Saludos y mil abrazos a los amigos, y a ti los recuerdos de mil años atravesando puentes desde tu casa a la mía.
Fernanda
San Salvador, 21 de septiembre de 1979
Muy querido Juan Manuel Carpio,
Recibí tu carta de Mallorca, y siento que tienes razón. Mis últimas cartas no fueron muy lindas, ni muy cariñosas, y eso te ha de haber herido. Te pido perdón. Estoy segura de que la de hoy, en la cual tengo mucho que decirte, te herirá menos, por ser más real y más mía.
Primero, el viaje de septiembre se canceló. Al fin, mandaron a otro de la oficina, un vendedor que acaba de casarse y se aprovechó para que viajara con su esposa y pasara su luna de miel allá, mientras asistía al curso. Tengo que admitir que me pareció una decisión muy humana y correcta. Por más que yo tenía realmente muchas ganas de ir. Tal vez más adelante.
Ahora te hablaré de mí, de mi estado de ánimo, con la mayor honradez y cariño, que te debo, que me debo.
He pasado este tiempo bastante sola. Recuperando mis lugares, mis costumbres, mi soledad. Quizás por eso te rechacé bastante en estos días, y eso me impulsó a escribirte cartas tan frías. Tenía muchas ganas de estar completamente sola y que me dejen pensar y actuar con tranquilidad. Y mucho se ha conseguido. Para comenzar, estoy tranquila y contenta. He arreglado bastante mi casa, que tenía bastantes cosas en estado de reparación y limpieza. Ahora, ya parece mía otra vez. No he visto gente para nada. Y he salido poco, porque el tiempo ha estado muy lluvioso. Y los niños no pueden salir con esta lluvia. En fin, muy casera, me he comprado unos buenos discos, y he recuperado en la casa la serenidad de los espacios en paz. Hasta se ve más grande. En la oficina, he pedido que me aumenten el sueldo, y con eso las horas de trabajo. En el mes de octubre empiezo a trabajar a tiempo completo, y espero que se resolverán estos absurdos problemas que es tan ridículo tener. En cuanto a Enrique, ha escrito varias veces. Parece que le hacemos bastante falta, y que realmente nos quiere mucho. Va a regresar, quizás a fines de septiembre o en octubre, y vamos a hacer el intento de limpiar la mesa de tanta cosa equivocada que ha sucedido. Yo también creo sinceramente que eso es lo que debemos hacer, ya que Enrique adora a sus niños, y si puede funcionar la cosa, pues tanto mejor. Espero que ahora, armada de mi nueva y duramente recuperada tranquilidad, no me deje tan fácilmente arruinar la existencia de nuevo. Y que los dos estemos más atentos a no repetir tanto error espantosamente caro para el mínimo bienestar. Confío en que estarás de acuerdo con esto, aunque sé que te vas a sentir triste. Pienso que es lo más limpio que puedo hacer, y lo más de acuerdo con la realidad.
De cualquier manera, y pase lo que pase, tendrás en mí la más admiradora y la más fiel amiga, con un enorme amor para ti. Escríbeme, te lo ruego, tu reacción y tus sentimientos. Abrazos,
Fernanda
Muchas cosas más, buenas y malas, habrían de ocurrir todavía entre Fernanda y yo, por supuesto. Y entre Fernanda y Enrique, y hasta entre los tres. Y, aunque esta carta habla, cuando menos entre líneas, del fin de algo, también contiene, para mí, un elemento auroral, algo profundamente umbral, casi de puerta de entrada a una nueva realidad, y de nuevo giro -tal vez más profundo que nunca- en nuestra relación, a pesar de su apariencia y de las cosas que en ella se afirman. O es que, sencillamente, por más que recuerdo el impacto brutal que me produjo y la inmensa pena que sentí al leerla y releerla mil veces, yo siempre me negué a que la distancia geográfica y circunstancial que había entre Mía y yo adquiriera el más mínimo matiz de dramatismo, de culpa o de error achacable a ella o a mí. A nosotros, como en tantas otras oportunidades ya, lo único que nos falló siempre, que nos falló de entrada, eso sí, fue nuestro Estimated time of arrival. Pero eso no había dependido jamás de nosotros sino de unos dioses adversos y, por consiguiente, lo nuestro tendría que desembocar siempre en un futuro risueño y mejor, en un descarado optimismo que nos permitiera afirmar, cada vez con mayor entusiasmo, que el verdadero milagro del amor es que, además de todo, existe.
