El desayuno consistía en huevos revueltos con pimientos rojos y verdes, patatas y cebollas doradas en la sartén, sémola de maíz y salchichas. Tenía buen aspecto y olía apetecible para Bosch, que había salido de casa sin comer nada porque quería ponerse en marcha deprisa. A la derecha de la cola había una mesa con dos grandes termos de café para autoservicio y estantes con tazas hechas de porcelana gruesa que se habían astillado y se habían tornado amarillentas con el tiempo. Bosch cogió una taza y la llenó de café muy caliente. Dio un traguito y esperó. Cuando Verloren caminó hacia la mesa de servir utilizando la camisa de su delantal para sostener una pesada bandeja caliente de huevos, Bosch hizo su movimiento.
– Eh, Chef -llamó por encima del tintineo de cucharas de servir y voces.
Verloren miró, y Bosch notó que su interlocutor inmediatamente determinó que Bosch no era un «cliente». Como la noche anterior, Bosch se había vestido de manera informal, pero pensó que Verloren podría haber sido capaz de adivinar que era poli. Éste se alejó de la mesa de servir y se acercó, aunque sin llegar hasta donde estaba Bosch. Parecía existir una línea invisible en el suelo que representaba la demarcación entre la cocina y el espacio para comer. Verloren no la cruzó. Se quedó allí de pie, utilizando su delantal para sostener la bandeja de servir casi vacía que había cogido de la mesa de vapor.
– ¿Puedo ayudarle?
– Sí, ¿tiene un minuto? Me gustaría hablar con usted.
– No, no tengo un minuto, estoy en medio del desayuno.
– Es sobre su hija.
Bosch vio un ligero temblor en los ojos de Verloren. Cayeron durante un segundo y después volvieron a levantarse de nuevo.
– ¿Es de la policía?
Bosch asintió.
– ¿Me deja que termine? Ahora estamos sacando las últimas bandejas. No hay problema.
– ¿Quiere comer? Parece que tiene hambre.
– Eh…
Bosch se fijó en que las mesas de la sala estaban repletas. No sabía dónde iba a poder sentarse. Ese tipo de comedores tenían las mismas normas no escritas y protocolos que las prisiones. Si se añadía un alto grado de enfermedad mental entre la población de los sin techo, el resultado era que uno podía cruzar algún tipo de frontera con sólo elegir un asiento determinado.
– Venga conmigo -dijo Verloren-. Tenemos una mesa en la parte de atrás.
Bosch se volvió hacia Verloren, pero el chef del desayuno ya se estaba dirigiendo hacia la cocina. Lo siguió y éste lo condujo a través de las zonas de cocina y preparación hasta una sala trasera donde había una mesa vacía de acero inoxidable con un cenicero lleno.
– Siéntese.
Verloren sacó el cenicero y lo ocultó a su espalda. No lo hizo como si lo estuviera escondiendo, sino como el camarero o el maître que quiere que la mesa esté en perfectas condiciones para el cliente. Bosch le dio las gracias y se sentó.
– Volveré enseguida -dijo Verloren.
En menos de un minuto, Verloren trajo un plato lleno de todas las cosas que Bosch había visto en la mesa de servir. Cuando puso los cubiertos, Bosch advirtió el temblor en su mano.
– Gracias, pero estaba pensando… ¿Habrá suficiente? Para la gente de la cola.
– No vamos a decirle que no a nadie, siempre que lleguen a tiempo. ¿Qué tal el café?
– Bien, gracias. ¿Sabe?, no es que no quisiera quedarme allí con ellos, sino que no sabía dónde sentarme.
– Lo entiendo. No hace falta que dé explicaciones. Déjeme que saque esas bandejas y podremos hablar. ¿Han detenido a alguien?
Bosch lo miró. Había una expresión de esperanza, casi de súplica en los ojos de Verloren.
– Todavía no -dijo Bosch-, pero nos estamos acercando a algo.
– Volveré lo antes posible. Coma. Yo lo llamo «Revuelto de Malibú.»
