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Y hoy, por el largo abrazo que rodea el mundo de la gente que te quiere, me llamó desde Roma Charlie Boston, para decirme que viaja a verte y que te está llevando una serie de novedades musicales que, piensa, pueden resultarte muy útiles para tu trabajo.

Y bueno, el resto ya lo sabes. Te quiero siempre tanto y me emociona tantísimo cuando alguien acaba de verte o está a punto de hacerlo. Y así pasó con Rafael y Charlie. Me hablaron casi seguido de ti y por ello me alboroté hasta no poder controlarme más. Y te llamé por teléfono y te estuve hablando horas. Y ahora me muero de vergüenza de que tenga que ser a cobrar a tu cuenta, pero por aquí yo me debato como gato panza arriba y parece que nunca me alcanza para nada el sueldo. Bueno, es un mal muy repartido, una especie de epidemia mundial, aunque a ti parece que te va bastante mejor ahora. Pero ni modo, con lo de mi llamada tendrás que hacer como que me invitaste a cenar riquísimo y comimos excelentes ostras con Dom Perignon, y nos reímos y disfrutamos como nunca. Porque así fue de alegre para mí escucharte.

Entiendo que, por más a gusto que estés en Mallorca, y a pesar de la buena casa que por cuatro reales podrías comprar en Menorca, insistas en que quieres regresar a Lima. Cada día se hace más difícil vivir fuera de las costumbres de uno. A mí hasta me cuesta un mundo hablar en inglés (y mira que dizque soy bilingüe), y de repente salgo con un acento espantoso, sólo para sentirme a gusto, y saber que al fin y al cabo no es mi idioma y que no estaré obligada a hablarlo toda mi vida. Es curioso, siempre me gustó más hablar en inglés que en francés, pero en este momento no le encuentro casi ningún placer y más bien me resulta frío y feo idioma. No me gusta decir malas palabras, porque me suenan horribles. Y las buenas palabras no me salen. Creo que tendré que irme, o comenzar a comunicarme con la gente por carta o por señas, como una muda.

Bueno, Juan Manuel, nuevamente te digo: fue divertido, alegre, entretenido, inteligente, fue grandioso escucharte. Y, aunque no sea yo quien deba decirte esto, cuídate más que nada del bendito teléfono, cuyas cuentas pueden congelar los testículos del más macho y perforar el bolsillo del más rico, según tengo leído por ahí: Paul Getty, el millonario petrolero, se protegía instalando un complicadísimo aparato a monedas.

Y ahora espero esa carta tuya que siempre todavía no ha llegado.

Tu Fernanda

San Francisco, 24 de noviembre de 1981

Mi queridísimo Juan Manuel,

Al fin llegó tu carta, tan llena de verdadero cariño y los mejores deseos para nosotros que me conmovió mucho. Me imagino que te has de preocupar bastante por los niños y por mí, porque realmente damos motivo de preocupación, por aquí tan a la pampa. Pero el tiempo, aunque no sea el mejor de los tiempos, me está sirviendo de mucho. Poco a poco siento con mucha felicidad terminarse en mí el rencor y el odio que he sentido y la sensación de estafa en mi relación con Enrique. Los niños, si bien me necesitan mucho, también me ayudan mucho porque son tan buenos y tan limpios. El sólo hecho de recuperar la serenidad vale todos los sacrificios realizados, y que ni siquiera han sido sacrificios puesto que nunca hubo mucha opción, y todo el esfuerzo que se ha venido haciendo hasta hoy ha sido el único posible.

Sentir los fuertes lazos de amistad y de amor con que me apoyas ha sido como tener un ángel a mi lado. Espero que Enrique también haya encontrado en su tierra a los buenos amigos de siempre y esté más tranquilo. Hace algún tiempo que no me escribe y es de esperar que ese tiempo le sea de utilidad. Ha hecho dos exposiciones de sus fotografías. Eso le dará fuerza, al ver su trabajo apreciado, así como sentirme querida y respetada me ha hecho bien a mí.

