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Era obvio.

No.

Ella le quería.

Recordó Barcelona.

Además, ellos lo habían dicho. Se había pasado de lista. Pretendía ir a Francia con él. Eso habían dicho. Sí, le quería. Le. quería.

Rosa trabajaba para ellos.

Suspiró.

– Si os cuento lo que sé, ¿los soltaréis?

– ¿Al maricón? -preguntó Guarinós.

– A los dos.

Los tres se miraron y asintieron complacidos.

– Sí -aceptó Adolfo Guarinós.

– Veronique está viva.

Sonrieron. Esta vez no parecían tan divertidos.

– Lo sabemos. Ha volado. Dime algo nuevo. Sabemos que antes de irte dijiste que habías identificado al novio de Antonia García.

– No, no. Dije que creía saberlo. Pensé que era un tipo de la CIA, pero me equivoqué -mintió.

Guarinós lo miró con cara de pocos amigos:

– ¿Me tomas por tonto?

– La verdad, no.

– ¿Por qué coño te crees que están detenidos tu amigo y la putita? Por ti. Tuvimos la excusa perfecta con el asunto ése de los estudiantes llegados de Barcelona, los huidos.

– Ella es inocente. ¡Es falangista!

– Dame un par de horas y confesará ser comunista -afirmó Adolfo Guarinós sonriendo como una hiena.

– Si le tocas un pelo, te mato, hijo de puta -amenazó Alsina mirándole a los ojos.

– Un momento, un momento -terció el gobernador civil a la vez que se servía otra copa de coñac-. No nos pongamos nerviosos. Aquí todos podemos salir ganando. Mire, Alsina, usted se ha mostrado muy reservado con nosotros desde el principio y todo este malentendido podría aclararse con un poco de buena voluntad.

– ¿Qué quiere de mí?

– La cabeza de don Raúl. Tiene la finca llena de fiambres y podríamos agarrarlo por los huevos, es la forma de saber qué negocio se llevan esas ratas de sacristía con los americanos.

– No sé dónde los esconden.

– Me da igual lo que sepa o lo que crea saber. Tiene cuarenta y ocho horas, ni un minuto más. Si no me soluciona antes la papeleta, dejaré que Guarinós se haga cargo de los dos detenidos. Ya sabe, para interrogarlos.

Sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

– Bien -respondió muy serio sin levantar la vista del suelo-. Tendrá lo que quiere, pero si esa rata les toca un pelo, juro que le mato.

– Me parece razonable -dijo el comisario sonriendo.

– Pero ustedes no me facilitan toda la información, y así no podré resolver el rompecabezas. Por ejemplo, ¿qué les contó Ivonne? Estuvo detenida.

Los ojos de Adolfo Guarinós, inyectados en sangre, lo miraban como si fuera una presa.

– Deje ese asunto, ya se lo dije -apuntó el gobernador.

– ¿Qué les dijo?

– No sé de qué habla.

– Así no iremos a ninguna parte.

El gobernador lo miró con cara de pocos amigos y añadió:

– Eso que dice no es cierto. Esa joven nunca estuvo detenida, consulte usted los registros que quiera, pero suponiendo, que es mucho suponer, que lo hubiera estado, ¿de verdad cree usted que si hubiese dicho algo estaríamos aquí perdiendo el tiempo con un borracho como usted?

– Supondré entonces que no les dijo nada -resumió Alsina.

Entonces el gobernador civil lo miró con cara de malas pulgas y sentenció señalándole con el dedo:

– Cuarenta y ocho horas. Si no me lo resuelve antes, entregaré a sus amigos a Guarinós, y luego, de propina, a usted mismo. Así sabremos qué nos oculta.

El comisario y don Faustino Aguinaga se levantaron como indicando, que la reunión había terminado. Salió de allí a toda prisa y se quedó mirando el movimiento de las ramas del ficus centenario de la plaza de Santo Domingo. Había algo hipnótico en ello. Quizá era que se sentía fuera de la realidad, como en un sueño.

Comenzó a andar como si otro guiara sus pasos. De camino a la pensión tuvo tiempo de pensar en lo que había ocurrido. Se sentía traicionado por Joaquín: era comunista y se lo había ocultado, pero lo que de verdad le molestaba era sentirse utilizado como un muñeco. No le importaba que su amigo hubiera mantenido en secreto su filiación, eso era comprensible, era lógico que fuera muy discreto al respecto. Lo que le hacía sentirse como un tonto era que Ruiz Funes lo había enviado a dar un recado a Práxedes, el loco de las palomas, y le había hecho visitar a un posible espía del Partido en Barcelona. Le hizo correr un gran riesgo sin avisarle. La gestión con Juárez resultó útil, pero ahora sabía que Joaquín estaba interesado en el asunto de La Tercia por otro tipo de motivaciones. No le preocupaba que desaparecieran lugareños, no, ni el suicidio de Ivonne o el asesinato de Antonia García; sino qué podía sacar de aquello el Partido Comunista y qué información sensible podría pasar a Rusia.

No le agradaba aquello. Por otra parte, no le cabía duda de Joaquín; lo apreciaba de veras, le había ayudado, no sólo con el asunto de los televisores, sino también con el caso. Se sentía obligado a auxiliarle, a sacarlo de la cárcel. Sentía un gran aprecio por él pese a que lo hubiera utilizado. Ruiz Funes estaba en un grave apuro y él era la única persona que podía ayudarle.

Veronique no quiso hablar con él. Era la clave y había perdido cualquier posibilidad de contacto con ella. Se alegraba de que la joven se hubiera esfumado, pero no podía continuar la investigación sin su testimonio, le faltaban datos.

Los del búnker lo tenían bien amarrado. Tenía que hacer lo que ellos quisieran, y no le agradaban aquellos locos, malditos hijos de puta, que habían asesinado a Ivonne.

Tenían a Rosa. Ella le había traicionado. También.

En el fondo lo esperaba; o quizá no.

En su momento le extrañó que una joven falangista con mando se hubiera comportado con él de aquella manera, tan abierta, tan sincera. Esperaba que la chica fuera una solterona reaccionaria y amargada, y había hallado a alguien dulce, que se preocupaba por auxiliar a los demás. Una mujer que lo había ayudado a recuperar la seguridad en sí mismo y a la que, sin duda, amaba. Por eso le dolía más su traición.

O no.

Aquellos fascistas habían dicho que «se había "pasado de lista» y que «pensaba irse a París con él». Eso debía de significar algo. Quizá ella lo quería de veras.

Recordó Barcelona, la forma de hablar de Rosa, sus ojos.

La idea de escaparse a París había surgido de ella cuando lo vio herido en el brazo. Temía por él. Era evidente que la joven quería alejarse de allí con Julio, poner tierra de por medio y empezar una nueva vida. ¿O era todo parte de una treta para ganarse absolutamente su confianza?