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A mí me va mejor. En enero me han ofrecido clases en la universidad, en el rectorado. Por ahora, clases de inglés y francés en un colegio de monjas.

¿Sabes lo que supe hace dos días por mi mamá? Que al salir del bachillerato en Estados Unidos la directora del colegio la llamó para decirle que tenía beca disponible para mí, para cualquier carrera universitaria en Berkeley, Stanford, la Universidad de California en Los Ángeles y qué sé yo qué larga lista más. Ella ya ni se acuerda, en todo caso. Y además no aceptó ni me dijo nada hasta ahorita.

¡Mierda!

Cuando pienso en eso, y en nuestros casi encuentros, creo que mi vida ha sido una serie de desencuentros que esta vez me han traído aquí, casi a nada. Pero lentamente tendré que salir de alguna manera. Fíjate que cuando mi mamá me contó eso, estuve casi segura de que lo nuestro se fue al diablo. Parece ser que cada vez que me acerco a algo bueno, por algún motivo se malogra.

¡Y mierda y más mierda!

Ya me puse pesimista nuevamente. O sea que mejor te puteo de una buena vez. Eso a lo mejor me da ánimos, ¿no crees? ¡Qué curiosidad tan grande! ¿Qué te puede haber pasado que no escribes?

Te odio,

Fernanda

Y bueno, por fin:

San Salvador, 10 de noviembre de 1983

Mi querido Juan Manuel Carpio,

¡Dios bendiga las botas del cartero que me trajo esta mañana tu tan esperada carta!

Si supieras mi amado amigo lo indispensable que resultas, aunque sea con tinta negra. No te imaginas lo que te he extrañado y odiado y vuelto a extrañar y a odiar. Y ahora te ruego disculparme la falta de fe y de confianza, pero la verdad es que sólo a ti se te ocurre irte a dar una serie de conciertos a un paisito africano que a lo mejor ni correo tiene, por lo que me cuentas. Bueno, la vida del artista es así, lo sé y lo entiendo muy bien y hasta te felicito porque cada vez se te conoce y escucha más, pero creo que en adelante deberías ponerme en autos, como quien dice, antes de meterte en uno de esos aviones de la Primera Guerra Mundial y jugarte el pellejo. Francamente creo que una tiene el derecho de ser avisada.

Durante tu ausencia me hizo mucha falta tu cariño, que siempre he sentido rodeándome. Tu desaparición me dejó un gran vacío. Pasan los años, pasan los lustros, pero tu amistad y tu amor significan siempre mucho para mí.

En estos días he empezado a sentirme mucho mejor de todo. En parte por tu reaparición, pero también porque siento que he regresado a mi pueblón, hundiéndome en él como nunca, viéndolo con más claridad ahora que está feo y tan gravemente herido, pueblón de mierda lleno de defectos. Me siento muy bien andando por sus calles, hablando, volviendo a escribir y a dibujar; en fin, no haciendo nada, pero no haciendo nada aquí, sí, aquí donde hasta los muertos me conocen.

Claro que con todo este revoltijo hay mucha gente que falta, que se ha ido, que se ha muerto, y otra gente nueva ha aparecido que no nos quiere mucho. Pero siempre hay algún entendimiento.

Bueno, ya estás de regreso, en estas cartas nuestras que es lo único que poseemos juntos, y que siempre me hacen sentir que mi amistad por ti es sólida como Gibraltar. Úsala siempre para lo que necesites. Just for the pleasure of your company, que me llena tanto. No son muchas las gentes que uno encuentra cuya presencia es tan buena, parte de uno, como tú.

Me abrazo a ti mucho, muy fuerte,

Tu Fernanda

PS. Rafael Dulanto se ha venido con su Patricia encantadora. Algo le pasa y me temo que no sea muy bueno que digamos. Dice que ya se hartó de andar de médico gringo en médico gringo, sin que nadie le encuentre nada. Yo lo veo flaco y palidísimo. Y ahora vuelve a ir de médico en médico, sólo que en castellano. Creo que le encantará recibir carta tuya. Debes escribirle. Mejor dicho, escríbele, por favor, que anda sumamente apagado y no cesa de repetir que está jodido y punto y que le traigan otro whisky y otro puro.

