Desde que había llegado a Utah me había convertido en cierto modo en el representante de Shiloh ante su familia y me estaba enfadando en su nombre por comentarios inocuos que yo interpretaba como juicios de valor. Tragué saliva.
– No, no me has ofendido -aseguré.
– ¿En qué puedo ayudarte? -preguntó Bill. Parecía algo más amable y se le veía un poco cansado. Yo también lo estaba-. Quiero decir, ¿por qué piensas que Mike está en Utah?
– No pienso eso -repliqué-. He venido para averiguar más de su familia antes de encontrarlo a él. Tal vez me ayude, tal vez no. -Advertí que no había formulado la pregunta más obvia-. No has sabido nada de él, ¿verdad?
– No.
– ¿Cuándo fue la última vez?
Mi pregunta lo pilló desprevenido, lo mismo que le había ocurrido a su hermana.
– No he vuelto a hablar con él desde que se marchó de casa.
Asentí. Me pareció que aquél era un momento tan bueno como cualquier otro para preguntarle lo que me rondaba por la cabeza.
– Naomi me ha contado que tú presenciaste unaescena a raíz de la cual él acabó marchándose de casa poco después. ¿Es verdad?
– Sí. ¿Tiene algo que ver con que haya desaparecido ahora?
– No lo sé -respondí-. Es una parte de su vida de la que apenas sé nada. A mí me contó que se había ido porque se estaba distanciando del pensamiento religioso en el que os habíais criado.
– ¿Eso te dijo? -Bill arqueó las cejas-. No, yo no lo recuerdo así. -Sacudió la cabeza con énfasis.
– Entonces, ¿por qué fue?
– Por cuestiones de drogas.
– ¿Hablas en serio? -Vi que sí-. ¿Era consumidor habitual?
– ¿Habitual? No lo sé -respondió-. Mi padre lo pescó en casa.
– Pues Naomi no ha mencionado nada al respecto -comenté.
– Es muy probable que Naomi no lo sepa -dijo Bill-. Bethany y ella eran aún demasiado pequeñas, y mis padres las protegían mucho de todo lo que ocurría a su alrededor, pero yo estaba en medio. ¿Quieres que te cuente toda la historia? -Sí.
– Ocurrió la víspera de Navidad.
Los puntos brillantes de la foto no eran luciérnagas sino luces navideñas.
– Al día siguiente venían a comer muchos invitados. Yo había vuelto a casa del colegio, y al día siguiente por la tarde iba a venir Adam, después de que él y Pam, su mujer, y el bebé, pasaran la mañana de Navidad en casa de la familia de ella, en Provo. Así que, por una noche, tuve una habitación para mí solo; Mike ocupaba la habitación de Sara, y las niñas estaban en la suya de siempre. A la noche siguiente, yo dormiría con Mike, mientras que Adam y su mujer lo harían en el otro dormitorio.
»Por aquel tiempo yo salía en serio con una chica llamada Christy. Le había prometido que la llamaría cuando fuera medianoche para felicitarle la Nochebuena. Christy había ido a casa de su familia en Sacramento, por lo que tenía que telefonearla a la una de la madrugada. Me levanté de la cama sin hacer ruido porque todo el mundo se había acostado. La llamé y, mientras volvía al piso de arriba subiendo la escalera de puntillas, vi que una chica salía del baño, cruzaba el vestíbulo, entraba en la habitación donde dormía Mike y cerraba la puerta.
– ¿Y no reconociste a tu hermana?
– No, estaba bastante oscuro y, además, se había cortado el pelo, por lo que no llevaba melena sino una cola de caballo corta y gruesa. Vi que llevaba una camiseta de Mike. Me quedé inmóvil, pensando, «no puedo creerlo». Mike siempre había tenido muchos… bueno, mucha sangre fría, pero traerse a casa a una chica la víspera de Navidad me parecía un poco excesivo.
»Entonces mi padre se levantó porque había oído ruidos. Abrió la puerta de su cuarto, me vio y me preguntó qué ocurría. -Bill hizo una pausa y se quedó unos instantes callado. Luego añadió-: He pensado muchas veces en esa noche. Si en aquella época hubiera sabido lo que ahora sé, creo que le habría dicho: «Nada, no pasa nada, vuelve a la cama».
