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– ¿Quería usted verme? -dije, manteniéndome de pie en el marco de la puerta.

Prewitt levantó la vista de su trabajo. Era un hombre de unos cincuenta y cinco años, aunque de apariencia juvenil. No había perdido nada de su cabellera, en otro tiempo de color zanahoria, tal como lo mostraban las fotos de sus días en uniforme, y ahora con canas.

– Por favor -dijo-. Entre y tome asiento.

Hice lo que pedía.

– He visto su informe. Dígame qué ha sucedido.

Me pasé una mano por los cabellos, un gesto para el que ya no tenía edad, e intenté hacer un buen resumen.

– Shiloh debía partir para Quantico el domingo en el vuelo de las dos y media -comencé-. No lo hizo. Su equipaje estaba en casa. No llamó, no dejó ni una nota. Investigué las fuentes usuales (hospitales, patrulla de autopistas) y no hallé ningún indicio de accidente.

– ¿Llamó a sus amigos? -preguntó Prewitt con un ademán de cabeza.

– Hablé hace poco con Genevieve, quiero decir con la sargento Brown, y estoy segura de que no ha recibido noticias de él. Shiloh tenía también una relación estrecha con el teniente Radich, quien tampoco ha aportado nada al caso.

– ¿Sólo ha hablado con esas personas?

– Bueno, no -repuse-. Llamé al agente del FBI que trabajó con él en el caso Eliot, y hablé con los vecinos, por supuesto. -Lo pensé y, verdaderamente, no era mucha gente. Me mordí el labio inferior, reseco-. Shiloh no era…

– No era lo que se suele decir sociable. ¿No es eso, detective Pribeck?

– Sí, señor.

– ¿Qué hay de la familia?

– No mantenía relación con ellos.

Prewitt arqueó una ceja y permaneció un momento meneando la cabeza, como para sí mismo. Yo no había dicho nada que no fuese cierto, pero me enfadé conmigo misma al pensar que estaba exhibiendo los rincones más oscuros de Shiloh ante el teniente Prewitt, que no era su superior. Shiloh pertenecía a la policía del estado y no a la del condado de Hennepin.

– ¿Cómo iban sus relaciones de pareja?

– Bien.

– ¿Bebía Shiloh?

No importaba hasta dónde llegase. Los policías son categóricos.

– No, no bebía.

Prewitt suspiró, como un médico que no puede encontrar nada en un paciente, mientras aguardan seis más en la sala de espera.

– Bueno -dijo-, ¿qué piensa hacer ahora? -Lo dijo en un tono llano, apenas con una inflexión interrogativa.

– Investigaré.

– Incurriría un conflicto de intereses. Pienso que podríamos darle un permiso por motivos personales.

– Lo comprendo. Sé que se trata de un conflicto -respondí- pero no se trata de la clase de conflictos de intereses que se presentan normalmente. No estoy investigando el caso en que un miembro de mi familia resulte sospechoso, ni intento arrestar a alguien por un crimen que ha cometido contra una persona que me es cercana. -Hice una pausa para poner en orden mis pensamientos-. Shiloh ha desaparecido. No puedo dejar que otros se encarguen de encontrarlo.

Con su pluma, Prewitt tamborileó sobre su libreta y me miró de arriba abajo.

– Créame, detective Pribeck, no soy insensible a su… a su situación.

Me pregunté qué palabras habían pasado por su mente antes de elegir ésas.

– De todos modos, resulta justo que usted se ocupe del asunto de una manera extraoficial. No soy ingenuo -continuó dando un pequeño golpe con su pluma en una carpeta-. Me doy perfecta cuenta de que su condición profesional le permite interrogar. No pretendo que no use su condición en este departamento. Precisamente por eso, debe usted considerarse una representante del departamento del sheriff, al margen de si se le concede un permiso por motivos personales. Eso debe reflejarse en su comportamiento, detective Pribeck.

– Lo comprendo -dije.

– Otra cosa: no estoy demasiado seguro del apoyo que le podamos brindar.

No supe qué decir. Afortunadamente, Prewitt continuó.

