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– Sí, aquí en España las cosas funcionan así. A veces me recuerda a la Edad Media, el señor feudal que tiene derechos sobre sus siervos.

– La vida y la muerte de sus siervos, sí…

Míster Thomas sonrió.

– No siga con su juego, amigo. Se lo digo con cariño, parece usted un tipo válido. Creo que en Wilcox buscan gente así, como usted. Es usted español y necesitan gente que hable el idioma, para Sudamérica. Podría usted ganar mucho dinero.

– Y si rechazo esa amable oferta, pasará usted a amenazarme.

– No, no pasan esas cosas en la vida real. Esto no es una película de detectives, amigo. Simplemente le diré que si sigue usted por ese camino acabará mal, pero no es una amenaza, es una realidad y usted lo sabe. Está molestando a gente importante, por no hablar ya de los de la Brigada Político Social.

El policía sintió un escalofrío. Decidió recular.

– No tenía usted ni que molestarse, míster Thomas. Ayer mismo vi a don Raúl, y luego vino a verme el jefe de la Polí tico Social; a los dos les dije lo mismo que le digo ahora a usted: he comenzado una nueva vida como representante y me va bien. De hecho, el domingo salgo para Barcelona a hacer un cursillo. No me interesa este asunto, de veras.

– Parece usted sincero.

– Lo soy. No le quepa duda. Me tengo en alta estima y quiero vivir tranquilo, como usted.

– Hará bien entonces, joven. Me alegro de haber tenido este intercambio de impresiones. Me ha tranquilizado mucho, la verdad. Y ahora, mis hombres le llevarán de nuevo al pueblo. Si me disculpa, tengo que irme de inmediato, me esperan en Madrid esta misma tarde.

Después de estrecharle la mano solemnemente, míster Thomas salió del salón para dar paso a sus gorilas, que acompañaron al detective hasta su coche. Quedó mirando cómo los americanos se alejaban en su inmenso Cadillac como hipnotizado. Decidió volver a la pensión; aún llegaría a la hora de comer.

– Perdón, ¿es usted Alsina?

Se giró exasperado con la intención de enviar al infierno a quienquiera que fuera, y se encontró con un tipo menudo con gafitas redondas que vestía pantalón beis, una sahariana repleta de bolsillos, calzaba botas y se cubría con una gorra caqui como las de la Legión Extranjera. Llevaba una cámara de fotografía colgada del pecho.

– Dionisio Cercedilla, de la revista Lo Oculto.

– ¿Cómo?

– Sí, soy periodista. ¿Tendría un minuto? Le invito a un vermú con aceitunas ahí, en el Teleclub.

Un periodista. Lo que faltaba… Aquel asunto comenzaba a cansarle. Pensó con alivio en la semana que iba a pasar en Barcelona. Estaba asqueado, harto, pero una vez más y sin saber cómo, se vio acompañando a aquel menudo individuo al bar. Tomaron asiento en una mesa que quedaba en la penumbra junto a una esquina y de inmediato les trajeron dos vermús, unas aceitunas y una botella de sifón. Ni cayó en la cuenta de que aquella era una bebida alcohólica, y bebió un trago sin notar nada fuera de lo común. Estaba embelesado en la contemplación de aquel extraño especimen, un loco, sin duda. El tipo se quitó la gorra y dejó a las claras que era calvo como una bola de billar. Tenía un aspecto francamente ridículo.

– Usted dirá, don…

– Dionisio, Dionisio Cercedilla.

– Usted perdone, pero soy malo para los nombres.

– La gente del pueblo me dice que anda usted investigando el asunto de las desapariciones.

– No, lo he dejado -negó, mientras pensaba que aquella mentira se iba a terminar convirtiendo en verdad de tanto repetirla.

– Ah, ya. ¿Y qué ha averiguado?

– Poca cosa.

– ¿No ha oído hablar de las apariciones, de seres celestes, como ángeles? Soy parapsicólogo y ufólogo. Estoy preparando un artículo que va a ser la bomba. Estos infelices creen que hay algo de ultratumba tras los sucesos, que dicho sea de paso, no son moco de pavo, pero yo sé la verdad.

El policía se incorporó en su silla, vivamente interesado ante la afirmación de aquel tipo.

– ¿Y?

– Ovnis.

– ¿Cómo?

– Objetos voladores no identificados. Los extraterrestres se están llevando a la gente.

– Dionisio, hombre, no estoy para bromas.

– Voy a publicar un artículo al respecto. ¿Acaso no sabe usted que cuando la gente sencilla entra en contacto con extraterrestres suele inclinarse por lo religioso? Los identifican con ángeles, demonios o con tal o cual santo. ¿Qué cree usted que fue si no lo de Fátima? Las pastorcillas dijeron ver un ser de luz, ¡con una especie de corona que despedía rayos de luz!

– Como dice el Alfonsito.

– ¡Exacto! Una escafandra o un casco alienígena con luz incorporada, eso es lo que vio aquel imbécil. Mire… -añadió bajando el tono de voz-, me he colado varias noches en la finca y…

– Por amor de Dios, Dionisio, no vaya por allí, tenga cuidado. Recuerde a los cazadores desaparecidos.

El periodista seguía a lo suyo:

– … y he visto luces, destellos. La finca es inmensa y cuando he llegado al lugar de donde venían no he encontrado nada, pero he visto tierra quemada, y eso es lo que hacen las turbinas de las naves. He ido recogiendo datos, testimonios, y creo que aquí se está dando un auténtico fenómeno ovni, apariciones de extraterrestres. Es posible que se lleven a la gente para experimentar con ellos.

Aquel tío estaba como una verdadera cabra, se dijo Alsina.

El otro siguió hablando:

– ¿No se da cuenta de que aquí ha desaparecido más gente que en el Triángulo de las Bermudas? Usted y yo deberíamos trabajar juntos.

– Yo vendo televisores. Punto. No quiero saber más de este asunto y le ruego que tenga cuidado. No creo en asuntos de extraterrestres y me temo que a los cazadores se los cargaron por matar jabalíes que no eran suyos. Sea cauto y lárguese de aquí.

Dionisio Cercedilla le tendió una tarjeta al ver que se levantaba.

– Piénseselo -dijo.

– Lo haré.

Salió del bar. Quería volver a casa cuanto antes. El vermú le había abierto el apetito. Advirtió que no le había provocado ansias de beber. Buena señal.

Pasó la tarde leyendo en su cuarto. De vez en cuando paraba y miraba al techo, que, la verdad, evidenciaba unas preocupantes manchas de humedad. Fue al cuarto de doña Salustiana, pero la oyó llorar tras la puerta. ¿Sería por aquel actorucho? Decidió volver a la tranquilidad de su habitación y seguir con la lectura. Rosa Gil tenía que ir a Barcelona. ¿Existiría realmente el destino o aquello sólo era el fruto de la casualidad?

¿Por qué se sentía tan atraído por ella? Era una falangista, pertenecía a aquel Régimen que él y otros como él detestaban. Debía de ser una reaccionaria, una amargada solterona y quizá lo fuera. Ella le había dicho que llevaba años adoctrinando a las jóvenes sobre cómo ser una buena esposa, sobre la importancia de la castidad, la pureza y todos esos valores que el franquismo pretendía inculcar a las mujeres del Régimen. Quizá por ello no se atrevía a acercarse a Alsina, que, además, no podría darle un noviazgo formal, un matrimonio. No tenían futuro alguno. En caso de que iniciaran una relación, serían mal vistos por todo el mundo y sufrirían la repulsa de la sociedad. ¿Qué opciones tendrían? Ninguna. Odió a Adela por ello.