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Por el rabillo del ojo, Kyla vio cómo él se dirigía hacia un árbol. Se detuvo, se dio la vuelta y la miró. Cuando por fin llegó hasta el árbol, alzó los brazos y se colgó de un rama baja, con la cabeza mirando al suelo. Se balanceó. Ella volvió a apoyar la cabeza en las rodillas y rezó para que algo rompiera aquel silencio.

– ¿Lo de anoche fue verdad, Kyla?

Siempre había creído que Dios tenía sentido del humor, y parecía que así era.

Miró hacia donde estaba Trevor. Ahora estaba arrancando pedacitos de la corteza del tronco del roble y tirándolos al agua.

– ¿No te acuerdas?

– Recuerdo un sueño increíblemente erótico… -respiró hondo-, lo mejor que me ha pasado nunca.

Ella apartó la mirada y giró rápidamente la cabeza, pero él vio las lágrimas que asomaban a sus ojos. El rostro de Trevor se contrajo con arrepentimiento.

– Dios mío, lo siento.

– No pasa nada.

– Lo dirás tú.

– No, en serio.

– Estaba borracho.

– Te relajaste.

– ¿Te hice daño?

– No.

– ¿Te obligué a algo?

– No.

– ¿Hice algo abusivo?

– No.

– Porque nunca me lo perdonaría si…

– ¡Yo quería, Trevor!

Las mil y una disculpas que había preparado murieron en su boca.

– ¿En serio?

– En serio -lanzó un suspiro estremecido y empezó ella también a arrancar unas briznas de hierba-. He estado pensando.

– ¿El qué?

– Que es posible que tú… que quieras hijos, además de Aaron, quiero decir. Uno, al menos, uno tuyo. Sería injusto por mi parte no…

Sus palabras se vieron interrumpidas por un dedo que se posó en sus labios obligándola a callar. Allí estaba el ojo verde de Trevor, mirándola, traspasándola hasta el alma.

– Me gustaría tener al menos un hijo, y agradezco tu comprensión en ese sentido. Pero ¿ésa es la única razón por la querías hacer el amor conmigo?

– No -murmuró ella sacudiendo la cabeza-. Es que no sabía qué decir.

– ¿Por qué querías hacer el amor conmigo, cuando estaba borracho y haciendo el idiota?

– No estabas borracho y haciendo el idiota.

– Podrías haberme dado esquinazo.

Ella se rió y le pasó la mano por el pelo con gesto cariñoso.

– Anoche te comportaste como siempre desde la primera vez que te vi.

– ¿O sea?

– Amable, generoso, divertido…

– No sigas, por favor. No quiero ruborizarme. ¿Estás describiéndome a mí o a Santa Claus? -puso la misma expresión zalamera de un niño que quiere conseguir otro caramelo-. ¿No tengo alguna cualidad de naturaleza más romántica?

Las risa de Kyla burbujeó en el aire como el agua del arroyo bajo la luz del sol.

– ¿Necesitas que refuerce tu ego?

– Para empezar.

Ella lo miró con timidez pero le siguió el juego.

– ¿Qué quieres oír? ¿Que eres guapo y fogoso, que mi mejor amiga dice que eres un semental, pero un semental con buen corazón, lo cual es raro?

– ¿Tu mejor amiga? ¿Cómo ha llegado Babs hasta aquí? Yo quiero saber lo que piensas tú, no ella.

– Todo lo que acabo de decir -confesó Kyla con voz áspera.

– ¿Y hay más? -enterró la nariz en los rizos que enmarcaban la oreja de Kyla.

– ¿Debería ir tan lejos como para decirte que sólo con ver tu cuerpo me hierve la sangre?

– Suena bien.

Ella echó la cabeza hacia atrás cuando los labios de Trevor se posaron en su cuello.

– Eres increíblemente atractivo y sexy, y… -se mordió el labio inferior con los dientes.

– ¿«Y»? -la espoleó él, y le sujetó la cabeza para que lo mirara a los ojos.

– Y -añadió ella con calma- me alegro mucho de haberme casado contigo.

Trevor la empujó ligeramente por los hombros y ella se tendió sobre la toalla. Él la siguió, cubriendo parcialmente el cuerpo de Kyla con el suyo.

