Decidió empezar por los locales, pero no tuvo fortuna. Sus llamadas a Tara Wood y Sam Weiss quedaron sin respuesta y le conectaron con contestadores automáticos. Dejó un mensaje para Wood, identificándose, dándole su número y mencionando que la llamada era en relación con Rebecca Verloren. Esperaba que mencionar el nombre de su amiga bastaría para intrigarla y obtener una respuesta. Con Weiss sólo dejó su nombre, pues no quiso avisarle de que la llamada era acerca de lo que podía ser una fuente de culpa para el hombre que indirectamente proporcionó el arma que mató a una chica de dieciséis años.
Después llamó al número de Grace Tanaka en Hayward y ésta le contestó al cabo de seis tonos. Desde el principio pareció enfadada por la llamada, como si hubiera interrumpido algo importante, pero sus modales y voz bronca se suavizaron en cuanto Bosch dijo que llamaba por Rebecca Verloren.
– Oh, Dios mío, ¿ha ocurrido algo? -preguntó.
– El departamento ha tomado un ávido interés en re investigar el caso -dijo Bosch-. Ha surgido un nombre nuevo. Es un individuo que pudo estar implicado en el crimen en mil novecientos ochenta y ocho, y estamos tratando de averiguar si encaja con Becky o con sus amigas de algún modo.
– ¿Cómo se llama? -preguntó Tanaka con rapidez.
– Roland Mackey. Era un par de años mayor que Becky. No fue a Hillside, pero vivía en Chatsworth. ¿El nombre significa algo para usted?
– La verdad es que no. No lo recuerdo. ¿Cómo estaba conectado? ¿Era el padre?
– ¿El padre?
– La policía dijo que estaba embarazada. O sea, que había estado embarazada.
– No, no sabemos si estaba relacionado de ese modo o no. ¿Así pues, no reconoce el nombre?
– No.
– Se hace llamar Ro.
– Tampoco.
– Y está diciendo que no sabía que ella estuvo embarazada, ¿no?
– No lo sabía. Ninguna de sus amigas lo sabíamos.
Bosch asintió con la cabeza, aunque sabía que su interlocutora no podía verlo. No dijo nada, esperando que pudiera sentirse incómoda con el silencio y aportara algo que pudiera resultar de valor.
– Hum, ¿tiene una foto de ese hombre? -preguntó ella finalmente.
No era lo que Bosch estaba buscando.
– Sí -dijo-. He de averiguar una forma de acercarme allí para que la vea, y ver si desencadena el recuerdo.
– ¿No puede escanearla y enviármela por mail?
Bosch sabía lo que le estaba pidiendo, y aunque él no sabía hacerlo suponía que Kiz Rider probablemente no tendría ningún problema.
– Creo que podríamos hacerlo. Mi compañera es la que maneja el ordenador y no está aquí en este momento.
– Le daré mi dirección de correo y ella puede enviármela cuando llegue.
Bosch anotó en su libretita la dirección que Grace Tanaka le recitó. Le dijo que recibiría el mensaje de correo a la mañana siguiente.
– ¿Alguna cosa más, detective?
Bosch sabía que podía colgar y dejar que Rider lo intentara con Grace Tanaka después de que le enviara la foto. Pero decidió no dejar pasar la oportunidad de remover antiguas emociones y recuerdos. Quizá tuviera más suerte.
– Sólo tengo unas pocas preguntas. Eh, ese verano, ¿cómo definiría su relación con Becky?
– ¿Qué quiere decir? Éramos amigas. La conocía desde primer curso.
– De acuerdo, bueno, ¿cree que era su mejor amiga?
– No, creo que su mejor amiga era Tara.
Otra confirmación de que Tara Wood había sido la más cercana a Becky al final.
– Así que ella no se confió a usted cuando descubrió que estaba embarazada.
– No, ya se lo he dicho, no lo supe hasta después de que estuvo muerta.
– ¿y usted? ¿Confiaba en ella?
– Por supuesto.
– ¿Del todo?
– Detective, ¿qué quiere decir?
– ¿Sabía que es usted homosexual?
