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–Oye tú, espérame un momento, voy a ver qué pasa y qué giro toma eso –refunfuñó dirigiéndose a Karanar, aunque sobre todo para mantener su propia firmeza.

De todos modos, tuvo que obligar al camello a tenderse para sacar de las alforjas las maniotas y prepararlas.

Mientras Yediguéi manipulaba a oscuras con las maniotas, reinaba un silencio tan inconmensurable que podía oír su propia respiración, el pálpito y el zumbido de algunos insectos en el aire. Sobre su cabeza se había encendido una enorme cantidad de estrellas que habían aparecido de pronto en el puro cielo. Había un silencio muy grande, como a la espera de algo...

Incluso Zholbars, acostumbrado al silencio de Sary-Ozeki, mantenía una tensa alarma y gimoteaba. ¿Qué habría en aquel silencio que no le gustaba?

–¡Sólo falta que ahora vengas tú a metérteme entre piernas! –manifestó descontento su amo.

Luego pensó: «¿Dónde dejo al perro?». Y durante un rato estuvo pensándolo mientras manejaba las maniotas del camello. Estaba claro que el perro no se quedaría atrás. Aunque le echara, de todos modos no se marcharía. Presentarse como peticionario con un perro tampoco daba prestancia. Aunque no se lo dijeran, se reirían de él. «Mirad –dirían–, viene un anciano a defender unos derechos y no le acompaña nadie, sólo un perro.» De modo que era mejor ir sin perro. Y entonces Yediguéi decidió atarle con las riendas largas a los arreos del camello. Que estuvieran juntos, en una sola atadura, el perro y el camello, mientras él se ausentaba. Con esta intención llamó al perro:

—¡ Zholbars! ¡ Zholbars! ¡Ven aquí! —y se inclinó para ajustar el nudo a su cuello.

Y entonces, sucedió algo en el aire, algo se movió en el espacio con creciente tronar volcánico. Y allí mismo, muy cerca, en la zona del cosmódromo, se levantó como una columna en el cielo la vivísima chispa de una amenazadora llama. Burani Yediguéi retrocedió con espanto, el camello dio un salto chillando... El perro, lleno de terror, se arrojó a los pies del hombre.

Era el lanzamiento del primer cohete-robot militar de la Operación Anillo, de protección transcósmica. En Sary-Ozeki eran exactamente las ocho de la tarde. Tras el primer cohete se precipitó hacia el espacio el segundo, tras éste el tercero, y después otro, y otro... Los cohetes partían para el lejano cosmos donde depositarían alrededor del globo terráqueo un cordón continuamente activo, para que nada cambiara en los asuntos terrenos, para que todo siguiera como era...

El cielo se caía sobre la cabeza abriéndose en penachos de ardiente llama y de humo... El hombre, el camello y el perro, tres seres sencillos, huyeron enloquecidos. Dominados por el terror, corrían juntos temiendo separarse, corrían por la estepa implacablemente iluminados por gigantescos resplandores de fuego...

Pero por mucho que corrieran, era una carrera sin moverse del sitio, pues cada nueva explosión les cubría de la cabeza a los pies con un incendio de luz que lo abarcaba todo y con un estruendo demoledor...

Y ellos corrían, el hombre, el camello y el perro, sin volver la cabeza, y de pronto a Yediguéi le pareció que sin saber de dónde había aparecido a su lado un pájaro blanco, el que surgiera en otro tiempo del pañuelo blanco de Naiman-Ana cuando cayó de la silla atravesada por la flecha de su propio hijo mankurt... El pájaro blanco volaba rápidamente junto al hombre chillando en medio del estruendo de aquel fin del mundo:

—¿Quién eres? ¿Cuál es tu nombre? ¡Recuerda tu nombre! Tu padre fue Donenbái, Donenbái, Donenbái, Donenbái, Donenbái, Donenbái...

Y su grito sonó aún largo rato en las cerradas tinieblas...

Unos días después, llegaron de Kyzyl-Ordá a Boranly-Buránny las dos hijas de Yediguéi, Saule y Sharapat, con sus maridos e hijos, pues habían recibido un telegrama sobre la muerte de Kazangap, el anciano de Sary-Ozeki. Fueron a recordar su memoria y a testimoniar su aflicción, y al propio tiempo a pasar un par de días con sus padres, pues no hay mal que por bien no venga.

Cuando toda la tropa bajó del tren y se presentó en el umbral de Yediguéi, éste no se hallaba en casa. Ukubala corrió a su encuentro, y llorando y abrazándolos, besando a los niños, sin saciarse de gozar de su presencia, no hacía más que decir:

—¡Gracias a Ti, Señor! ¡Cómo se alegrará vuestro padre! ¡Qué bien que hayáis venido! ¡Y habéis venido todos juntos, os habéis reunido y habéis venido! ¡Pero cómo se alegrará vuestro padre!

—¿Y dónde está papá? —preguntó Sharapat.

—Volverá al atardecer. Ha partido esta mañana hacia el buzón de Correos, a ver al jefe. ¡Tiene muchos asuntos allí! Luego os contaré. Pero ¿qué hacéis ahí de pie? Estáis en vuestra casa, hijos míos...

En aquellas tierras, los trenes continuaban yendo de oriente a occidente y de occidente a oriente...

Y a ambos lados del ferrocarril se encontraban, en aquellas tierras, enormes espacios desérticos, el Sary-Ozeki, las tierras Centrales de las estepas amarillas.

Cholpon-Atá, diciembre de 1979-marzo de 1980.

EL AUTOR Y SU OBRA

El escritor kirguiz Chinguiz Aitmátov nació el 12 de diciembre de 1928 en la aldea de Sheker, situada en una pintoresca llanura del curso alto del Talas.

De niño vivía con su abuela y se impregnó de las costumbres transhumantes del pueblo kirguiz. Sus padres estudiaron en una escuela rusa. El padre, activista del partido bolchevique desde 1917, cayó en las purgas estalinistas de 1937.

Aitmátov estudió en la escuela del pueblo y se educó en ambas lenguas, kirguiz y ruso. De 1943 a 1945 trabajó como secretario del Sóviet e inspector de impuestos en la aldea. En 1948 finalizó los estudios en la Escuela Técnica de Zooveterinaria, convertida más adelante en Facultad de Zootécnica del Instituto Agrícola de Kirguizia, donde trabajó como zoo-técnico.

Inició su actividad literaria en 1952 cuando el periódico publicó su relato «Dziuyo, el vendedor de periódicos». De 1956 a 1958, Aitmátov cursó estudios superiores en el Instituto de Literatura Gorki de Moscú. Fue redactor de la revista Literaturni Kirguizstán,trabajó de periodista en Frunza y, después de aparecer su relato «Cara a cara» (Oktiabr,1958 número 3), comenzó a publicar en las revistas literarias moscovitas y se convirtió en uno de los autores de Novyi Mir.Su primera obra importante es el cuento Yamila(publicado en CÍRCULO DE LECTORES) que apareció en la URSS en 1958 y que alcanzó enseguida una amplia difusión, incluso fuera del país. En 1959 ingresó en el PCUS.