– Te quiero, Kyla Rule.

Los brazos de Kyla se cerraron en torno a su espalda. Las piernas desnudas de ambos se entrelazaron. Lo que sus cuerpos habían hecho hacía unas horas, sus bocas lo reemprendieron.

– ¿Te has tomado el día libre? -preguntó él con voz ronca al cabo de unos instantes.

– Ajá.

– Entonces yo también. Pero vamos a despertar a Aaron. Le daremos de desayunar y lo llevaremos a la guardería de todos modos.

– ¿Por qué?

Su marido sonrió y le lanzó una mirada pícara que hizo que su corazón palpitara más deprisa y los muslos le flojearan.

– Porque quiero pasar el día en la cama con mi mujer.

– … sí, sí…

– ¿Así?

– ¡Sí!

– Me da miedo entrar tanto, por si te hago daño.

– No… es… ah…Trevor… sí…

– Amor mío… Kyla… No puedo… ¿Cuánto rato más crees?

– Todavía no. Quiero que dure siempre.

– Yo también, pero…

– Ahora, ahora, ahora…

– Eres tan hermosa.

– Tú mirada me vuelve hermosa. Y traviesa.

– ¿Traviesa?

– Nunca me había sentado delante de un espejo para que me admiraran. Es un poco decadente, ¿no?

– Mucho. Pero es el único modo de verte toda de una vez. Levanta los brazos.

– ¿Cómo?, ¿así?

– Perfecto. ¿Le diste el pecho a Aaron?

– Unos meses. ¿Por qué?

– Por curiosidad. Tus pechos son muy bonitos. ¿He dicho algo malo?

– No, sólo que…

– ¿Qué?

– Que a veces dices cosas que me hacen sentir incómoda.

– No te sientas incómoda. Te quiero. ¿Te importa que te toque así?

– ¿Importarme? Si apenas… ah…

– Dios, mírate. Casi no te he tocado y…

– Sabes cómo tocarme… cómo…

– Sabes a leche.

– Usa el bigote…

– Dulce, dulce como la leche.

– Y la lengua…

– Sabes a Kyla.

– ¿Las cicatrices te duelen?

– No.

– ¿Nunca?

– Bueno, a veces.

– Y ésta ¿por qué dibuja una curva, desde la columna hasta el esternón?

– Ahora mismo, me alegro de tenerla.

– ¿Te alegras?

– Sí. Me encanta sentir tus labios en el pecho.

– Te besaría igual aunque no tuvieras la cicatriz.

– ¿De verdad?

– Sí. Quería besarte así en el pecho desde hace mucho.

– Eso ya no es el pecho, es el ombligo.

– Cerca.

– Hablando de cerca… mmm, ca…

– No te desvíes del tema. ¿Por qué te abrieron así?

– Porque tenía varias hemorragias internas.

– Dios mío.

– No pasa nada. Tú sigue tocándome así y se me olvidará en seguida.

– ¿Cómo, así?

– Ay, cielo, eso me gusta. Kyla… Kyla… Ay, mi amor, ay… Es la primera vez que me tocas.

– La primera vez que te vi…

– ¿Sí?

– Cuando saliste del jacuzzi…

– ¿Sí?

– Me quedé sin respiración.

– Esto es lo que lo deja a uno sin respiración… El modo como me estás tocando ahora, eso es lo que lo deja a uno sin aliento.

– … pero le dije a Babs que ni se imaginara que yo iba a subir al autobús del equipo de fútbol.

– Eras una buena chica.

– Era una cobarde, siempre tenía miedo de meterme en líos. Así que volví a casa con la banda de la que formábamos parte.

– ¿Y Babs?

– ¿Cómo has encontrado esas pecas?

– Con suerte, me imagino.

– Es una marca de nacimiento.

– Sí. Cuéntame lo de Babs.

– Bueno, cuando volvimos al instituto, bajó del autobús con un chico al que antes había llamado «cara de ratón». Tenía una… no sé… una cara…, y yo me di cuenta de lo que había pasado. Y también de que éramos distintas. Yo no podría acostarme con alguien sólo por el sexo.