Bosch miró su plato. Verloren volvió a la cocina.
Los huevos estaban buenos, y el desayuno en su conjunto. No había tostadas, pero eso habría sido pedir demasiado. La zona de separación en la que estaba sentado se hallaba entre el área de preparación de la cocina y la amplia sala: donde dos hombres iban llenando un lavaplatos industrial. Había mucho bullicio, el ruido de ambas direcciones rebotaba en las paredes de baldosas grises. Una puerta de doble batiente daba acceso al callejón de la parte de atrás. Una de las hojas estaba abierta, y el aire frío que entraba hacía soportables el vapor del lavavajillas y el calor que emanaba de la cocina.
Después de que Bosch se acabara el desayuno y terminara de bajarlo con lo que le quedaba del café, se levantó y salió al callejón para hacer una llamada telefónica lejos del ruido. Inmediatamente vio que el callejón era un campamento. Las paredes traseras de las misiones que había a un lado y de los almacenes de juguetes del otro estaban recubiertas casi de extremo a extremo con refugios de cartón y lona. Reinaba el silencio. Probablemente aquéllos eran los refugios hechos a mano de los habitantes de la noche. No era que no hubiera sitio para ellos en los albergues de las misiones, sino que esas camas comportaban unas reglas básicas a las que la gente del callejón no quería someterse.
Harry Bosch llamó al móvil de Kiz Rider, quien respondió enseguida. Ya estaba en la sala 503 y acababa de terminar de repartir la solicitud de escucha. Bosch habló en voz baja.
– He encontrado al padre.
– Buen trabajo, Harry. Todavía lo tienes. ¿Qué dice? ¿Reconoce a Mackey?
– Aún no he hablado con él.
Explicó la situación y preguntó si había alguna novedad por su parte.
– La orden está en el escritorio del capitán. Abel va a meterle prisa si no tenemos noticias a las diez, después sube por la cadena.
– ¿A qué hora has entrado?
– Pronto. Quería terminar con esto.
– ¿Tuviste ocasión de leer el diario de la chica anoche?
– Sí, lo leí en la cama. No ayuda mucho. Son secretos de escuela. Amor no correspondido, enamoramientos semanales, cosas así. Se menciona a MVA, pero no hay ninguna pista respecto a su identidad. Incluso podría ser un personaje de fantasía por la manera en que habla de lo especial que es. Creo que García no se equivocó al devolvérselo a la madre. No va a ayudarnos.
– ¿En el diario de refiere a MVA en masculino?
– Humm, Harry, eso es inteligente. No me he fijado. Lo tengo aquí y lo comprobaré. ¿Sabes algo que yo no sepa?
– No, sólo trataba de cubrir las posibilidades. ¿Danny Kotchof? ¿Aparece?
– Al principio. Lo menciona por el nombre después desaparece y el misterioso MVA ocupa su lugar.
– El señor X…
– Escucha, voy a subir a la sexta enseguida. Intentaré conseguir acceso a aquellos viejos archivos de los que estábamos hablando.
Bosch se fijó en que ella no había mencionado que eran archivos de la UOP. Se preguntó si Pratt o algún otro andaban cerca y ella estaba tomando precauciones para que no la oyeran.
– ¿Hay alguien ahí, Kiz?
– Exacto.
– Tomas todas las precauciones, ¿no?
– Exacto.
– Bien. Buena suerte. Por cierto, ¿encontraste un teléfono en Mariano?
– Sí -dijo ella-. Hay un teléfono y está el nombre de William Burkhart. Debe de ser un compañero de piso. Este tipo es sólo unos años mayor que Mackey y tiene un historial que incluye un delito de odio. No hay nada en años recientes, pero hay un delito de odio en el ochenta y ocho.
– ¿Y sabes qué? -dijo Bosch-. También era vecino de Sam Weiss. Creo que olvidé mencionarlo cuando hablamos anoche.
– Demasiada información nueva.
– Sí. Me estaba preguntando una cosa. ¿Cómo es que los móviles de Mackey no aparecieron en Auto Track?