Sacó el móvil y giró el ángulo de luz de la pantalla del aparato de manera que no se distinguiera el brillo desde la estación de servicio mientras marcaba el número de la casa de Kiz Rider. No respondió. Lo intentó en el móvil y no recibió respuesta. Supuso que había apagado los teléfonos para poder concentrarse en la redacción de la orden. Había trabajado así en el pasado. Sabía que ella habría dejado encendido el busca para las emergencias, pero no creía que las noticias que había recopilado durante las llamadas de la tarde se elevaran al nivel de emergencia. Decidió esperar hasta que la viera por la mañana para contarle lo que había averiguado.
Se guardó el teléfono en el bolsillo y levantó los prismáticos. A través del vidrio de la oficina de la estación de servicio divisaba a Mackey sentado detrás de un escritorio gris desgastado. Había otro hombre con un uniforme azul similar en la oficina. Al parecer era una noche tranquila. Ambos hombres tenían los pies encima del escritorio y estaban mirando hacia algo situado más alto, en la pared que daba a la fachada. Bosch no podía ver en qué estaban concentrados, pero por la luz cambiante en la sala supo que se trataba de una televisión.
El teléfono de Bosch sonó y él lo sacó del bolsillo sin bajar los binoculares. No se fijó en la pantallita porque supuso que era Kiz que le llamaba después de haberse perdido la llamada.
– Eh.
– ¿Detective Bosch?
No era Rider. Bosch bajó los binoculares.
– Sí, soy Bosch. ¿En qué puedo ayudarla?
– Soy Tara Wood. Recibí su mensaje.
– Ah, sí, gracias por devolverme la llamada.
– Veo que es su teléfono móvil. Lamento llamar tan tarde. Acabo de llegar. Pensaba que iba a dejarle un mensaje en la línea de su oficina.
– No se preocupe. Todavía estoy trabajando.
Bosch siguió el mismo proceso de interrogación que había empleado con los otros implicados. Al mencionar a Mackey en la conversación observó a éste a través de los binoculares. Continuaba con los pies encima de la mesa, viendo la tele. Al igual que las otras amigas de Rebecca Verloren, Tara Wood no reconoció el nombre del conductor de grúa. Bosch añadió una nueva cuestión, preguntando si reconocía a los Ochos de Chatsworth, y su recuerdo al respecto también era vago. Finalmente, preguntó si al día siguiente podría continuar la entrevista y mostrarle una fotografía de Mackey. Wood accedió, pero le dijo que tendría que ir a los estudios de televisión de la CBS, donde ella trabajaba de publicista. Bosch sabía que la CBS estaba al lado del Farmers Market, uno de sus lugares favoritos de la ciudad. Decidió que iría al mercado y quizás almorzaría un plato de gumbo y después pasaría a visitar a Tara Wood para mostrarle la foto de Mackey y preguntarle por el embarazo de Rebecca Verloren. Estableció la cita para la una de la tarde, y ella accedió a estar en su despacho.
– Es un caso muy viejo -dijo Wood-. ¿Está en una brigada de casos antiguos?
– Sí, se llama unidad de Casos Abiertos.
– Sabe tenemos una serie llamada Caso Abierto. La pasan los domingos por la noche. Es una de las series en las que trabajo. Estoy pensando… que quizá podría visitar el set y conocer a algunos de sus homólogos en la televisión. Estoy segura de que les gustaría conocerle.
Bosch se dio cuenta de que su interlocutora estaba viendo una posibilidad publicitaria en la entrevista. Miró a través de los cristales a Mackey, que seguía viendo la televisión, y pensó un momento en utilizar el interés de Tara Wood en la operación de escucha que estaban preparando. Rápidamente archivó la idea, concluyendo que sería más fácil empezar con un artículo en el periódico.
– Sí, quizá, pero creo que eso tendría que esperar un poco. Estamos trabajando este caso muy a fondo ahora, y necesito hablar con usted mañana.
– No hay problema. De verdad espero que encuentren al que están buscando.
Desde que me asignaron a esta serie he estado pensando en Rebecca. No he parado de preguntarme si estaba ocurriendo algo. Y ahora usted llama de repente. Es extraño, pero de un modo positivo. Hasta mañana, detective.
Bosch le deseó buenas noches y colgó.
