Efusiones como chorro de ballena. Te extraño y te quiero HORRORES.
Juan Manuel
Me avergüenzo aún de haber escrito aquellas cosas, cuando releo la siguiente carta que recibí de Mía.
San Salvador, 26 de febrero de 1980
Mi queridísimo Juan Manuel Carpio,
Tú siempre tratando de hacerme reír. Acabo de recibir tu breve carta, muy preocupada eso sí por los que estamos aquí, por ti mismo, en México, en Lima, y ya de regreso a París. Parece ser que vaya donde uno vaya los peligros que corremos tú y yo son en cierta medida los mismos, al nivel interior. Yo creo que son los demonios internos que nos pinchan las llantas, nos queman los barcos, nos rasgan las velas, y a veces nos dejan náufragos en plena mañana soleada del más lindo París. Por eso nos acompañamos, con el más continuo cariño. Fíjate que aquí hemos hablado muchísimo de ti, y todos preocupados por tu vida, por tu andar siempre solitario en París o dando solitarios saltos para ganar cuatro reales. Y al mismo tiempo todos queriéndote mucho y orgullosos también de ser parte del mundo que te rodea en tu departamento de la rue Flatters y donde vayas.
Dos veces he hecho el viaje a Occidente, como se dice de la zona de Santa Rosa donde ahora se están quedando Rafael Dulanto y Patricia, su novia. La familia de Rafael tiene una casa muy linda a orillas del lago de Coatepeque, y allí nos hemos reunido con ellos, con Virginia Corleone, que también te conoció en París y no te olvida nunca, con Enrique y con los niños. En fin, toda la familia. Otros amigos que sólo te conocen de oídas y que también tienen casa por ahí se unen con sus voces para recordarte o preguntar por ti.
Por nuestro lado, no estamos nada tranquilos, pues la Ana Dolores se demora en poderse ir y aquellas absurdas pero graves amenazas pesan sobre todos nosotros como una espada de Damocles. En cambio ya soltaron al hermano de Rafael. No sé realmente lo que él y Patricia piensan hacer ahora, pero a lo mejor te caen por París para una necesaria vacación, después de tanto susto y trajín. Todos estamos bien aliviados con esto y la familia de Rafael bastante tranquila, aunque supongo que asimismo bastante más pobre. Pero más vale por lo menos estar con vida. Él sigue exacto. Se ríe con la bocota de cipote extrovertido y tropical, se duerme con sus amigos, y eso sí, adora a su novia. Es generoso y bueno, eso tú bien lo sabes. Y un poco encontrado y un poco perdido como siempre. Creo que si vuelve a París no te costará ningún trabajo reconocerlo, no bien lo vuelvas a ver.
El asunto de su hermano lo tenía muy mal a nuestro Rafael, pero ahora está mucho mejor. La primera vez que lo vi estaba triste, pálido, e increíblemente callado. Y lo mismo Patricia, que no ha podido tener peor debut en este catastrófico paisito. Pero ahora todo parece mejorar nuevamente para ellos. Sin embargo, hace tres días los vi en San Salvador. Iban en su carro y de riguroso luto. Yo también iba toda de negro. Y pensé que nos dirigíamos a la misma misa, de un amigo que mataron, ametrallado saliendo de su finca, hermano de Walter Béneke. Tal vez lo conociste a Walter, o te acuerdes de él por Rafael. Fue ministro de Educación. Era también de nuestra camada. Yo iba con Enrique y mi mamá a la misa, y todos de negro nos saludamos con Patricia y Rafael, pero después ya no nos vimos. Sin duda tenían otro muerto.
Ahora espero poderlos ver antes de que se vayan, pues siempre han sido alegres las reuniones con Rafael, y Patricia es una mujer encantadora. Se me olvidó contarte que vinieron a la casa el día del cumpleaños de Mariana. La pasamos muy alegres todos, comimos como desaforados un plato de mondongo delicioso, con bastante vino. Creo que fue piñata para adultos, aunque los niños pasaron también muy alegres porque, en medio del puro verano, llovió y eso causó un gran revuelo y un absoluto éxito para ellos. Anduvieron jugando con paraguas en medio del jardín lodoso, qué maravilla. Mientras tanto, los adultos nos excedíamos con el vino. Y brindamos contigo y tocamos un montón de Frank Sinatra, mientras comentábamos lo mucho que te queremos y lo poco o nada que queremos a Bernardo Rojas, un compatriota tuyo que vive aquí y es cuñado de Virginia Corleone. De manera que deberíamos mandar al tal Bernardito Rojas a vivir solo, y que vengas tú a brindar con nosotros. A todos nos pareció muy lógico.