15 de diciembre de 1983

Amado y amigo mío,

Hoy tantas cosas me hicieron pensar en ti, que de milagro no te materializaste en la sala, sentado y sonriente en la silla más cómoda.

Uno: que Bing Crosby en Navidad siempre me ha hecho pensar en ti, no sé por qué. Debería ser Frank Sinatra, pero es Bing Crosby, lo siento.

Dos: el triste peregrinaje a la costa, a la casa familiar de los Dulanto, aunque ya no para saludar a Rafael enfermo, sino para acompañar el entierro. Rafael murió hace dos días. Pienso que no recibiste mi carta anterior -o que va con mucho retraso-, pues sé que no lo hubieras dejado sin el placer de tu saludo. En fin, el tiempo es todavía más loco que uno y toma sus propias decisiones.

Tres: esta mañana llegó a mis manos una entrevista tuya publicada en la revista de la Universidad de México, la UNAM, como se la conoce. Igual que siempre, me conmovieron tus palabras, pero debo confesarte que me morí también de celos y de envidia de la chica que salió a tu lado en las fotos.

Pero hoy, aunque te tengo tan presente, la verdad es que de nuevo no sé dónde ni cómo estás, y el globo terrestre parece que se ha inflado de tal manera que ya no te puedo alcanzar. ¿Será eso que llaman proceso inflacionario mundial?

Aunque cada palabra de tu entrevista me ha llegado tan nítida y tan bien.

Cuéntame, por favor, dónde te hicieron esa entrevista. Pura curiosidad femenina, lo confieso. Y muy malsana, además, lo cual ya no sé si es tan femenino o sólo es humano muy humano y común a ambos sexos, mi elemental y querido Watson. Por último qué. Mujer soy y con renovados bríos desde que una feroz amigdalitis me devolvió a mi realidad ultra femenina y me quitó cualquier veleidad de andar lanzándome al río a cada rato, cual Tarzán.

¡Cuéntame, desgraciado! O exige que te entrevisten sin fotos.

Bueno, si esta carta no te llega me sentiré muy sola.

Te abrazo desde la última vez que nos abrazamos. Porque eso sí que nunca se borra.

Tuya,

Fernanda

San Salvador, 16 de diciembre de 1983

Mi tan y tan querido Juan Manuel,

Ayer nomás te despaché carta y, mira tú, hoy me llega una tuya y además me llama Patricia y me comenta que tus entrañables palabras ya no le llegaron a Rafael. Te causará mucha tristeza saber que no las recibió, pero es mejor que estés enterado de todo. Patricia las ha leído y me las ha repetido en el teléfono. Las dos estuvimos muy conmovidas.

Te abrazo con deseos de que mi abrazo te llegue en Navidad y te lleve ternura y alegría. Ya verás, el año nuevo ha de ser bueno. Me lo ha dicho la luna, y eso que ella de costumbre es muy callada y gracias a Dios no cuenta chismes.

Qué pesada soy, ¿no? Pero insisto. Cuéntame quién es la chica de la entrevista, pues hora que pasa hora que la veo más jovencita. Yo diría que hasta demasiado jovencita para ti. Soy una pesada y una entrometida, lo sé. Pero siempre tuya,

Fernanda

La chica de la entrevista se llamaba Flor y estaba sentada a mi lado, no muy contenta que digamos, a pesar de que desde el primer día nos habíamos planteado nuestra relación como algo bastante libre. Nos conocimos a la salida de un concierto que di en Barcelona, y durante la semana que permanecí cantando en esa ciudad continuamos viéndonos cada noche. Yo casi le doblaba la edad, es cierto, pero ninguno de los dos veía aquello como un inconveniente, sobre todo porque nuestros encuentros consistían únicamente en larguísimas caminatas por la ciudad, interrumpidas por una comida en algún buen restaurante, y una copa en cualquier bar o discoteca que nos pescara a mano, antes de irnos a dormir, cada uno por su lado. Gracias a Flor conocí Barcelona y, la noche en que me despedí de ella en la puerta del edificio en que vivía, tomé conciencia de que en cambio a ella apenas la había conocido.