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—Después de cómo se portó contigo... Simeon se echó a reír.

—El pasado, pasado está... Éste es el espíritu del cristianismo, ¿no, Lydia?

Ésta había palidecido. Con voz seca, replicó:

—Veo que este año se ha preocupado mucho por las fiestas de Navidad.

—Quiero estar rodeado de mi familia. Paz y buena voluntad. Soy un viejo. ¿Te vas, hijo?

Alfred había salido apresuradamente de la habitación. Lydia se detuvo un momento antes de seguirle.

—La noticia le ha trastornado. Él y Harry nunca se llevaron bien. Harry se burlaba de Alfred. Le llamaba: «Lento y Seguro».

Lydia abrió la boca. Estaba a punto de hablar; luego, al notar la anhelante expresión del viejo, se contuvo. Comprendió que aquel dominio de sí misma decepcionaba a su suegro. El notar esto le permitió añadir:

—La liebre y la tortuga, ¿no? De todas formas, la tortuga gana la carrera.

—No siempre —replicó Simeon-. No siempre, mi querida Lydia.

—Perdone que vaya a acompañar a Alfred —sonrió Lydia-. Las emociones inesperadas siempre lo trastornan.

El anciano rió de nuevo.

—Sí, a Alfred no le gustan los cambios.

—Pero Alfred le quiere a usted mucho.

—Y eso te extraña, ¿verdad, Lydia? —A veces sí.

Cuando la mujer salió de la estancia, Simeon quedóse mirando hacia la puerta por donde había salido. Rió suavemente y se frotó las manos.

—Nos vamos a divertir mucho, mucho —dijo-. Estas Navidades van a ser algo fantástico.

Haciendo un esfuerzo se puso en pie y, con ayuda de su bastón, cruzó la habitación. Llegó hasta una gran caja de caudales que se hallaba en un extremo de la estancia. Hizo girar la combinación. La puerta se abrió y el viejo rebuscó con mano temblorosa en su interior. Sacó un maletín de cuero y, abriéndolo, jugueteó con un montón de diamantes sin tallar.

—Bien, hermosos, bien. Siempre iguales. Siempre mis viejos amigos. Aquellos tiempos eran buenos. A vosotros, amigos míos, no os cortarán ni pulirán. No colgaréis del cuello de ninguna mujer, ni de sus orejas, ni os ostentarán en sus dedos. ¡Sois míos! ¡Mis viejos amigos! Nosotros sabemos bastantes cosas secretas, ¿verdad? Dicen que soy viejo y estoy enfermo, pero aún no estoy acabado. Aún le queda mucha vida al viejo perro. Y la vida tiene, todavía, muchas cosas divertidas. Podremos divertirnos.

SEGUNDA PARTE

23 DE DICIEMBRE

Capítulo I

Tressilian acudió a responder a una llamada a la puerta. Ésta había sido inusitadamente agresiva, y antes de que pudiera atravesar el vestíbulo, el timbre volvió a sonar.

Tressilian enrojeció. ¡Era indigno llamar así a la casa de un caballero! A través del biselado cristal de la parte superior de la puerta percibió la silueta de un hombre bastante alto, con un sombrero de fieltro. Abrió. Tal como se había figurado, era un desconocido y vestido con bastante sencillez y con un traje de color y dibujo más que chillones. ¡Algún pordiosero!

—¡Pero si es el mismísimo Tressilian! —exclamó el desconocido-. ¿Cómo estás, Tressilian?

Tressilian miró a su interlocutor, respiró muy hondo, volvió a mirar... aquella barbilla saliente y arrogante, la aguileña nariz, los alegres ojos... ¡Sí, todo ello le recordaba cosas pasadas! Hacía muchos años... Pero...

—¡Mister Harry! —exclamó. Harry Lee se echó a reír.

—Parece que te doy una gran sorpresa. ¿Por qué? Supongo que me esperan, ¿no?

—Desde luego. Claro...

—Entonces, ¿por qué esa sorpresa?

Harry dio unos pasos atrás y dirigió una mirada a la casa. Sólida pero nada artística: masa de ladrillos rojos.

—Tan fea como siempre —comentó-. Pero lo importante es que aún se tenga en pie. ¿Cómo está mi padre, Tressilian?

