– Le dije que no éramos más que amigos, así que lo más probable es que se haya buscado un chica.
En ese momento no quería que Meg y Clif se dieran cuenta de que era Trevor el que llamaba, así que se limitó a decir «hola».
– Ya está terminada.
– ¿Terminada?
– La casa.
– ¡Ah! Enhorabuena.
– Gracias. ¿Vas a venir a verla?
Sus padres la miraban con curiosidad. Meg le preguntó quién era moviendo sólo los labios, sin articular ningún sonido, y ella fingió no entender.
– No sé si podré -replicó.
– Dijiste que vendrías -le recordó él.
– Ya lo sé, pero he estado tremendamente ocupada.
– Antes de ponerla a la venta, me gustaría que me dieras algunos consejos sobre cómo decorarla.
– No sé si puedo, no soy decoradora.
– Pero eres mujer, ¿no?
Sí, era mujer. Si no lo fuera, el corazón no estaría dando brincos contra la caja torácica, como si quisiera salírsele del pecho. Si no lo fuera, las rodillas no le flaquearían y las palmas de las manos no le sudarían, y no estaría pensando en la boca de Trevor.
– No tengo ni idea de cómo decorar una casa como ésa.
Vio que los ojos de su madre miraban a su padre y que éste alzaba las cejas.
– ¿Vendrás a verla de todos modos?
– ¿Cuándo?
– Esta tarde.
– Este sábado me toca trabajar en la floristería -Babs y ella se alternaban para abrir los sábados.
– Después del trabajo. Pasaré a buscarte a la hora de cerrar.
Kyla retorció el cable del teléfono mientras se preguntaba si debía usar a Aaron como excusa. Pero entonces Trevor le diría que lo llevara a él también. Y sus padres estaban pendientes de cada una de sus palabras, así que no podía inventar algo sobre ellos para no acudir.
¿Y qué importaba lo endeble que pareciera la excusa? Le había dicho claramente a Trevor que no quería volver a verlo. Y él había tenido el valor de llamarla y pedirle que fuera.
Pero ¿no sería descortés rehusar esta invitación en concreto? Había visto la casa cuando todavía estaba en obras. Estaba claro que, para Trevor, era importante que todo saliera bien. Esa casa podría hacer despegar su carrera. Tal vez quería conocer su parecer sobre la decoración del espacio, eso era todo. Necesitaba un interlocutor, alguien en cuyo gusto pudiera confiar.
– De acuerdo. Nos veremos a las seis.
– Estupendo.
Estuvo ocupada todo el día en la tienda, pero las horas parecían interminables. Y tenía hambre. ¿O eran nervios lo que notaba en la boca del estómago, nervios ante la perspectiva de volver a verlo?, ¿o era expectación? No quería averiguarlo.
A las seis en punto entró Trevor. Estaba fantástico, con pantalones y camisa de sport. Olía como si acabara de salir de la ducha y de afeitarse. Tenía el pelo todavía mojado. Se le rizaba a la altura de las orejas y le caía sobre el parche. Estaba tan atractivo que quitaba el aliento.
– ¿Queda alguna flor?
Kyla se rió, aliviada al ver que se mostraba simpático y bromista. Eso aligeraba las cosas.
– Unas pocas.
– ¿Estás lista?
– Voy a buscar el bolso y a apagar las luces.
Volvió en seguida. Él la acompañó hasta la puerta y esperó a que echara el cierre. La ayudó a subir al coche, la mano siempre debajo de su codo, pero de un modo impersonal. Tanto mejor.
Mientras dejaban atrás las calles de la ciudad charlaban animada y superficialmente. Avanzaron luego por la carretera hacía la parcela arbolada donde estaba la casa. Él le preguntó por sus padres y ella le dijo que estaban bien. Le preguntó por Aaron y lo puso al día de las últimas travesuras de éste. No hicieron mención de la discusión que habían tenido un mes atrás.
– ¡Cielo santo! -exclamó ella cuando la casa apareció ante su vista-. No puedo creerlo.
Trevor estacionó el coche en la rampa del garaje, bordeada de jardineras.
