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Mi traslado a estas costas no ha sido fácil, como recordarás por tu visita de la vez pasada, en que ni cama propia tenía aún. Pero estoy convencida de que fue necesario. La vida en El Salvador, rodeados de injusticia y de miseria que no podemos remediar, no podía ser buena ni para los niños ni para mí. Paraíso no hay, y si lo hubiera quizás no sería aquí, pero en todo caso hay más alternativas de vida que en El Salvador. Y en lo que concierne a la Mariana y Rodrigo, están felices. Yo también empiezo a estar más contenta, tras largos meses cual vela sin viento. Creo que ya te he contado que estoy trabajando en una publicación financiera, de asistente del editor.

Me gustaría tanto que volvieras, tenerte cerca. Mis amigos me hacen mucha falta. Si vienes por estos lados será un alegrón para mí. Miro y miro tu carta y sólo ver tu letra me hace feliz.

Hablé esta semana con tu amigo Raúl Hernández, el profe de Stanford. Quiero usar su nombre en una solicitud de empleo de editora de publicaciones destinadas a la enseñanza del español, que me parece mucho mejor para mí que el asunto financiero. Si sale, me haría feliz.

Raúl me contó que te vio en Lima, aunque no tuvo la posibilidad de parrandearse un poco contigo por estar él bastante enfermo. Está recluido en Stanford con sus dos hijas, pero sigue con su cátedra, aunque no a diario.

Qué ganas de platicar contigo. Realmente te agradezco tu carta, pues me sacó del silencio y además coincidió con mi solicitud para este empleo que me encantaría. Lo bueno aquí es que si no sale eso, habrá otras cosas. Como las mudanzas, siempre es bueno saber que no es la última.

No desaparezcas, por favor, porque siempre te quiero muchísimo y a cada rato te necesito aquí.

Mía y Tuya,

Fernanda María

California, 13 de mayo de 1990

Queridísimo Juan Manuel Carpio,

Ahora nos toca a nosotros avisarte que nos hemos mudado. Estamos viviendo en Berkeley, y realmente espero que me visites algún día, pronto, muy pronto.

Nueva dirección: 1492 Sundance Drive. Berkeley, CA. 94701. Tel. (415) 867 57 43.

Tenemos árboles y vista alrededor y más espacio, aunque también es verdad que tenemos muchas y muy importantes obras por hacer. Todo esto te lo debo a ti, mi tan y tan querido socio. La buena venta de nuestros dos primeros discos y ese 50% que nuestro agente me ha hecho llegar, los he gastado íntegros en pagar esta casa bastante achacosa, es verdad, pero al fin y al cabo mía y de mis hijos. Un millón de gracias por todo. Por el agente, por el dinero, por la promoción que has hecho de los discos. Los chicos, inmensos, bien sanotes y felices.

Te adjunto el texto que le he enviado a nuestro agente, una suerte de curriculum-prólogo que él quiere para los nuevos catálogos y los relanzamientos que, me dice, no tardan en llegar, y a lo mejor son tan generosos que el pago me permite emprender esas aterradoras pero indispensables obras. Bueno, aquí va mi texto, a ver qué te parece a ti. Me encantaría que te gustara:

«Me han pedido que te cuente algo sobre mí. Lo primero que debo decirte es que siempre me han gustado los cuentos, los poemas, las canciones y los niños.

»Ya sé que resulta bastante largo y hasta inverosímil, pero realmente me llamo Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes. Nací en San Salvador, el 27 de septiembre de 1944, en el pequeño barrio que rodea la Primera Calle Levante, cerca de la Ermita y detrás del Acueducto. Digo "pequeño", porque el vecindario entero consta sólo de tres manzanas, las cuales recorríamos a diario todos los niños que vivíamos allí. Pero igual podría decirte "inmenso", ya que los vecinos de aquel barrio seguimos siendo amigos hasta el día de hoy, sea cual sea la distancia que nos separa.

»Muchas de las canciones de estos discos y cassettes las he trabajado "a cuatro manos" con el extraordinario cantautor que es Juan Manuel Carpio, y tienen que ver con el tema del barrio de infancia al que siempre se vuelve, barrio donde jugamos, reímos, corrimos y cantamos de niños con nuestros amigos, barrio que en el fondo nunca abandonamos, por más que viajemos y por más que nos alejemos mucho de él. Y Dios sabe las correrías por el mundo a las que la vida nos ha empujado, a veces de mala gana, a Juan Manuel Carpio y a mí.