Es bien triste, pero con Enrique siempre me sentí rechazada y a la vez utilizada. Para mi pequeño ego de mujer, era un verdadero desastre. Hasta me había olvidado de que yo también soy una mujer como otras, y no tengo que aceptar ser despreciada, ni tratada sin ningún respeto. Pobre Enrique, no creo que el problema sea falta de amor, pero qué manera tan espantosa tiene de quererme. Ahora, en este momento, no sé lo que esté sintiendo él, porque como te digo no me ha escrito recientemente. Pero deseo que él, como yo, haya recuperado alguna serenidad para ver las cosas con respeto, amor, y pensando en el bien de los dos y de los niños.

Sólo el tiempo dirá la última palabra, pero hoy por hoy le agradezco al tiempo la paz recuperada. Me veo en el espejo, y a veces me sonrío. Me arreglo, y a veces me siento bonita. Juego con mis niños y los disfruto. Este tímido progreso, paso a paso y lentamente, justifica estar lejos de todo lo que conozco. Además, en realidad no se puede estar en El Salvador ahora y, como tú bien dices, salir corriendo a Chile no tiene mucho sentido sin antes ver las cosas bien pausadamente y pensarlo mucho. Ya no estamos para recorrer el globo y acabar con nada más que amarguras.

Escríbeme. ¿Sabes que muchas veces mis mejores pasos los he dado después de leer una de tus cartas?

Te ama, te besa, te abraza,

Fernanda Tuya

San Francisco, 10 de diciembre de 1981

Querido Juan Manuel Carpio,

Aquí me tienen presa, en una enorme oficina con grandes ventanas que miran hacia la bahía, en un lindo día azul con barquitos veleros bajo los puentes. Y, enfrente, una secretaria tan eficiente que contesta teléfonos, escribe a máquina, toma dictado, todo eso a un tiempo, mientras yo en mi máquina te escribo una carta llena de amor.

Resulta que me han puesto en la oficina de un vicepresidente de este gigante de compañía que es la Rogers and Brooks. Y su secretaria es tan celosa de su trabajo que no me deja siquiera contestar el teléfono, sea cosa de que le quite un ápice de su prestigio. Si vieras qué fastidio. Y al contestar el teléfono hay que tener un cuidado bárbaro porque puede ser, Dios Santo, el mero mero señor Brooks o el mero mero señor Rogers, o el Henry Kissinger, o el Georges Schultz, o el Reagan himself. Y uno allí sale diciendo cualquier tontería. Lástima grande que sea tan fastidioso el trabajo, porque de no ser así lo aceptaría de manera permanente, ya que significaría más dinero, y sin duda algún prestigio del tipo de prestigio que no me importa. Pero un poco más de plata no estaría mal. Sin embargo, no lo voy a aceptar. En realidad, no soy tan buena secretaria, y me arruinaría ver tanta eficiencia por todos lados. No sé ni siquiera por qué me han puesto aquí.

Pensaba anoche en la cantidad de tiempo que uno pasa hablando de música, recordando música. Tu última carta casi sólo habla de este tema, de canciones que hemos bailado juntos, de discos que necesitas, de discos que llenan tu departamento. Y, viendo dónde vivimos ahora, todas las fotografías de Enrique que tengo también tienen que ver con música. Tengo un pianista suyo y también otra foto de unos bailarines de tango, y un afiche de su última exposición, del cual te estoy enviando un ejemplar, porque pienso que te gustará. Habla mucho de la soledad y la música y se llama «Salón de belleza sentimental», ya que todas las pobres y muy cursis peluqueras aparecen con la cabeza metida en enormes bocinas de victrola, olvidándose por completo de una clientela también adormecida por la música. El afiche pertenece a toda una serie de fotos con victrola, y no sé si viste algunas cuando estuviste aquí, aunque me parece que no nos quedó mucho tiempo que digamos para el arte.