– ¿Qué tiene eso que ver?
– Sólo intento formarme una idea del grupo. El Kitty Kat Club, creo que se llamaban ustedes cuatro…
– No -dijo ella abruptamente-. Ella, no lo sabía. Ninguna de ellas lo sabía. No creo que ni siquiera yo misma lo supiera entonces. ¿De acuerdo, detective? ¿Cree que es suficiente?
– Lo siento, señorita Tanaka. Como le digo, sólo intento formarme una imagen lo más amplia posible. Aprecio su franqueza. Una última pregunta. Si Becky estuvo en una clínica y necesitaba que la llevaran a casa después del abortó porque no creía que pudiera conducir, ¿a quién habría llamado?
Hubo un largo silencio antes de que Grace Tanaka contestara.
– No lo sé, detective. Me habría gustado que fuera a mí. Que yo fuera ese tipo de amiga. Pero obviamente era otra persona.
– ¿Tara Wood?
– Tendrá que preguntárselo a ella. Buenas noches, detective Bosch.
Tanaka colgó, y Bosch sacó el anuario para mirar su foto. En la imagen -de hacía muchos años- era una chica menuda de origen asiático. No coincidía con la bronca expresión de la voz que acababa de escuchar en el teléfono.
Bosch escribió una nota para Rider que contenía la dirección de correo electrónico e instrucciones para escanear y enviar la foto de Mackey. También anotó una pequeña advertencia acerca de haber encontrado resistencia de Tanaka cuando sacó a relucir su sexualidad. Colocó la nota encima de la mesa de Rider para que fuera lo primero que viera por la mañana.
Eso dejaba una última llamada, ésta a Daniel Kotchof, que vivía, según AutoTrack, en Maui, donde era dos horas más temprano.
Llamó al número que había obtenido de AutoTrack y contestó una mujer. Dijo que era la esposa de Daniel Kotchof y que su marido estaba trabajando en el hotel Four Seasons, donde estaba empleado como «director de hospitalidad». Bosch llamó al número que ella le dio y le pasaron a Daniel Kotchof. Éste argumentó que sólo podía hablar unos minutos y puso a Bosch en espera durante cinco de ellos mientras iba a un lugar más privado del hotel para mantener la conversación, que inicialmente fue improductiva. Como Grace Tanaka, no reconoció el nombre de Roland Mackey. Además, a Bosch le dio la sensación de que para Kotchof la llamada suponía un incordio o una intromisión. Explicó que estaba casado y que tenía tres hijos, y que ya rara vez pensaba en Becky Verloren. Le recordó a Bosch que él y toda su familia se habían trasladado desde el continente un año antes de la muerte de Rebecca.
– Según me han contado, después de que se trasladara a Hawai, los dos continuaron llamándose con bastante frecuencia -dijo Bosch.
– No sé quién se lo ha contado -dijo Kotchof-. O sea, hablamos. Sobre todo al principio. Tenía que llamar yo porque ella decía que sus padres le dijeron que costaba mucho dinero llamarme. Me pareció un cuento. Querían perderme de vista. Así que tenía que llamar yo, pero era como, bueno, ¿para qué? Yo estaba en Hawai y ella estaba en Los Ángeles. Se había terminado. Y enseguida tuve una novia aquí, de hecho, ahora es mi mujer, y dejé de llamar a Beck. Eso fue todo, hasta que, bueno, hasta que me enteré de lo ocurrido y el detective me llamó.
– ¿Se enteró antes de que llamara el detective?
– Sí, lo había oído. La señora Verloren llamó a mi padre y él me dio la noticia.
También me llamaron algunos de mis amigos de allí. Sabían que querría saber de ello. Era raro, joder, esta chica a la que conocía y la liquidan así.
– Sí.
Bosch pensó en qué más podía preguntar. La historia de Kotchof entraba en conflicto en pequeños detalles con el relato de Muriel Verloren. Sabía que tendría que cuadrar las historias en algún punto. La coartada de Kotchof continuaba molestándole.
– Eh, mire, detective, he de colgar -dijo Kotchof-. Estoy trabajando. ¿Hay algo más?