Vino en un coche grande y lujoso acompañado por una dama muy guapa, su mujer, y por tres críos de quince, doce y ocho años. Los acompañaba otro hombre, muy elegante, que usaba un recargado bastón y a quien los críos llamaban tío Joaquín.
Juan de Dios supuso que eran inmigrantes españoles en Francia, porque entre ellos hablaban en castellano, pero se dirigían a los chiquillos en francés. Con todo, le pareció extraño que el patriarca de aquel clan tuviera pasaporte con nombre y apellidos franceses.
Lo vio cuando presentó su documentación para pagar con tarjeta de crédito en la floristería que había junto al cementerio. Aquello le pareció raro, porque el tipo parecía español, pero Juan de Dios no hizo preguntas.
Todo quedó muy bien y el encargo resultó del agrado del cliente. Sobre el nicho se colocó una hermosa lápida, carísima, que decía: «Montserrat Pau Tornell, Ivonne, fallecida el 24 de diciembre de 1968». En el centro de la recia placa de mármol había una fotografía antigua que el misterioso caballero había proporcionado: una joven hermosa, con falda gris y jersey oscuro de pico, sonreía a la cámara con un perrito de aguas en los brazos. Era realmente muy guapa.
Los operarios colocaron dos coronas de flores muy hermosas y el desconocido adelantó el dinero para que nunca faltaran claveles en aquella tumba.
Entonces rezó un Padrenuestro y todos le siguieron a coro.
Terminada esta sencilla ceremonia, la familia volvió al coche y el desconocido estrechó la mano del sepulturero a la vez que le entregaba cincuenta mil pesetas.
– ¡Vaya! -exclamó Juan de Dios-. ¡Gracias, señor!
El otro, antes de subir al coche que ya había puesto en marcha el hombre del bastón, dijo:
– Cuídese de que no falten flores, ¿eh?
– No tenga cuidado. ¿Era de la familia?
El desconocido lo miró sonriendo con amargura y contestó:
– Más que eso. Yo estaba muerto y ella me devolvió a la vida.
Entonces cerró la puerta y el coche se perdió en la oscuridad. El misterioso cliente miró hacia atrás de reojo y sonrió ante la confusión del sepulturero. Obviamente, aquel hombrecillo no sabía, como él, que sólo los imbéciles no tienen miedo y que no siempre se actúa heroicamente por estupidez, por un impulso irresistible, por luchar contra la injusticia o por salvar a alguien, no, sino que a veces son las circunstancias las que te empujan a hacerlo así.
Jer ó nimo Tristante
Jerónimo Tristante nace en Murcia en 1969, por tanto tiene 38 años. Se dedica a la docencia, es profesor de Biología -Geología de Enseñanza Secundaria. Poco a poco, su afición por la narrativa se ha ido convirtiendo en una profesión con la que disfruta creando novelas entretenidas, que atrapan al lector desde la primera a la última página en las que los diálogos fluyen, nadie es como parece y los finales son inesperados.
En 2001 publicó su primera novela, Crónica de Jufré (Editora Regional) en la que narra las aventuras de un joven de nuestros días que viaja en el tiempo a la España del siglo XIII. Posteriormente, en 2004, vio la luz El Rojo en el Azul (Inédita Editores), una novela de espías que cuenta la historia de un comunista, Javier Goyena, que se infiltra en la División Azul. En 2007, alcanzó el favor del gran público con El Misterio de la Casa Aranda (MAEVA), primera novela de una saga que recogerá las aventuras de Víctor Ros, un detective que por su carácter ha despertado la simpatía de los lectores que demandan más aventuras. Después vieron la luz "El Caso de la Viuda Negra"(MAEVA), la segunda de las aventuras del detective extremeño y "El Tesoro de los nazareos"(ROCA). Ha sido traducido al italiano, al francés y al polaco.