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Los comunicados de los paritet-cosmonautas desde el planeta Pecho Forestal, que llegaban a bordo del Conventsia a través de la órbita «Tramplin», produjeron en los mandos del Centrun, y en las comisiones plenipotenciarias, una total confusión. El desconcierto era tan grande que ambas partes decidieron llevar a cabo, al principio, reuniones por separado para examinar la situación creada partiendo ante todo de sus propios intereses y posiciones, y luego reunirse para un estudio conjunto.

El mundo no conocía aún aquel descubrimiento sin precedentes en la historia de la Humanidad: la existencia de una civilización no terrena en el planeta Pecho Forestal. Incluso los gobiernos de ambas naciones, que habían sido puestos en antecedentes de la manera más secreta, no tenían de momento noticias sobre el ulterior desarrollo de los acontecimientos. Esperaban el punto de vista concorde de las comisiones competentes. En toda el área del portaaviones se estableció un severo régimen: nadie, incluida el ala de aviación, tenía derecho a abandonar su puesto. Nadie, bajo ningún pretexto, podía abandonar el barco, y ninguna otra nave estaba autorizada a acercarse al Conventsiaen un radio de cincuenta kilómetros. Los aviones que sobrevolaban aquella zona cambiaron su curso para no pasar a menos de trescientos kilómetros del lugar que ocupaba el portaviones.

Así, pues, la reunión general de las partes quedó interrumpida, y cada comisión, junto con sus corresponsables del programa «Demiurg», empezó a estudiar los informes de los paritet-cosmonautas 1-2 y 2-1, transmitidos desde el planeta Pecho Forestal, desconocido por la ciencia.

Sus palabras llegaban de una impensable distancia astronómica:

«¡Atención, atención!

»¡Vamos a efectuar una transmisión transgaláctica para la Tierra!

»Es imposible explicar todas aquellas cosas que no tienen un nombre en nuestro planeta. Sin embargo, hay mucho en común.

»¡Son seres con figura humana, gente como nosotros! ¡Viva la evolución mundial! ¡También aquí la evolución ha elaborado un modelo homínido siguiendo un principio universal! ¡Son unos tipos magníficos, los homínidos extraterrestres! Piel morena, cabellos azules, ojos violáceos o verdes con blancas y espesas pestañas.

»Los vimos en sus escafandras transparentes cuando se ensamblaron a nuestra estación espacial. Nos sonreían desde la popa de la nave y nos invitaban a pasar a ella.

»Y pasamos de una civilización a otra.

»El helicoidal aparato volador desatracó, y a la velocidad de la luz, que prácticamente no se advertía en el interior de la nave, cruzamos el universo superando el torrente del tiempo. Lo primero que nos llamó la atención y que nos produjo un inesperado alivio fue la ausencia de estado de ingravidez. De momento no hemos podido averiguar cómo lo consiguen. Mezclando palabras inglesas y rusas, pronunciaron la primera frase: "Bienvenidos a nuestra Estrella". Y entonces comprendimos que, si había un cierto grado de sensibilidad, podríamos intercambiar pensamientos. Había cinco seres de cabellos azules y elevada estatura, cerca de dos metros: cuatro hombres y una mujer. La mujer no se diferenciaba por la estatura sino por sus formas netamente femeninas y por una piel más clara. Todos los pechianos de cabellos azules son bastante morenos, algo así como nuestros árabes del norte. Nos inspiraron confianza desde el primer momento.

»Tres de ellos eran los pilotos del aparato volador, y uno de los hombres, y la mujer, eran expertos en idiomas terráqueos. Eran los primeros que habían aprendido y sistematizado palabras inglesas y rusas captando emisiones de radio en el cosmos, y habían compuesto un vocabulario terráqueo. En el momento de nuestro encuentro habían asimilado el significado de más de dos mil palabras y términos. Con la ayuda de esta reserva lingüística empezó nuestra comunicación. Ellos hablaban una lengua completamente incomprensible para nosotros, naturalmente, pero cuyo sonido recordaba al español.

»Once horas después de abandonar la Paritet, salíamos de los límites del sistema solar.

»El paso de nuestro sistema astral a otro se realizó imperceptiblemente, sin que nada especial lo distinguiera. La materia del universo es igual en todas partes. Pero en nuestro rumbo (evidentemente, tal debía de ser en aquel momento la disposición y el estado de los cuerpos celestes en aquel otro sistema) se encendió gradualmente frente a nosotros un crepúsculo carmesí. Este crepúsculo fue creciendo y se ensanchó a lo lejos en un espacio ilimitado de luz. Al propio tiempo nos cruzamos con algunos planetas que en aquel momento aparecían oscuros por una parte e iluminados por la otra. Muchos soles y lunas pasaron por los espacios visibles.

»Pareció que pasábamos de la noche al día. Y de pronto entramos volando en una luz cegadoramente pura e inmensa que procedía de un grande y poderoso sol en un cielo hasta entonces desconocido.

»–¡Estamos en nuestra galaxia! ¡Aquí brilla nuestro Poseedor! ¡Pronto aparecerá nuestro Pecho Forestal! –anunció la lingüista.

»Y efectivamente, a inconmensurable altura, en aquel nuevo espacio cósmico, vimos un sol desconocido para nosotros, un astro llamado Poseedor. Este Poseedor supera a nuestro Sol por la intensidad de sus radiaciones y por su tamaño. Por cierto, estas cualidades del mencionado astro, y el hecho de que los días del planeta Pecho Forestal consten de veintiocho horas, son, nos inclinamos a creer, la explicación de una serie de diferencias geobiológicas entre ese mundo y el nuestro.

»De todo ello, sin embargo, intentaremos informar la próxima vez, o cuando volvamos a la Paritet, y ahora sólo daremos de paso algunos datos importantes. Desde las alturas, el planeta Pecho Forestal recuerda nuestra Tierra, rodeada del mismo tipo de nubes atmosféricas. Pero ya más cerca, a una distancia de cinco o seis mil metros de la superficie –los pechianos realizaron para nosotros un vuelo especial de observación– es un espectáculo de inaudita belleza: montañas, picos, montículos, todos bajo una capa de vivo verde, con ríos, mares y lagos entre ellos, y en algunas partes del planeta, sobre todo en los extremos de los polos, enormes manchas de desiertos sin vida, azotados por tempestades de polvo. Pero la mayor impresión nos la produjeron las ciudades y pueblos. Estas islas de construcciones dentro del paisaje pechiano son testigos de un nivel de urbanismo excepcionalmente elevado. Ni Manhattan puede compararse con lo que representa la construcción de ciudades por los habitantes de azules cabellos de aquel planeta.

»A nuestro juicio, los mismos pechianos son un fenómeno aparte entre los seres racionales del universo. El período de embarazo consta de once meses pechianos. La duración de la vida es larga, aunque ellos mismos consideran que el principal problema de la sociedad y del sentido de la existencia es la prolongación de la vida. Viven un término medio de ciento treinta a ciento cincuenta años, y alguno llega hasta los doscientos años. La población del planeta supera los diez mil millones de habitantes.

»No estamos en condiciones de exponer con cierta sistematización todo lo relacionado con la forma de vida de las gentes de cabellos azules y con las conquistas de su civilización. Por ello vamos comunicando fragmentariamente lo que más nos impresiona de ese mundo.

»Saben conseguir energía solar –o mejor dicho "poseedora"–convirtiéndola en energía térmica y eléctrica con un alto coeficiente de aprovechamiento que supera nuestros medios hidrotécnicos, y también, y eso es muy importante, sintetizan energía de la diferencia de temperatura entre el aire diurno y el nocturno.