»Han aprendido a controlar el clima. Cuando realizamos el vuelo de observación sobre el planeta, el aparato volador, por medio de radiaciones, disipaba instantáneamente las nubes y las nieblas allí donde se concentraban. Nos enteramos de que son capaces de influir en el movimiento de las masas de aire y de las corrientes marinas. Con ello regulan el proceso de humectación y el régimen térmico en la superficie del planeta, es más, han aprendido a controlar la gravitación y esto les facilita los vuelos interestelares.
»Sin embargo, se les plantea un problema colosal con el que, por lo que nosotros sabemos, todavía no ha tropezado la Tierra.
»No sufren sequías, por cuanto son capaces de controlar el clima. De momento no son deficitarios en la producción de alimentos. Y eso con una cantidad de población tan enorme que supera en dos veces y media la población de la Tierra. Pero una parte considerable del planeta se convierte gradualmente en suelo no apto para la vida. En aquellos lugares, todo lo vivo muere. En nuestro vuelo de observación vimos tormentas de polvo en la parte sudeste de Pecho Forestal. Como resultado de ciertas terribles reacciones en el seno del planeta –posiblemente, algo semejante a nuestros procesos volcánicos, aunque los pechianos presentan quizá una forma de lenta difusión de erupciones radiactivas– el suelo de la superficie se va destruyendo, va perdiendo su estructura y se consumen todas las sustancias de la tierra vegetal. En esta parte de Pecho Forestal hay un desierto del tamaño del Sahara que, cada año, va invadiendo paso a paso el espacio vital de los extraterrestres de cabellos azules. Esta es para ellos la mayor desgracia. Aún no han aprendido a controlar los procesos que tienen lugar en las profundidades del planeta. En la lucha contra este amenazador fenómeno de desecación interna se han invertido los mejores esfuerzos, y enormes medios científicos y materiales. No tienen una luna en su sistema astral, pero conocen nuestra Luna y la han visitado. Suponen que nuestra Luna debió de sufrir posiblemente algo semejante. Al enterarnos de esto, nos quedamos algo pensativos: la Luna no está tan lejos de la Tierra. ¿Estamos preparados para este encuentro? ¿Cuáles pueden ser las consecuencias, tanto de carácter externo como interno? ¿Comprenderán los hombres que han perdido mucho, en su desarrollo intelectual, con sus eternas desavenencias en la Tierra?
»Actualmente, en los círculos científicos de Pecho Forestal tiene lugar una discusión de ámbito planetario: la de si conviene incrementar los esfuerzos para descubrir el misterio de la desecación interna y buscar los medios para detener esta catástrofe potencial, o si no sería mejor encontrar a tiempo un nuevo planeta del universo que responda a las exigencias de su vida y empezar también a tiempo la emigración masiva a las nuevas tierras con el objeto de trasladar y restaurar allí la civilización pechiana. De momento aún no está claro adónde y a qué nuevo planeta se dirigen sus miradas. En todo caso, en el planeta actual van a poder vivir aún millones y millones de años, por lo que resulta impresionante que piensen ya en un futuro tan lejano y que estén dominados por tanto entusiasmo y actividad, como si este problema afectara de forma directa a la población que vive en la actualidad. Cómo es posible que ninguna mente haya atisbado este pensamiento ruin: "Después de nosotros, ¿qué más da que no crezca ni la hierba?". Nos sentimos avergonzados por haber pensado algo semejante cuando supimos que una parte considerable del producto planetario bruto se invierte en el programa para prevenir la desecación interna del núcleo. Intentan establecer una barrera de muchos miles de kilómetros —a lo largo de la frontera del desierto que avanza arrastrándose silenciosamente— por medio de la perforación de pozos ultraprofundos a través de los cuales inyectan en el núcleo sustancias neutralizantes de larga duración que, según creen, tendrán la debida influencia sobre las reacciones intranucleares del planeta.
»Como es natural, tienen y deben tener problemas de tipo social, que eternamente atormentan la razón y les imponen una pesada cruz, problemas de orden moral, intelectual, de costumbres. Es de toda evidencia que no discurrirá tan sencillamente la vida en común de diez mil y pico de millones de habitantes, por mucho que sea el bienestar que hayan alcanzado. Pero lo más sorprendente en este punto es que no conocen al Estado como tal, no conocen las armas, no saben qué es una guerra. Nos sería difícil asegurarlo, pero es posible que en el pasado histórico hayan tenido guerras, Estado, dinero, y todo cuanto acompaña a esta categoría de relaciones sociales. Sin embargo, en la etapa actual no tienen ni idea de instituciones opresivas, como el Estado, ni de formas de lucha como la guerra. Si llega el caso de explicarles la esencia de nuestras interminables guerras en la Tierra, ¿no les parecerá un medio absurdo de resolver los problemas, o lo que es más, bárbaro?
»Toda su vida está organizada sobre principios muy distintos, no del todo comprensibles ni completamente accesibles para nosotros debido a nuestro estereotipo de pensamiento terráqueo.
»Han alcanzado un nivel de creación planetaria colectiva que excluye categóricamente la guerra como medio de lucha, por lo que sólo nos queda suponer que, con toda probabilidad, esta forma de civilización es la más vanguardista dentro de los límites de todo el espacio imaginable en el medio universal. Seguramente, se alcanza este nivel de desarrollo científico cuando la humanización del tiempo y del espacio se convierte en el principal sentido de la actividad vital de los seres racionales y por lo tanto en una evolución del mundo en su nueva, más elevada e infinita fase.
»No nos disponemos a comparar dos cosas incomparables. Con el tiempo, también llegará la gente de nuestra Tierra a tan gran progreso, e incluso ahora ya tenemos de qué enorgullecernos, y sin embargo, no nos abandona una sensación deprimente: ¿qué pasará si la Humanidad de la Tierra permanece en el trágico error de creer que la historia no es más que la historia de las guerras? ¿Y si este camino de desarrollo ha sido erróneo desde el principio, el camino de un callejón sin salida? ¿En este caso, adónde vamos y adónde nos conducirá todo esto? Y si es así, ¿conseguirá la Humanidad encontrar en sí misma el valor de confesarlo y de evitar un cataclismo total? Siendo por voluntad del destino los primeros testigos de una vida social extraterrena, experimentamos complejos sentimientos: terror por el futuro de los terrícolas, y esperanza, por haber en el mundo un ejemplo de grandiosa comunidad de vida cuyo movimiento de avance cae fuera de todas las formas de contradicción que se resuelven con guerras...
»Los pechianos conocen la existencia de la Tierra, situada en los límites ultralejanos —para ellos— del universo. Están deseosos de entrar en contacto con los terrícolas no sólo por una curiosidad natural, sino, según suponen, ante todo como triunfo del fenómeno mismo de la razón, para intercambiar experiencias de civilizaciones, para una nueva era en el desarrollo del pensamiento y del espíritu de los portadores de intelecto del universo.
»En este campo, prevén muchísimo más de lo que podría pensarse. Su interés por los terrícolas viene dictado también por el hecho de considerar que la unión de los esfuerzos comunes de estas dos ramas de la razón universal es el camino fundamental para asegurar la ilimitada continuidad de la vida de la naturaleza, teniendo presente que toda energía se degrada irremisiblemente y que cualquier planeta está condenado con el tiempo a desaparecer... Están preocupados por el problema del "fin del mundo" con miles de millones de años de anticipación, y están elaborando ya actualmente unos proyectos cosmológicos para organizar una nueva base habitable para todo cuanto hay de vivo en el universo...