»Por eso me alegro mucho de que estas canciones sean compuestas "a cuatro manos", junto con uno de mis mejores amigos del mundo, Juan Manuel Carpio. Como un juego de niños, Juan Manuel y yo tejimos estas canciones, hasta que su música y mis palabras encontraron un lenguaje común para cantarles las historias de nuestros países, ciudades, barrios, amigos y viajes, que en el fondo es la historia de una maravillosa amistad.»

Estaba conteniendo las lágrimas, porque el texto de Mía realmente me había emocionado por su ingenuo realismo, y porque yo acababa de decidir que había llegado el momento de decirle: «Ya mi amor, vente a Lima con tus hijos, y nos casamos a como dé lugar. Y a los ochenta años todavía seguiremos felices de haberlo logrado, finalmente», cuando se me resbalaron los ojos hasta la frase siguiente y la despedida:

Bob y yo, bien. Recibe todo mi cariño, mi amistad, y mi eterna gratitud, en un millón de besos y abrazos.

Fernanda María de la Trinidad Etcétera

¡Bob! ¡Quién diablos era Bob! ¡Ese Bob! De dónde sale un hombre, un Bob, con el que sólo se está: «Bien». ¿En qué momento se volvió realismo puro y duro el ingenuo realismo de Mía? Con un hombre se es feliz, o nada. Y ese hombre, feliz con esa mujer, o nada. Por consiguiente: ¿Me mataba yo, o iba a matarlos a él y a ella, tras haber despachado a los niños a un buen internado, hasta que llegara el momento, no tan lejano ya, en que querrían y tendrían que ir a la universidad? Todo esto es real, y realmente pasó dentro de mí, más que por mi mente, digamos. Sí, pasó con toda su brutal fuerza, muy hondo por la integridad de mi cuerpo y alma, por todo mi sistema nervioso. Y, claro que sí, lógico, también por todo mi sistema sentimental. Y perdí el sendero, perdí la calma. Pero, cuando transcurrido un buen momento y por sí solas, volvieron las aguas a su cauce, recordé que también mi organismo entero y, cómo decirlo, mi organización completa, el hombre en su salsa y en su circunstancia que soy yo, ya había vivido una terrible situación y una terrible sensación, muy pero muy similares, cuando Mía me contó que había partido de Chile tristísima, en vez de feliz, que era lo que yo me esperaba, porque dos y dos son cuatro, tras despedirse de Enrique y de sus suegros. Pero como que fueron cinco, dos y dos, y yo la pasé pésimo, aquella vez, aunque también fui yo quien después la volvió a pasar realmente fatal, pero por Flor a Secas, en el tremendo movimiento perpetuo que es la vida, una vorágine tan atragantadora que, en verdad, hay que vivir aferrado a algo en el presente, algo que cuando menos represente también al pasado, para perpetuarnos de esta manera y ser tolerantes y fieles y pacientes y perdurables, o, dicho en buen latín, para que no nos olviden ni cuando nosotros nos olvidamos. O sea que, no bien terminé de releer la carta de mi adorada Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes, tranquilamente me dirigí al teléfono, marqué el número de American Airlines, e hice mi reserva hasta el aeropuerto de San Francisco. Después la llamé a ella, por supuesto, y le dije que me esperara ahí el jueves, mi amor, en el vuelo de American Airlines, sí, ése, el que llega a las ocho en punto de la noche, Estimated time of arrival. Y ni siquiera tuve que decirle nada de Bob, ya, pues el pobre hombre, lo más probable es que se hubiera esfumado para siempre, gracias a mi realismo puro y duro.

Pero, a pesar de su aspecto de invitado grandulón y bastante lacónico, el que se acostó en la cama de Mía todos los días que permanecí en Berkeley fue Bob, y no me quedó más remedio que hacerme a la idea de que el invitado era yo, y que probablemente lo sería para siempre ya. Por lo demás, Bob, el hombre con el que se estaba bien y punto, resultó ser una persona sumamente pacífica y penetrante, y sin lugar a dudas con nervios a prueba de Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes y su Juan Manuel Carpio, que no cesaron de adorarse desde el desayuno hasta la sobremesa nocturna y musical posterior a la comida, a veces en esa casa que no tardaba en venirse abajo, a veces en un restaurante de Berkeley o San Francisco. Además, Bob tenía la especialidad de desaparecer un buen rato, cada noche, para que ella y yo pudiésemos asomarnos a una ventana, tomarnos de la mano, y hablar, por ejemplo, de la forma tan increíble en que nos seguíamos queriendo y nos íbamos a querer siempre.