– Sólo unas pocas preguntas. ¿Recuerda cuánto tiempo antes de la muerte de Rebecca Verloren dejó de llamarla?
– Hum, no lo sé. Hacia el final del primer verano. Algo así. Había pasado un tiempo, casi un año.
Bosch decidió asustar a Kotchof y ver qué pasaba. Era algo que habría preferido hacer en persona, pero no había tiempo ni dinero para un viaje a Hawai.
– ¿Así que su relación había terminado definitivamente cuando ella murió?
– Sí, definitivamente.
Bosch pensó que las oportunidades de recuperar los registros de llamadas de entonces eran escasas.
– ¿Cuando llamaba era siempre en un momento determinado? ¿Sabe?, como una cita.
– Más o menos. Hay dos horas de diferencia, así que no llamaba muy tarde. Normalmente llamaba justo después de cenar, y eso era justo antes de que ella se fuera a acostar. Pero como le he dicho no duró mucho.
– De acuerdo. Ahora he de preguntarle algo bastante personal. ¿Tuvo relaciones sexuales con Rebecca Verloren?
Hubo una pausa.
– ¿Qué tiene que ver con esto?
– No puedo explicárselo, Dan, pero forma parte de la investigación y tiene relación con el caso. ¿Le importa responder?
– No.
Bosch esperó, pero Kotchof no dijo nada más.
– ¿Es ésa su respuesta? -preguntó finalmente Bosch-. ¿Ustedes dos nunca tuvieron relaciones?
– Nunca lo hicimos. Ella decía que no estaba preparada y yo no forcé la situación. Mire, he de irme.
– De acuerdo, Dan, sólo un par de cosas más. Estoy convencido de que quiere que detengamos al tipo que hizo esto, ¿verdad?
– Sí, por supuesto, pero estoy trabajando.
– Sí, ya me lo ha dicho. Deje que le pregunte cuándo fue la última vez que vio a Rebecca.
– No, recuerdo la fecha exacta, pero fue el día que me fui. Cuando nos despedimos. Esa mañana.
– ¿Entonces nunca regresó de Hawai después de que su familia se trasladara?
– No, al principio no. O sea, he vuelto desde entonces. Viví un par de años en Venice después de terminar los estudios, pero luego volví aquí.
– Pero no entre la vez en que su familia se trasladó y el momento del asesinato de Rebecca. ¿Es lo que está diciendo?
– Sí, exacto.
– Entonces si otra testigo con la que he hablado dice que lo vio en la ciudad el fin de semana del Cuatro de Julio, justo antes de la desaparición de Rebecca, ¿se equivoca?
– Sí, se equivoca. Oiga, ¿qué es esto? Le he dicho que no volví nunca. Tenía otra novia. O sea, ni siquiera fui al funeral. ¿Quién le dijo que me vio? ¿Fue Grace? Ella nunca me tragó, esa tortillera. Siempre estaba tratando de buscarme problemas con Beck.
– No puedo decirle quién es, Dan. Igual que si usted quiere decirme algo confidencial yo lo respetaré.
– Quien sea, es una puta mentirosa -dijo Kotchof, con voz estridente-. ¡Es una puta mentira! Compruebe sus registros, tío. Tengo coartada. Estuve trabajando el día que la raptaron y también al día siguiente. ¿Cómo podía haber ido y vuelto? ¡Quien se lo haya dicho es una cuentista!
– Su coartada es lo que es falso, Dan. Su padre podría habérselo pedido a su supervisor. Eso era fácil.
Pasó un momento de silencio antes de que llegara la respuesta.
– No sé de qué está hablando. Mi padre no le pidió nada a nadie y eso es un hecho. Tenemos tarjetas de fichar, joder, y mi jefe habló con los polis y punto. ¿Ahora me viene con esta mierda después de diecisiete años? ¿Está de broma, joder?
– Vale, Dan, tranquilo. A veces la gente comete errores. Especialmente cuando uno se remonta tantos años.
– Lo que me faltaba, que me meta en esto. Tío, tengo una familia aquí.
– Le he dicho que se calme. No le estoy metiendo en nada. Es sólo una llamada telefónica. Sólo una conversación, ¿vale? Ahora, ¿hay algo más que pueda decirme o que quiera decirme para ayudar en esto?
