delante de sendos cafés, el antiguo policía dijo:

– Alsina, tengo un trabajo para ti.

– ¿Cómo?

– Un trabajo, ya sabes, dinero, mercancías, empleo… Esas cosas. La vida real.

– No entiendo.

– Sí, coño. Me he hecho con las representaciones para Levante de una casa magnífica, americana, la ITT.

– Ah.

– Y necesito gente. He pensado en ti para Murcia.

– Pero ¿para qué?

– Para vender, Julio, para vender.

– ¿Vender? Vender, ¿qué?

– Televisores.

– ¿Televisores?

– Sí, joder, televisores. Necesito un representante. Te triplico el sueldo. Va a ser un bombazo. Es el electrodoméstico del futuro. Todas las casas tendrán uno.

– ¿Todas las casas un televisor? No digas tonterías, Joaquín -replicó Alsina escéptico.

– Que sí, que sí. En América todas las familias tienen uno, ¡o dos! Uno en el salón y otro en la cocina.

El detective miró a su amigo sonriendo.

– Decididamente, te has vuelto loco, Joaquín. Un televisor en la cocina…

– Piensa en el sueldo, más las comisiones. Es un buen trabajo, tendrás dietas, las paga la compañía.

– ¿Y el coche? No tengo.

– Te ayudan con las letras en no sé qué porcentaje. Además, te adelantan el dinero y lo vas pagando poco a poco. Sólo con el kilometraje, lo amortizas en un año. Es con lo que más se gana.

– ¿Un coche, yo?

– Pues claro, Alsina, son americanos. Gente moderna. No tienes futuro en la policía. No sigas consumiéndote ahí.

– Estoy con un caso.

Ahora el sorprendido fue Ruiz Funes:

– ¿Cómo?

– Sí, con un caso. Ya no bebo.

– ¿Ves? ¡Excelente noticia! Mejor. Ya no bebes; pues, hala, a ganar dinero. ¿No viste el periódico de ayer? Dos firmas comerciales de prestigio planean instalarse en Murcia, en la avenida José Antonio; ya sabes, grandes almacenes. Lo sé de buena tinta y tengo apalabradas las ventas, que serán tuyas.

Alsina se quedó mirándolo con una sonrisa en los labios.

– Eres un gran tipo, Joaquín. Te lo agradezco.

– Prométeme que lo pensarás.

Hubo un silencio y el policía sacó una cajetilla de Celtas del bolsillo de la chaqueta.

– ¿Cómo fumas esa mierda? ¿Quieres un Winston? -le reprochó Joaquín.

– No -rechazó-. Pero te prometo que lo pensaré.

– ¿Y qué tontería es ésa de que investigas un caso? ¿No ves que no te consideran?

– Una prostituta se suicidó durante mi guardia de Nochebuena.

– Sí, lo vi en el periódico. ¿Una prostituta, dices?

– Sí, y de las caras. Ella y una amiga que se hospedaban en el hotel Victoria se fueron un par de días antes, pero, ojo, dejaron las maletas.

– Iban a algún encargo.

– Exacto. No sé dónde fueron, pero las contrataron para una fiestecita. Después no se les volvió a ver el pelo, pero sé que una de ellas se suicidó y la otra no ha vuelto. Busco a un marica, el Lolo, era amigo de las dos y puede saber quién las contrató.

– No es que me importe mucho, la verdad, pero… ¿por qué das tanta importancia a un suicidio?

– Creo que la tiraron.

– ¿Cómo?

– Armiñana hizo la autopsia. La habían violado y apaleado. Tenía marcas de esposas.

– Una buena sesión de sexo, hay gente rara, ¿y qué?

– Creo que estuvo detenida. Hay un registro falso, corregido con tinta correctora, blanca, del día en que se suicidó. Y la papela rosa correspondiente ha desaparecido.

– Vaya. El procedimiento habitual.

Ruiz Funes encendió un cigarro y pidió un coñac.

– ¿Te molesta que beba?

– En absoluto -contestó Alsina, comprobando que su amigo arqueaba las cejas como sorprendido. Sabía que en el fondo estaba poniendo a prueba su determinación de no beber. Tengo que averiguar si los de la Político Social se las llevaron a uno de los pisos francos, pero…

– No te atreves a preguntar, claro.

– Claro.

– Normal. Yo tampoco preguntaría. ¿Y por qué iban esos cabestros a estar tan interesados en una simple puta?

– Un botones del hotel me dijo que llevaban un diario.

– Joder!

– Y tenían clientes muy importantes.

– Veré qué puedo averiguar -ofreció. Ruiz Funes atizándose un buen trago-. Ahora, más que nunca, te conviene lo de la ITT.