¿Quieres alegrarte y tomarte una buena copa de vino y un plato de la mejor lasaña, de puro contento? Pues fíjate que tal vez viaje de nuevo a tu ciudad. Estoy viendo si voy allá en julio, aunque esta vez iría con los niños. En cuanto se confirme te avisaré. Claro que seríamos tres y que tendría que alojarme donde la madrina de la Mariana, que tiene casa allá, y espacio y niños. Iría por tres semanas. De todas maneras te escribiré en cuanto sepa.
Cruza los dedos y no me olvides nunca,
Fernanda María
Pero nuevamente fue otro el destino de Fernanda. Y nuevamente nada dependió de ella. De Chile había salido seis años atrás, en calidad de exiliada política, por una inexistente militancia política de izquierda. Y tan sólo porque Enrique, su esposo, era profesor en la misma facultad en que ella estudiaba arquitectura y fue acusado de simpatizar con algunos grupos extremistas, cuando en realidad con lo único que simpatizaba a fondo y hasta militantemente este excelente hombre y gran fotógrafo era con el buen whisky y el vino tinto. Y, ahora, Fernanda María de la Trinidad, por el único estigma de llevar el apellido del Monte Montes y tener entre sus familiares a algún ferviente partidario de la extrema derecha, tenía que fugarse de su propio país con sus dos hijos porque se acababa de descubrir su nombre y el de Rodrigo y Mariana en la más negra y tenebrosa de las listas de una derecha poderosa, raptable y asesinable. Un telegrama interrumpió por mucho tiempo la alegría de sus dos últimos párrafos escritos desde El Salvador.
S. Salvador. 17-6-80. Juan Manuel. Los niños y yo disparamos para USA. Probablemente California. Nuestra vida va en ello. Ya Enrique verá cuándo y cómo nos sigue. Estamos con lo puesto pero bien. Te escribo en cuanto pueda. Cruza deditos. Te abrazo. Túa.
III. Tarzán en el gimnasio
Cuando vuelvo a una carta como la que sigue, cuando compruebo una vez más la ingenua alegría y la tremenda firmeza, la casi irresponsable elegancia y esa suerte de descarado optimismo basado en un amor total por la vida, cuando veo que Fernanda María vuelve a despertarse alegre una mañana, en otro país, en otro mundo, ante un nuevo y muy distinto problema, cuando la imagino sentada escribiéndome como si nada hubiera pasado, nada le hubiera pasado, como si realmente no estuviera experimentando la más mínima angustia, el más mínimo dolor, y como si jamás hubiese recibido amenaza de muerte alguna, aún quiero correr hacia ella para cuidarla y mimarla, para quererla y protegerla como nunca he podido hacerlo, salvo por carta, claro, pero Dios sabe que por correo yo siempre parezco haber sido mejor, al menos a juzgar por los comentarios que la propia Fernanda María hizo muy a menudo de aquella tonelada de cartas mías que una banda de negros perversos le robó con otras joyas -de familia éstas- el día que la asaltó en Oakland.
Pero, por supuesto, Tarzán ha sido ella, siempre fue ella, y ahora Tarzán como que acabara de descubrir la completa voracidad de cada célula viviente de la selva. Ahora Tarzán como que empezara a madurar, de una vez por todas, para cuidar a sus criaturas entre el follaje y la vorágine y entre sus habitantes devoradores, cual hiena, o venenosos, cual tarántula. Y ahora Tarzán como que hubiera tomado conciencia de mil horribles y perversas acechanzas Rambo, y, al comprobar que su grito en la selva no contiene aún la suficiente energía, la suficiente ferocidad o Emulsión de Scott o lo que ustedes quieran, acaba de inscribirse en un gimnasio.