– No. Le he dicho todo lo que sabía, que es nada. Y he de colgar. Esta vez lo digo en serio.
– O sea que estaba cabreado cuando Rebecca le dijo que estaba embarazada y era obvio que lo estaba de otro tipo.
Al principio no hubo respuesta, y Bosch trató de hurgar más en la herida.
– Sobre todo porque ella nunca tuvo relaciones con usted cuando estuvieron juntos.
Bosch se dio cuenta de que había ido demasiado lejos y había enseñado las cartas. Kotchof comprendió que Bosch estaba jugando con él al poli bueno y al poli malo al mismo tiempo. Cuando respondió, su voz era calmada y modulada.
– Nunca me lo contó -dijo-. Nunca lo supe hasta que surgió después.
– ¿De verdad? ¿Quién se lo dijo?
– No me acuerdo, alguno de mis amigos, supongo.
– ¿En serio? Porque Rebecca tenía un diario. Y usted sale en todas las páginas. Y dice que se lo dijo y que no le hizo ninguna gracia.
Esta vez Kotchof se rió, y Bosch comprendió que había metido la pata.
– Detective, no cuela. Es usted quien está mintiendo. Esto es muy débil, tío. Oiga, veo La ley y el orden, ¿sabe?
– ¿Ve CSI?
– Sí, ¿y?
– Tenemos el ADN del asesino. Si lo relacionamos con alguien, van a caer en picado. El ADN es definitivo.
– Bien. Compruebe el mío y quizás esto termine para mí.
Bosch sabía que ahora era él quien estaba retrocediendo. Tenía que terminar la llamada.
– Vale, Dan, se lo haremos saber. Entretanto, gracias por su ayuda. Una última pregunta. ¿Qué es un director de hospitalidad?
– ¿Se refiere a aquí en el hotel? Me ocupo de los grupos grandes y de bodas, conferencias y cosas así. Me aseguro de que todo funciona a la perfección cuando llegan aquí estos grupos grandes.
– Vale, bien, dejaré que vuelva a ocuparse de eso. Que pase un buen día.
Bosch colgó y se quedó sentado ante su escritorio, pensando en la llamada. Estaba avergonzado por la forma en que había dejado que la mejor mano se escurriera por la línea hasta Kotchof. Sabía que sus habilidades interrogatorias se habían adormecido a lo largo de los últimos tres años, pero eso no le ahorraba el escozor. Necesitaba mejorar, y tenía que hacerlo pronto.
Aparte de eso, había mucho contenido de la llamada que considerar. No interpretó gran cosa en la reacción airada de Kotchof al hecho de haber sido supuestamente visto en Los Ángeles justo antes del asesinato. Al fin y al cabo, Bosch se había inventado la testigo y el enfado de Kotchof estaba ciertamente justificado. Lo que era notable era cómo la rabia de Kotchof se había concentrado en Grace Tanaka. Merecía la pena seguir explorando esa relación, quizás a través de Kiz Rider.
También consideró la afirmación de Kotchof de que no sabía nada del embarazo de Rebecca Verloren. Bosch instintivamente le creía. En resumen, la conversación no eliminaba a Kotchof de la lista de sospechosos, pero al menos lo aparcó. Discutiría todas las respuestas de Kotchof con Rider para ver si coincidían en la apreciación.
La información más interesante cosechada de la llamada estaba en los conflictos entre los recuerdos de Kotchof y aquellos de Muriel Verloren, la madre de la víctima. Muriel Verloren había dicho que Kotchof había llamado a su hija religiosamente, justo hasta el momento de su muerte. Kotchof aseguraba que no había hecho nada parecido. Bosch no veía ninguna razón para que Kotchof le mintiera al respecto. Si no lo había hecho, entonces el recuerdo de Muriel Verloren era equivocado. O fue su hija la que le había mentido acerca de quién la llamaba cada noche antes de irse a acostar. Puesto que la chica estaba ocultando una relación y el embarazo resultante, parecía probable que ella recibiera todas las noches llamadas de teléfono, sólo que no eran de Kotchof. Eran de otra persona, alguien a quien Bosch empezó a llamar «el señor X».
Después de buscar el número de teléfono en el expediente, Bosch llamó a la casa de Muriel Verloren. Se disculpó por entrometerse y dijo que tenía unas pocas preguntas de seguimiento. Muriel dijo que no le molestaba la llamada.