—Es casi un inválido, señorito Harry. Se pasa el tiempo en su habitación, casi sin salir. Pero aparte de eso, está perfectamente.

—Eso le ocurre a causa de sus pecados.

Harry Lee entró en la casa y dejó que Tressilian le librase de su bufanda y teatral sombrero.

—¿Cómo está mi hermano Alfred?

—Muy bien, señorito Harry. Harry sonrió.

—Estará deseando verme, ¿no?

—Así lo creo.

—Pues yo no. Creo todo lo contrario. Estoy seguro de que mi llegada le hará el mismo efecto que una purga. Alfred y yo nunca nos hemos llevado bien. ¿Has leído alguna vez la Biblia, Tressilian?

—A veces.

—Recuerdas la parábola del regreso del hijo pródigo? ¿Recuerdas que el hermano bueno no se puso contento? ¡Se disgustó! El bueno de Alfred tampoco se alegrará.

Tressilian permaneció callado, con la mirada baja. Su aspecto revelaba protesta ante las palabras del recién llegado. Harry le dio unas palmadas en la espalda.

—Vamos, viejo, que el bien cebado carnero me aguarda —dijo-. Condúceme al sitio donde se encuentra.

—Si hace el favor de seguirme le acompañaré al salón —dijo Tressilian-. En estos momentos no sé dónde están los demás... como ignoraban la hora de su llegada no pudieron enviar a nadie a esperarle a la estación.

Harry asintió con un movimiento de cabeza. Siguió a Tressilian, volviendo a cada instante la cabeza, para mirar a su alrededor.

—Todo sigue en su sitio —comentó-. En los veinte años que he estado fuera de aquí, me parece que no ha cambiado nada.

Entró en el salón. El viejo criado murmuró:

—Iré a ver si encuentro al señorito Alfred o a su esposa.

Harry Lee entró en la estancia y de pronto se detuvo, mirando fijamente a la figura sentada en el alféizar de una de las ventanas, deteniéndose particularmente en el negro cabello y la suave y exótica epidermis.

—¡Dios santo! —exclamó-. ¡Es usted la séptima y más bella esposa de mi padre?

—Soy Pilar Estravados —anunció-. Y usted debe ser mi tío Harry, el hermano de mi madre, ¿no? —Entonces... usted es la hija de Jenny.

—¿Por qué me ha preguntado si era la séptima esposa de su padre? —inquirió Pilar-. ¿Es que se ha casado seis veces?

Harry se echó a reír.

—No, creo que sólo ha tenido una esposa oficial. Pero hablando de ti, Pilar, me asombra ver una flor tan hermosa florecer en este mausoleo, en este museo de muñecos de paja. Siempre me había parecido sombría esta casa, pero ahora que vuelvo a verla me parece aún más sombría. —Pues yo la encuentro muy bonita —replicó Pilar, extrañada-. Los muebles son muy buenos, hay muchas alfombras y muy gruesas. Y la mar de adornos. Todo es de muy buena calidad y muy caro.

—En eso tienes razón —sonrió Harry, mirándola divertido-. Pero aún no me ha pasado el asombro de verte en medio de todo ello...

Se interrumpió al entrar Lydia en el salón.

—¿Cómo estás, Harry? —saludó la recién llegada-. Soy Lydia, la mujer de Alfred.

Harry estrechó la mano de Lydia, examinando rápidamente su inteligente rostro y diciéndose que muy pocas mujeres andaban c: :no aquélla.

Lydia a su vez le observó con una mirada.

«Parece duro —pensó-. Es atractivo, pero no me fiaría de él.»

—¿Cómo encuentras esto después de tantos años? —preguntó, sonriente-. ¿Igual o muy cambiado? —Casi exactamente igual —miró en torno suyo-. Este salón ha sido cambiado.

—¡Oh, muchas veces!

—Quiero decir que tú lo has transformado, sin añadir nada.

Harry le dirigió una rápida mirada y astuta sonrisa que recordó a Lydia la del anciano Lee.

—No sé quién me dijo que Alfred se había casado con una muchacha de clase. Creo que sus antepasados llegaron aquí con Guillermo el Conquistador, ¿no?

—Es posible, pero de entonces acá hemos cambiado un poco.

—¿Y los demás? ¿Desparramados por toda Inglaterra?

—No. Están todos aquí para pasar juntos las Navidades.