– Pero ¿por qué iban a falsificar las pruebas para cargarle el muerto a un don nadie?
– ¿Por qué simularon el suicidio de una prostituta? Te lo diré: para proteger a alguien importante.
– Y piensas en don Raúl.
– En efecto.
– Pues a mí no me cuadra, y ahora te diré por qué: recuerda que hay, además, cuatro personas más desaparecidas.
– Exacto. ¿Qué has averiguado?
– ¿Puedes poner la calefacción? Tengo frío -pidió la joven.
Julio arrancó el motor e hizo lo que ella le pedía.
– Ayer pasé por la Delegación Provincial de Falange -comenzó Rosa-. El tesorero es muy amigo mío y estuvimos charlando, ya sabes, de la vida, de esto y de lo otro… Le pregunté por don Raúl y me dio toda la información: don Raúl Consuegra y Salgado fue seminarista de joven, aunque no llegó a profesar. Era un joven religioso y el Alzamiento le pilló en Barcelona.
– Zona roja.
– En efecto, por lo que fue detenido por ir a misa. Estuvo en un campo de concentración, donde acumuló un enorme resentimiento hacia sus captores. Al cabo de un año, un pariente lejano habló por él y salió. Logró pasarse a los nacionales por Madrid. Salió alférez provisional al poco tiempo y se distinguió en combate. Al parecer era un tipo sanguinario, muy resentido con el enemigo, y mereció varias condecoraciones que le hicieron caer en gracia al mismísimo Caudillo. Acabó la guerra con el grado de comandante en el Estado Mayor de Franco, y durante años gozó de buena posición e influencia. Hace cosa de diez años, cansado, se retiró a la finca que tenía en La Ter cia, herencia de su madre, no sin antes haberse hecho inmensamente rico jugando bien sus cartas, ya que era un tipo influyente. Es hombre que tiene buenos contactos con los tecnócratas.
– ¿Es del Opus?
– No, pero se lleva bien con ellos y con nosotros.
– ¿Vosotros?
– La Asociación Católica Nacional de Propagandistas.
– Ya, lo olvidaba, perdona.
– Mira, Julio, para la gente de la calle, el Movimiento es uniforme, sólo uno. Franco ha procurado que se desarrollara en la gente el instinto, la costumbre quizá, de no meterse en política, pero bajo la mesa hay tendencias, familias, y la gente juega sus opciones.
– No te sigo mucho, la verdad, los últimos años aparecen para mí como una extraña nebulosa de Licor 43.
Lo miró con infinita paciencia y trató de explicarle:
– Mira, ahora mismo, por debajo de Franco, que todo lo controla, existen al menos tres tendencias fundamentales que él utiliza lanzando a unas contra otras para que luchen y se desgasten pero sin dejar que la sangre llegue al río.
– Divide y vencerás.
– Exacto. El Caudillo fue siempre un hombre listo, no olvides que supo imponerse a otros más brillantes e. inteligentes que él. Desde el Plan de Estabilización es un hecho que los tecnócratas del Opus han sabido llevar a cabo el milagro económico: el año pasado llegamos a diecinueve millones de turistas y las cosas han mejorado mucho. Esto no ha agradado a los del búnker.
– ¿«Los del búnker»? -repitió sin saber de qué le hablaba.
– Sí, un reducto dentro de Falange, digamos que el sector duro, está representado por el diario El Alcázar y aúna a auténticos camisas viejas con algunos nuevos cachorros. Sabes que muchos en Falange piensan que Franco se adueñó del legado joseantoniano, e incluso insinúan que le vino muy bien que el fundador fuera fusilado en Alicante. Hay además quien llega más allá y afirma que el Caudillo no hizo todo lo posible por salvarlo, y que bien podía haberlo canjeado por otros presos republicanos de renombre que estaban en su poder.
– Sí, eso se dice en la calle.
– Bien. Los del búnker están bien representados en esta región: el gobernador civil, don Faustino Aguinaga, es uno de ellos, es miembro del Consejo Nacional del Movimiento, y tu comisario, Jerónimo Gambín, también. Son inmovilistas y no les agrada la apertura económica de los últimos años; son partidarios de la autarquía, y los buenos resultados obtenidos por el Opus los tiene en pie de guerra. Don Raúl está ligado a los otros dos sectores, los tecnócratas y los católicos más moderados, como yo, que somos la tercera tendencia, por eso no me encaja que en caso de que fuera un asesino, la Político Social de aquí, que viene a ser una extensión del brazo del Gobernador, le salvara la papeleta.
– Ya. ¿Y ese americano, míster Thomas? Bien podría ser él.
– Lo mismo. Las relaciones con los americanos han mejorado mucho, mira si no lo de las bases militares, pero los del búnker son profundamente antiamericanos, no me los imagino limpiando la suciedad de un yanqui aquí en España, la verdad.
Alsina quedó pensativo. Aquella disertación de Rosa le desbarataba la única teoría que se había atrevido a esbozar.
De pronto ella dijo:
– ¡Cuidado! -y se agachó, lanzándose sobre su regazo.
Tres muchachas pasaron por el camino, cerca de ellos. Iban riéndose.
Pasaron unos segundos hasta que las voces se fueron perdiendo en el infinito.
– Son chicas que están haciendo el Servicio Social con nosotras -explicó Rosa incorporándose en cuanto hubieron pasado-. Si me vieran aquí…
– ¿Sí?
– Que las he instruido sobre cómo portarse virtuosamente y me costaría caro que me encontraran de esta forma, dentro de un coche, en lugar apartado y con un hombre. He sido dura con ellas, lo único que tiene una joven es su virtud, me veo obligada a hacérselo aprender como sea y ahora… ¡mírame!, ¡aquí!, contigo, ¿qué estoy haciendo?
– Tranquila Rosa, tranquila.
– No debemos vernos más.
Silencio.
– Por cierto, te he traído una cosa -dijo ella tendiéndole una bolsa-. Supuse que nadie se habría acordado de ti por Reyes.
Quedó un poco aturdido, pero la falangista sacó en seguida un paquete de la bolsa envuelto en papel de regalo.
– Vaya, no tenías que…
Lo abrió con ansia, rompiendo el envoltorio. Era un estuche de aseo masculino de Varón Dandy; llevaba colonia, champú, jabón y loción para el afeitado.
– Gracias, Rosa, no me lo esperaba -aseguró tendiéndole otra bolsa-. Verás, yo también te había traído algo…
Se puso colorada. Sonrió. Abrió el regalo de Alsina, un single de Juan y Júnior que incluía dos temas, «Anduriña» y «Para verte reír».
– Es una tontería.
– Me gusta mucho -contestó ella-. Gracias.
Permanecieron en silencio, mirando al suelo y con sus respectivos regalos en el regazo.