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Ella se mostró muy turbada y pidió detalles. El hombre le había proporcionado un poco más de información en términos médicos. Entonces cortó antes de aclarar desde qué hospital llamaba.

La señora Mann había telefoneado a la ciudad. Se enviaron expediciones en su búsqueda, pero al cabo de un rato el propio Mann telefoneó para asegurar a su esposa que no había sufrido ningún incidente y no tenía ni la menor idea de quién podía haber sido el inventor de semejante historia.

Cuatro semanas después pasó exactamente lo mismo con la esposa del oficial Juárez, sólo que en este caso el informante aclaró que se condolía de la muerte.

Demasiadas coincidencias. Circulaba un memorándum en el que se detallaba la «broma enfermiza» que había sido perpetrada y se alertó a los oficiales para que avisasen a sus familias.

Ese memorándum había tenido como consecuencia la teoría de que el personaje que realizaba las llamadas podía ser alguien del condado, alguien que en algún momento hubiera tenido acceso a una lista de los teléfonos del departamento. El número telefónico de muchos policías, de hecho, no figura en la guía, a fin de proteger a éstos de esa clase de acoso o, peor aún, de personas a las que habían arrestado y cuyos casos habían investigado.

– ¿Figura Fielding en la guía telefónica? -pregunté.

– No lo sé -respondió Vang-, pero están diciendo que eso no tiene importancia. A causa de la web «Sunshine in Minneapolis».

– ¡Ah, claro! -exclamé, recordando.

Esa web (el Sol de Minneapolis) tomaba su nombre de las leyes de «claridad» o libertad de información que permitían el acceso a los datos públicos de procesos y oficiales. La web, creada por un matrimonio de activistas de la comunidad, era una especie de radio macuto al servicio de la ciudad. La información proporcionaba números de teléfono e incluso direcciones de oficiales de la policía y ayudantes del sheriff, todas ellas recogidas incidentalmente de varios informes y actas de tribunales que en cierto momento se habían hecho públicos. Según los creadores de la web, los policías tendrían que pensárselo dos veces antes de acusar a los ciudadanos inocentes si éstos sabían que su número de teléfono y dirección estaban a disposición de los internautas.

– ¿Quieres decir que los teléfonos de Mann y Juárez figuraban en esa página web? -pregunté, mientras cruzábamos la vía del tren y nos acercábamos a mi casa.

– Juárez figura en la guía de teléfonos-me respondió Vang-, y los tres aparecen también en la página web. Nada está escrito en piedra, pero eso es un camino para que los psicópatas puedan obtener sus números.

– Esa web me pareció divertida en su momento -dije meneando la cabeza-. Yo también salgo en ella. Se dice que estoy casada con un policía de Minneapolis. Shiloh y yo nos reímos mucho cuando lo vimos.

– Pues en la ciudad nadie se ríe. Algunos están diciendo que pueden prohibir esa dichosa página si se demuestra que puede servir de ayuda a los desconocidos que practican el acoso de mujeres.

– Me parece muy bien -dije cuando el coche se arrimaba al bordillo.

– Nos vemos en el trabajo -se despidió Vang.

Disfruté aún más de la ducha por el hecho de haber tenido que retrasarla. Comencé a tener una buena impresión del día. Seguramente me daría tiempo de parar un momento y comprar un bagel. Me llevaría uno para Vang, a pesar de que no conocía sus gustos en la materia. Los de Genevieve sí que los habría sabido: un bagel de tomates secos recubiertos con parsimonia de una capa de queso ligero y cremoso. Vang, más joven, delgado como un palo y del género masculino empezaría el día, quizá, con un donut.

Con el pelo húmedo y de nuevo vestida, con mi bolso en el hombro, me dirigía hacia la puerta trasera. El sol resplandecía por la ventana de la cocina que daba al este, y brillaba tanto que estuve a punto de no advertir el mensaje que el contestador anunciaba. A punto.

