Salieron de allí con el corazón encogido. Hacía frío y el viento soplaba con furia en aquellos páramos. Entonces, para terminar de desmoralizarles, justo cuando llegaban donde el coche, vieron al tonto del pueblo sentado en la parada de autobús en la plaza del Teleclub.
– Me llamo Alfonsito -dijo.
Ni le contestaron.
– Los ángeles blancos vendrán a por ti y a por ti -añadióel tonto señalándoles.
– ¿Cómo? -dijo Julio.
– Sí, son ángeles, pero se llevan a los que son malos, como vosotros. Yo los he visto y no me llevaron.
Subieron al coche. No estaban para más tonterías.
Jonás
Alsina dejó a Ruiz Funes en su casa de la Gran Vía y retornó a la pensión pasando por Verónicas. Aparcó en la calle de Ricardo de la Cierva y se apresuró caminando a paso vivo, pues estaba cansado y quería llegar cuanto antes a la pensión. Al entrar en el amplio portal percibió que había algo detrás de él, algo oculto en la semipenumbra que originaba el inmenso portón de madera que, a aquellas horas, aún estaba abierto. Siguió su camino girando a la derecha para atacar las escaleras y entonces los vio. En un rincón, la luz de la farola que entraba desde la calle iluminaba el rostro de Rubén, el vendedor de cupones ciego, como desencajado, con la boca abierta. Delante de él, en cuclillas, había una mujer que movía rítmicamente su cabeza hacia la altura del regazo del hombre, que emitía leves gemidos. Reconoció los calcetines blancos de Clarita. Alsina siguió su camino procurando no hacer ruido para encontrar la puerta de la pensión semiabierta y oír unos pasos que corrían delante de él.
Cuando llegó a la cocina, le pidió a doña Salustiana un vaso de leche.
Observó mientras tanto que los ojos de Inés, la criada, parecían llorosos mientras arrimaba una inmensa olla llena de agua al fuego.
– ¡Anda, anda! ¡Vete por las bolsas de agua caliente de los huéspedes! -ordenó la patrona.
Cuando la joven salió del cuarto, Julio preguntó:
– ¿Han discutido ustedes dos?
Doña Salustiana, sonriendo, repuso con aire paternaclass="underline"
– Ay, don Julio, no, no. Que esta cría no tiene cabeza. Ve unos pantalones y se pierde, y esa pequeña furcia que vive en el patio, la hija de doña Tomasa, es de armas tomar.
– Clarita.
– Ésa. Acabará mal. La madre ya fue «espabiladita», ¿sabe?
– ¿Cómo?
– Sí, ya sabe, era un poco fresca. Ahora cose, pero… ¿por qué cree usted que tiene un pasar?
– No la sigo, doña Salustiana.
– Sí, hombre, sí. Todo el mundo lo sabe, la madre de la fresca ésta fue nada menos que pajillera en el cine Rex.
Sintió que se ruborizaba.
– Y ganaba sus buenas perras, me lo contó mi marido que en paz descanse.
– Y lo dejó.
– Sí, tuvo una turinitis en un codo.
– Una tendinitis.
– Sí, eso que ha dicho usted. O sea que de casta le viene al galgo. Ahora, lo que es a mí, no ha nacido la tunanta que se atreva a quitarme el hombre.
– ¿Cómo? -exclamó el policía pensando en el actor, Eusebio.
– No, no -se apresuró a decir ella, viendo que había metido la pata-. Me refiero a cuando vivía mi marido. Que una ya está curada de espanto. Pero cuando vivía mi hombre…, si alguna pelandusca se hubiera interpuesto…, ¡no sé lo que hubiera hecho!
El policía tragó saliva recordando la escena que había presenciado en el patio, el actorucho entrando en casa del viajante de los pantalones Lois cuando éste se había ido.
– ¿Entonces, Rubén e Inés…? -preguntó para disimular.
– Sí, pero parece ser que ella ya se ha dado cuenta de que lo único que buscan los hombres es eso, un buen revolcón, y si te he visto no me acuerdo. Ya perdí dos buenos huéspedes por ella. Todos me la preñan. Hale, aquí tiene.
No se atrevió a preguntar qué había sido de aquellos supuestos retoños. Tomó el vaso de leche que le tendía la patrona y decidió irse a la cama.
Aquella noche durmió como un tronco y a la mañana siguiente desayunó con Rubén, el ciego, con el representante de mercería, don Damián, y con su patrona. La ciudad andaba revuelta porque aquella misma noche actuaba Salomé en el Romea, presentada nada menos que por Laura Valenzuela y Joaquín Prat. Doña Salustiana estaba emocionada, pues tenía una entrada para el evento. Julio salió con prisa, no sin antes ser interpelado por el ciego que le abordó en el pasillo y le pidió discreción absoluta sobre el incidente de la noche anterior.
– Pensé que había pasado inadvertido…
– Soy ciego, Alsina, no gilipollas -contestó el otro con toda la razón.
Rápidamente llegó a la calle y se dirigió hacia el bar El 42, donde había quedado con Joaquín. Éste le dio los catálogos de la ITT y comprobó con cierto alivio que no sólo vendería televisores, sino también transistores de distintos colores y tamaños. Pensó que aquel tipo de producto, más asequible, se colocaría mejor.
– Esta mañana me he despertado con una extraña sensación -dijo-. Eran las seis y había algo que no me dejaba dormir, ya sabes, esa sensación de que se te olvida algo. Me puse a ojear el sumario que me dejó Oñate y aclaré una cosa sobre el robo en casa de Sara López.
– Eso está claro, fue ese pirado, Honorato Honrubia. Se llevó la foto. Tendría una fijación con la ex novia.
– Pues no.
– ¿Cómo?
– Que doña Sara, la madre de Antonia, dejó la casa a eso de las once de la mañana. Todo estaba intacto, luego el robo tuvo que producirse durante el sepelio.
¿Y?
– Según consta en el sumario, Honorato Honrubia fue detenido esa misma mañana a las nueve en punto. Él no pudo cometer el robo.
– Joder.
Alsina sonrió a su amigo muy satisfecho.
– Entonces, Julio, ¿tú qué piensas?
– Creo que fue el americano.
– Salió hacia su tierra el día antes de la muerte de la chica, ¿recuerdas?
– Sí, sí. No sé, igual fue por encargo. Doña Sara dijo que el amigo, ese tal Richard, se quedó turbado cuando vio la fotografía. Apuesto lo que quieras a que Robert, el novio, está casado en su Indiana natal.
– Ya, la misma historia de siempre.
– Bueno, me voy a echar un vistazo a los catálogos y a aprenderme los precios. Haré lo que pueda, pero ya sabes que intentaré seguir con las pesquisas.
– Descuida, amigo, lo imaginaba; pero ya verás, esto se vende solo. Julio hizo amago de pagar, pero Joaquín negó con la cabeza:
– Ni se te ocurra, corre de mi cuenta: reunión de trabajo.