»Pero pensé que Mike se había traído a una amiga a la casa, a una chica a su habitación, y era la víspera de Navidad y todos estábamos allí, y que lo único que yo había podido hacer era llamar a mi chica por teléfono y decirle que la echaba de menos y que tenía muchas ganas de verla. Aquello me había molestado y por eso le conté a mi padre que Mike estaba en su cuarto con una muchacha. -Bill bajó la voz como si reviviera el momento-. Mi padre me miró, incrédulo, pero se puso la bata y salió. Se dirigió a la puerta de Mike, se volvió y me miró como advirtiéndome de que me iba a ver en un buen lío si allí no había nadie. Luego abrió la puerta y encendió la luz.
»Y allí se acabó la paz navideña. Se puso a gritar y a soltar palabras soeces que nunca le había oído pronunciar, y yo intenté ver qué ocurría, pero cerró la puerta a sus espaldas.
»Seguí oyéndolo chillar dentro de la habitación y mi madre salió de su cuarto y Bethany del suyo. No entiendo cómo Naomi no se despertó con todo el follón, y el cabo de un par de minutos, la chica salió del cuarto de Mike y descubrí que se trataba de Sara.
»Todavía llevaba la camiseta de Mike y unos pantalones de chándal, los zapatos en la mano y una bolsa colgada del hombro. Bajó las escaleras corriendo y se marchó sin detenerse siquiera a ponerse los zapatos. Me asomé al cuarto de Mike y lo vi sentado en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos, y entonces papá nos dijo a Bethany y a mí que nos acostáramos, y lo dijo muy en serio.
»Yo no comprendía por qué se enfadaba tanto con Mike sólo porque éste le había buscado a Sara un sitio donde estar, pero estaba claro que ocurría algo más. Era la víspera de Navidad y Mike se marchó a altas horas de la noche. Al día siguiente, mi padre nos congregó a todos y nos dijo que había encontrado a Sara y a Michael tomando drogas juntos.
– ¿Qué clase de drogas?
– No lo dijo, pero debió de ser algo peor que un cigarrillo de marihuana, y con eso no quiero decir que un poco de marihuana no hubiese sido malo. -Se irguió en su asiento-. Voy a preparar café. ¿Te apetece una taza?
– Sí, estupendo.
Cuando Bill volvió con las dos tazas, le dije:
– Naomi me ha dicho que Sara se marchó por su propia voluntad y, según tu relato, fue expulsada de la casa.
– Se marchó por su propia voluntad -convino Bill tras reflexionar unos instantes-. Pero me imagino que mis padres le dijeron que si se marchaba, no volviera hasta que estuviese dispuesta a acatar las normas de la casa, y que no se presentara sólo a pedir dinero, a comer un plato caliente o a lavarse la ropa. Un amor muy duro, el suyo, ¿no?
– Mmm -dije, sin comprometerme. No estaba allí para opinar sobre métodos educativos-. Y antes de Navidad, ¿no sabías que tu hermana tomaba drogas?
– Yo no, pero mis padres tal vez sí -respondió Bill removiendo la crema en el café.
– ¿Y no has vuelto a saber de ella desde que se marchó?
– No, nadie de la familia ha vuelto a tener noticias suyas. Ahora escribe poesía, le han publicado poemas pero utiliza un nombre totalmente distinto. Sinclair, el apellido de soltera de mi abuela, y ahora el apellido de su marido es… Ahora mismo no me acuerdo.
– Goldman -dije. El nombre lo había sacado de mis dotes de observadora. En la librería de casa, en Minneapolis, había unos estilizados libros de poesía. Uno de ellos lo había escrito Sinclair Goldman.
– Sí -asintió-, Goldman. También sabía el nombre de pila del marido. Creo que empezaba por «D». Era judío. -Hizo una pausa y añadió-: Es curioso… Si un amigo de un amigo no me hubiera dicho que escribía poesía, habría podido pasar ante su libro en una tienda y no haber adivinado nunca que la autora era mi hermana.
– Aparte del incidente de la droga, ¿recuerdas si tu hermana llevaba una vida agitada?
– ¿Agitada? -repitió Bill-. La verdad es que no, pero era una persona inamovible. Si quería ver a sus amigos lo hacía, aunque para ello tuviera que salir de casa a escondidas. Creo que a mis padres los asustaba tanto como los enojaba. Era sorda y eso la hacía vulnerable, por más que ella no quisiera admitirlo. Y además, estaba lo de hablar con palabras o hablar con las manos.