– Este mensaje es para Michael Shiloh -dijo una voz desconocida-. Le habla Kim, de la unidad de entrenamiento de Quantico. Si ha tenido problemas para llegar hasta aquí o se ha visto retrasado, necesitamos que nos informe de ello. Su clase presta juramento hoy. Mi número de teléfono en la unidad es…

Volví a oír el mensaje, por si le encontraba algún sentido. Nada nuevo agregaron las palabras de Kim oídas por segunda vez. La preocupación me formó un nudo en la garganta.

«Vamos -me dije-. Tú sabes que está allí. El mensaje sólo es un enredo burocrático. Así son los federales: cada diez años hacen un censo y descubren que han perdido a algunos cientos de miles de entre nosotros. La llamaré y me dirá que se trataba de un error.»

Llamé.

– Buenos días -dije cuando contestaron-. Me llamo Sarah Pribeck. Dejó usted un mensaje en mi contestador preguntando por Michael Shiloh, mi marido. Creo que debe de haberse retrasado. Sólo quiero estar segura de que ya está allí.

– No está aquí -dijo Kim en tono inexpresivo.

– ¿Está usted segura? Yo creo que…

– Sí, estoy segura -me respondió-. Mi trabajo consiste precisamente en saberlo. ¿Dice usted que no se encuentra en Minneapolis?

– No, no está aquí -dije tras un momento de silencio. Los músculos de mi garganta comenzaron a hacer esfuerzos extraordinarios para tragar saliva.

– Algunas personas cambian de idea -me explicó-. A veces no les gusta la idea de llevar armas…

– No, no se puede tratar de eso. Ahora mismo salgo hacia allí. -Y con esta abrupta despedida, colgué el auricular.

Mi primer pensamiento es que había sufrido un grave accidente de coche, quizás en el camino al aeropuerto. Pero eso era imposible. En caso de accidente, no necesariamente se les tendría que haber notificado a los de Quantico y Kim. Shiloh debía de llevar consigo su permiso de conducir de Minnesota, en el que consta la dirección de su casa. Siempre avisan a la familia. En cambio, sólo Kim había llamado para notificarme.

Llamé de inmediato a Vang.

– Tardaré cosa de una hora en llegar allí -le anuncié-. Tengo que arreglar un asunto. Lo siento.

– ¿Algo respecto a un caso determinado?

– Un asunto personal -respondí evasivamente-. Espero llegar pronto -volví a disculparme antes de colgar.

Shiloh no estaba en Quantico. ¿Qué significaba esto?

Si hubiera cambiado de planes, si hubiera decidido no ingresar en la Academia,.me lo habría dicho. Y se lo habría comunicado a ellos. Pero no era ése el problema, porque no había razón para que cambiase de planes. Él deseaba ir allí. Si no estaba en Quantico, algo malo habría pasado.

¿Se había ido más allá de Virginia?

De modo que la primera indagación que era necesario hacer era si estaba en Virginia o en Minnesota. Si no podía así limitar las posibilidades, me vería obligada a emplear una enorme cantidad de tiempo, ya que no podía desarrollar dos planes a la vez.

Busqué en el listín telefónico el número de Northwest Airlines.

– Necesito una comprobación acerca de un pasajero del vuelo 235 a Reagan del domingo -le expuse a la empleada.

– ¿Cómo dice? -respondió-. Es imposible, no podemos…

– Darme esa información ya lo sé. Soy una detective del condado de Hennepin. -Me cambié el auricular de oreja mientras escarbaba en uno de mis bolsillos-. Dígale al supervisor de billetes que mi nombre es Sarah Pribeck y que estaré allí dentro de veinticinco minutos con una solicitud firmada en papel oficial.

Capítulo 6

El tráfico no era demasiado denso a media mañana. Había oscurecido un poco; desde el oeste se acercaban nubes amenazadoras. Al girar hacia el este por la 494, los familiares aviones rojos y grises de la Nortwest despegaban y se lanzaban al cielo justo sobre mí.