– Shiloh vivía en Minneapolis. Es un caso para la policía del estado. Por lo general no nos implicamos en casos de esta clase, un desaparecido adulto y de sexo masculino, cuando ocurre en su jurisdicción. -No se extendió en los detalles-. De todos modos, desafortunadamente, tendríamos a dos personas de baja en la división de investigaciones: usted y Brown.

– Lo sé -repuse.

– Nos gustaría ofrecerle más ayuda, pero a la vista de esa situación, realmente no puedo hacerlo.

– Lo sé -repetí.

– Por supuesto que su informe seguirá su curso. Todos sabemos que se trata de uno de los nuestros. Creo que la preocupación por el caso en el departamento es mayor de la habitual. -Permaneció un momento en silencio-. ¿Es verdad que no tenía coche?

– Lo tuvo. Lo vendió hace una semana.

– Ya, comprendo.

Me pareció que en sus palabras había cierto tono de despedida y consideré que debí ponerme de pie; sin embargo, quedaba algo que yo quería preguntar.

– ¿Qué sucede, detective Pribeck? -Me miró a los ojos.

– Hay algo… -trataba de expresarlo con sumo cuidado-, algo que investigaría si hubiese ocurrido en nuestra jurisdicción. Pero no es así, y no sé si podré seguir en el caso.

– La verdad, no es usted demasiado clara -dijo Prewitt cerrando los párpados. Sus palabras eran un poco sardónicas, pero también había en ellas auténtica curiosidad. Yo ya había hablado demasiado, de modo que tenía que continuar.

– Ayer noche estuve en el depósito de cadáveres -comencé-. El ayudante del forense me llamó por teléfono. Quería que yo realizara una identificación visual de un cuerpo que él pensaba podía ser el de Shiloh. No lo era.

– Lo lamento -se limitó a decir Prewitt-. Son cosas que pasan.

– Es posible -continué-, pero es que Shiloh tenía una cicatriz en la palma de la mano derecha. Este punto debería formar parte de la descripción en el informe de desaparición. Estaba muy claro que no había sido registrado. Me pregunto si debería ir hacia allí para comentarlo a alguien. -«Allí» era el despacho del médico. Prewitt comprendió a qué me refería, pero por su expresión vi que no estaba de acuerdo.

– Me suena a una simple negligencia. Tuvo usted mala suerte al tener que ir hasta allí, pero esos errores suceden de vez en cuando.

Permanecí en silencio. Una vez más había perdido el turno para pedir el permiso.

Quise decirle algo que sólo en ese momento se aclaraba en mi mente: Rossella había dicho que sentía mucho el haberme molestado, pero ahora tenía la impresión de que escondía una satisfacción secreta. No obstante, no podía decirle eso al teniente Prewitt. Las sensaciones son sólo sensaciones; no podía esperar que se utilizaran como base de la acción.

– ¿Hay algo de lo que no me ha hablado? -insistió el teniente.

Toqué mi alianza de cobre. Me decidí a hablar.

– Dijo que había descoyuntado algunos dedos del cadáver para tomar huellas dactilares.

Finalmente había despertado el interés de Prewitt.

– ¿Dijo eso? -exclamó arqueando las cejas-. Eso sí es un poco inusual.

– Es muy inusual -subrayé-. Por lo que él sabía, podía tratarse de mi marido. Nunca había escuchado a un patólogo o a un forense decir eso delante de un familiar del muerto.

– Quizás haya sentido que podía hablar abiertamente con usted debido a su oficio. Hay veces en que las personas que trabajan conjuntamente con los agentes de policía no cuidan las formas; sienten necesidad de dirigirse rudamente a los agentes, puede que para impresionarlos -dijo Prewitt con extrema lentitud-. No creo que pretendiera ofenderla. Los familiares de las víctimas tienden a ver conductas inapropiadas cuando sólo se trata de un comportamiento inocente. -Se detuvo un momento y luego continuó-. No creo que deba proseguir usted por ese camino… a menos que lo haga por su propia cuenta, claro.

– No, estoy segura de que tiene usted razón -repliqué.

«Bien hecho, Sarah -me dije, enojada conmigo misma-. Tu marido ha desaparecido. ¿Qué es lo mejor que puedes hacer ahora? ¡Ya lo sé! Investigar la carrera del ayudante del forense.» De hecho, no había mencionado el nombre de Rossella.