forman ahora un tríptico o una pieza en tres actos
donde los hechos reflejados permanecen para siempre.
Creo que ella siempre alimentó una pequeña, loca esperanza.
Yo acababa de terminar mi libro sobre Pope.
Jane Dean, mi dactilógrafa, le ofreció un día
presentarle a Pete Dean, un primo. El novio de Jane
los llevaría a todos en su coche nuevo
a un bar hawaiano, a unas veinte millas.
Fueron a buscar al muchacho a las ocho y cuarto 390
a New Wye. El camino estaba helado. Por fin
encontraron el lugar, cuando de pronto Pete Dean
llevándose las manos a la frente exclamó que había
olvidado por completo una cita con un amigo
que iría a parar a la cárcel si él, Pete, no iba,
etcétera. Ella dijo que comprendía.
Después que Pete se fue, se quedaron los tres
un rato, delante de la entrada azul.
El neón rayaba los charcos; y con una sonrisa
ella dijo que estaba de trop , que prefería 400
volverse a casa. Sus amigos la acompañaron
hasta la parada del ómnibus y la dejaron; pero ella, en vez
de volver a casa, bajó en Lochanhead.
Te miraste la muñeca: "Son las ocho y cuarto.
(Y aquí el tiempo se bifurcó.) Voy a encenderlo." La pantalla
desarrolló en su blancura líquida una mancha que parecía la vida,
y surgió la música.
Le echó una mirada
y fulminó con los ojos a la bien intencionada Jane.
Una mano masculina trazó de Florida a Maine
las curvas flechas de las guerras eolias. 410
Dijiste que más tarde un cuarteto de latosos,
dos escritores y dos críticos, discutirían
La Causa de la Poesía en el Canal 8.
Llegó una ninfa haciendo piruetas bajo blancos
pétalos rotatorios, en un rito primaveral,
para arrodillarse ante un altar, en un bosque,
donde había varios artículos de tocador.
Subí al primero y leí unas galeradas,
y oí al viento que hacía rodar bolitas en el tejado.
"Miren bailar al mendigo ciego, cantar al tullido" 420
tiene indudablemente el sonido vulgar
de su edad absurda. Después tu llamada,
tierno mirlo mío, subió desde el vestíbulo.
Espero llegar a tiempo para alcanzar a oír hablar de
una breve fama y tomar contigo una taza de té: mi nombre
fue mencionado dos veces, como de costumbre justo detrás
(un solo paso viscoso) de Frost.
"¿De veras no le molesta?
Tomaré el avión de Exton, porque, comprende,
si no llego antes de medianoche con la plata…"
Y después hubo una especie de película de viaje: 430
un presentador nos llevó a través de la niebla
de una noche de marzo, donde desde muy lejos
los faros crecían como una estrella en expansión
acercándose al verde, índigo y leonado mar,
que habíamos visitado en el treinta y tres,
nueve meses antes de su nacimiento. Ahora todo
era grisáceo y apenas recordaba
aquel primer, largo paseo, la luz cruel,
el rebaño de velas (una azul entre las blancas
chocaba extrañamente con el mar, y dos eran rojas), 440
el hombre del viejo blazer, desmenuzando pan,
la muchedumbre de gaviotas intolerablemente ruidosas,
y una paloma oscura contoneándose en la multitud.
"¿Fue el teléfono?" Escuchaste la puerta.
Nada. Recogiste el programa del suelo.
Más faros en la bruma. Inútil
limpiar los vidrios: sólo una tapia blanca
y los faroles de alumbrado pasaban sin máscaras.
"¿Estamos seguros de que procede bien?" preguntaste.
"Técnicamente es, sin duda, una cita con un desconocido.
¿Y si probamos la secuencia Remordimiento ?"
Y dejamos, con toda tranquilidad,
que la famosa película desplegara su marquesina encantada;
el célebre rostro entró graciosamente, bello y tonto:
los labios entreabiertos, los ojos húmedos, el grain de
beauté -extraño galicismo- en la mejilla,
y la suave forma desapareciendo en el prisma
del deseo colectivo.
"Creo", dijo,
"que voy a bajarme aquí." "Pero estamos en Lochanhead."