Y ahí está la copia del cuaderno hecha por Mía, llenecita de frases que, sin duda alguna, pertenecieron a las cartas que comentaron la suya y que además motivaron la siguiente carta que recibí de ella. Empiezo, pues, citándome:
Recibí tu efusiva… ¡Aleluya por tus decisiones! ¡Aleluya, porque hacen de las suyas!… Aunque no te lo creas, por momentos tu carta desborda en generosidades, como la antigua leche, en tiempos de la nata… Por lo demás, mi redundada Mía, hay que saber apreciar la calidad de la melcocha… Aunque bueno, debo reconocer también que todos los seres que me va tocando querer y respetar en esta vida tienen varias personalidades trenzadas y hasta entrencaramadas…
Lo que sí, Mía, todos tenemos tristezas, desencantos, amarguras. Algunos por culpa de su costilla, otros por locura de corriente alterna… Por eso llegan tan rápido como se van, gracias a Dios, los momentos esos en que no puedes contar con nadie, así sepas que te quieren.
Un dato muy objetivo. No bien termine estas vacaciones, que en tu país llaman vacación, muy singularmente, y casi como si de algo sacerdotal se tratara, iré unos brevísimos días de gira por México. ¿Crees que podríamos sintonizar algo? Tu respuesta la espero con perruna mirada de pongo a misti, en novela de mi genial compatriota José María Arguedas. Entre tanto, efusiones abrumadoras y copa en mano, en posición y actitud de brindis de un bohemio con una reina, y en compañía de don Julián, que agradece, en piyama y con sarita, eso sí, tu existencia y la de Palma de Mallorca, y la de Charlie Boston, que desayuna brindando con Chivas, por tu culpa, dice él.
Las líneas que vienen enseguida me las esperaba todas, pues son una lógica respuesta, una reacción muy sana y normal, a las cosas tan serenas y alegres que le decía yo a Fernanda, al comentar su carta. Indudablemente, yo me había aferrado desesperadamente a las enseñanzas del refrán «Quien mucho abarca, poco aprieta», para que a Fernanda no se le ocurriera, un solo instante, dar por terminada nuestra relación, ni siquiera en su aspecto epistolar. Del comentario que ella hace de mi carta, sólo me sorprende lo del second best, que no me suena a mí, francamente, pero que debo aceptar, puesto que lo escribí. En el fondo, deseándolo o no, tanto ella como yo habíamos estado esperando que fuera Enrique el que diera el paso en falso, el que por fin una noche de violencia y borrachera tirase la puerta y se largara a Chile para siempre, ahora que ya podía regresar a su país tan desesperadamente. Pero luego resulta que el araucanazo de la crin azabache se había largado ma non troppo, porque al partir había afirmado que adoraba a todo el mundo en esa casa y que no aguantaría mucho tiempo lejos de su mujer y de sus hijos, dejándonos a todos bastante fuera de juego, la verdad, aunque también hay que reconocer que la muy tonta de mi Fernanda se había conmovido como una niña inocente con el regreso de Enrique, que a mí me sonaba a caballo de Troya, más bien. Yo no contaba con este regreso, sinceramente, y estoy seguro de que tampoco Fernanda contaba mucho con él. Pero terminó conmovidísima con el pronto retorno a casa del gigantón ese, conmovida de la pura sorpresa que se llevó al verlo reaparecer tan rápido y de tan buena traza y tamañas intenciones. Lo que es la vida.