Al cabo de unos minutos, a medianoche, se apagaron las luces de la estación de servicio. Bosch se deslizó desde el lugar en el que estaba escondido y caminó deprisa por Roscoe hasta su coche. Justo al llegar a él oyó el rugido profundo del Camaro de Mackey al arrancar. Bosch puso el coche en marcha y se dirigió de nuevo al cruce. Se detuvo en el semáforo rojo cuando el Camaro con los parachoques pintados de gris se dirigía al sur hacia Tampa. Bosch esperó unos momentos, miró a ambos lados en busca de otros coches, y se saltó el semáforo rojo para seguirlo.
La primera parada de Mackey fue en un bar de Van Nuys llamado Side Pocket, en Sepulveda Boulevard, cerca de las vías de ferrocarril. Era un local pequeño con un cartel de neón azul y ventanas de barrotes pintados de negro. Bosch tenía una idea de cómo sería por dentro y de qué tipo de hombres se encontraría. Antes de bajar del coche, se quitó la cazadora, envolvió su pistola, esposas y cargador de reserva en la prenda y la puso en el suelo, delante del asiento del pasajero. Salió, cerró la puerta y se dirigió hacia el bar, sacándose la camisa por fuera de los tejanos por el camino.
El interior del bar era tal y como esperaba: un par de mesas de billar, una barra para beber de pie y una fila de reservados de madera rayada. Aunque estaba prohibido fumar en el interior del local, el humo azul flotaba en el aire y se cernía como un fantasma bajo la luz de cada mesa. Nadie se quejaba por ello.
La mayoría de los hombres se tomaban su medicina de pie ante la barra. Casi todos tenían cadenas en las carteras y tatuajes en los antebrazos. Incluso con los cambios en su apariencia, Bosch sabía que destacaría por su no pertenencia al grupo. Vio una abertura en las sombras, donde la barra se curvaba bajo la televisión montada en la esquina. Se abrió paso hasta allí y se inclinó sobre la barra, deseando que ayudara o ocultar su apariencia.
La camarera, una mujer de aspecto cansado, llevaba un chaleco de cuero negro encima de una camiseta. No hizo caso de Bosch durante un buen rato, pero eso no le importaba. No estaba allí para beber. Observó que Mackey ponía monedas de un cuarto de dólar en una de las mesas y esperó que llegara su turno de jugar. Él tampoco había pedido nada.
Mackey pasó diez minutos revisando los tacos de billar que había en los estantes de la pared hasta que encontró uno que le gustaba al tacto. Se quedó por allí, esperando y hablando con algunos de los hombres que había de pie en torno a la mesa de billar. No parecía otra cosa que conversación casual, como si sólo los conociera de jugar unas partidas en noches anteriores.
Mientras esperaba y observaba, con una cerveza y un chupito de whisky que la camarera finalmente le había servido, Bosch al principio pensó que la gente también lo estaba observando a él, pero después se dio cuenta de que sólo estaban mirando la pantalla de televisión instalada un palmo por encima de su cabeza.
Finalmente le llegó el turno a Mackey. Resultó que jugaba bien. Enseguida se hizo con el control de la mesa y derrotó a siete contrincantes, ganándoles a todos ellos dinero o cerveza. Al cabo de media hora parecía cansado por la falta de competición y se relajó en exceso. El octavo contrincante lo batió después de que Mackey fallara una oportunidad clara con la bola ocho. Mackey aceptó bien la derrota y dejó un billete de cinco dólares en la mesa de fieltro antes de alejarse. Según las cuentas de Bosch, le quedaban veinticinco dólares y cinco cervezas para pasar la noche.
Mackey se llevó su Rolling Rock a un hueco en la barra y ésa fue la señal de Bosch para retirarse. Puso un billete de diez debajo de su vaso de chupito y se volvió, sin dar la cara a Mackey en ningún momento. Salió del bar y se dirigió a su coche. La primera cosa que hizo fue ponerse la pistola en la cadera derecha, con la empuñadura hacia delante. Arrancó el coche y salió a Sepulveda y después una manzana hacia el sur. Dio la vuelta y aparcó junto al bordillo, al lado de una boca de incendios. Disponía de un buen ángulo de visión de la puerta principal del Side Pocket y estaba en posición de seguir a Mackey hacia el norte por Sepulveda hacia Panorama City. Mackey podía haber cambiado de apartamento desde que concluyó la condicional, pero Bosch esperaba que no hubiera ido demasiado lejos.