– ¿Te gusta?
– ¿Cómo no me va a gustar? -sin esperar a que élla ayudara a bajar, abrió la puerta del coche y salió, sin dejar de mirar la casa con admiración-. No me dijiste que ibas a poner vidrieras en las ventanas que están a los lados de la puerta de entrada.
– No me lo preguntaste -replicó él en tono burlón-. Vamos dentro.
Era como entrar en las páginas de una revista de arquitectura. El estilo era informal; en el diseño del edificio habían primado la comodidad y la funcionalidad, pero sin escatimar detalles. Las habitaciones eran espaciosas, pero resultaban acogedoras.
Kyla dejó escapar una exclamación de júbilo cuando entró en la cocina y vio lo bien que había quedado su idea de convertir el rincón del desayuno en mirador.
– Y mira, un hervidor de agua incorporado en el fregadero -le mostró Trevor con orgullo-. Y el frigorífico y el congelador, encastrados en la pared.
– Es perfecto, perfecto -dijo Kyla sonriendo.
– ¿De verdad te gusta?
– Es maravilloso.
– Ven fuera. Quiero enseñarte el jardín de atrás.
El suelo de madera rojiza se extendía varios metros más allá de la casa hasta el césped, que ya estaba plantado. Alrededor de los árboles había azaleas cuidadosamente podadas. También había flores cultivadas en jardineras situadas estratégicamente sobre el suelo de madera. Un arroyo burbujeaba entre la vegetación, el riachuelo resplandecía como una cinta plateada y se escabullía entre los árboles frondosos.
– No puedo creerlo, Trevor -dijo ella con admiración-. Has hecho maravillas. Es precioso. Lo que has hecho hasta ahora es perfecto, no te costará nada vender esta casa.
Él le tomó las dos manos y la hizo volverse y mirarlo. Kyla se sorprendió. Hasta ese momento apenas la había tocado. Se había mostrado ocurrente y simpático mientras le enseñaba las habitaciones con el mismo entusiasmo que un niño de diez años muestra su bicicleta nueva. Ahora la miraba con tanta intensidad que su corazón empezó a latir a toda velocidad.
– Te he dejado tranquila, como me pediste.
– Es lo mejor.
Él sacudió la cabeza.
– Te he dejado tranquila, pero eso no significa que me guste ni que haya dejado de pensar en ti.
Kyla tragó saliva.
– Al contrario -prosiguió él-, pienso en ti…
– Trevor, por favor, no quiero discutir.
– Ni yo pretendo tal cosa.
– Entonces no sigas.
– Déjame terminar -cuando vio que ella estaba dispuesta a permitírselo, continuó-: Sabes lo que siento por ti.
– Tú dijiste… dijiste…
– Que te quiero. Y lo digo en serio, Kyla.
– Por favor, no me presiones. No puedo.
– ¿Qué es lo que no puedes?
– Salir con un hombre.
– Ya lo sé. Por eso quiero pedirte que te cases conmigo.
Ocho
– ¿Puedo sentarme, por favor?
El bigote de Trevor se curvó en una sonrisa.
– ¿Tanto te ha impresionado?
La llevó hasta un balancín de estilo antiguo, parecido al que había en el porche de los Powers. Estaba sujeto a los tablones de madera del suelo.
Kyla estaba demasiado perpleja con su proposición como para hacer comentario alguno sobre el balancín. Tenía debilidad por los balancines. En cualquier otro momento, habría hecho algún comentario. En ese momento, apenas podía mover los labios.
Trevor se sentó a su lado, pero sin tocarla. Durante unos minutos, el único ruido era el suave quejido de la cadena del balancín. Los grillos cantaban en sus escondites. Las palabras y las frases se agolpaban en la mente de Kyla, llegaban como luciérnagas pero parpadeaban y se desvanecían antes de que pudiera articularlas.
– No sé qué decir.
– Di que sí.
Ella lo miró. Estaba atardeciendo.
– Trevor, ¿por qué piensas que puedo querer casarme contigo?, ¿o casarme en general?