Charles Kinbote
19 de octubre de 1959, Cedarn, Utana.
PALIDO FUEGO
Poema en cuatro cantos
CANTO PRIMERO
Yo era la sombra del picotero asesinado 1
por el falaz azur de la ventana;
era la mancha de plumón ceniza, y vivía,
volaba siempre en el cielo reflejado.
Y desde adentro también me duplicaba,
yo mismo, mi lámpara, la manzana en un plato:
corriendo la cortina, el vidrio oscuro
suspendía los muebles en la hierba,
¡y qué delicia cuando una nevada 10
ese atisbo de césped ocultaba
y entonces silla y cama se posaban justo
en la nieve, fuera, en la tierra de cristal!
Retomar la nevada: cada copo a la deriva
informe y lento, opaco e inestable,
blanco mate y sombrío contra el blanco pálido del día
y abstractos alerces en la luz neutral.
Y después el doble azul gradual
cuando la noche une al que ve y a lo visto,
y en la mañana diamantes de la escarcha 20
expresan el asombro: ¿Qué espolonadas patas han cruzado
de izquierda a la derecha la página en blanco del camino?
Leyendo de izquierda a derecha en el código invernaclass="underline"
una tilde, una flecha invertida… ¡Las patas de un faisán!
Belleza con gorguera, ortega sublimada
que descubres tu China justo tras de mi casa.
¿Era de Sherlock Holmes el personaje aquel
cuyas huellas retrocedían al invertir los zapatos?
Todos los colores me hacían feliz, incluso el gris. 30
Mis ojos eran tales que literalmente
fotografiaban. Siempre que yo lo permitía
o, con un temblor silente, lo ordenaba,
todo lo que caía en mi campo visual
- una escena de interior, las hojas de un nogal, los esbeltos
estiletes de una helada estalactita-
e impreso en mis párpados, por dentro,
quedaba rezagado una hora, o dos,
y entre tanto, me bastaba
cerrar los ojos para reproducir las hojas, 40
o la escena de interior, o los trofeos del alero.
No entiendo por qué podía desde el lago
distinguir nuestra entrada cuando iba
por Lake Road a dar clase, y ahora aunque no haya
árbol que se interponga, miro pero no veo
ni siquiera el tejado. Tal vez un recodo del espacio
ha formado un pliegue o surco desplazando
la frágil perspectiva, la casa de madera
entre Goldsworth y Wordsmith en su cuadro de verde.
Yo tenía allí un nogal joven, favorito, 50
de amplias hojas jade oscuro y negro, y fino
tronco vermiculado. El sol poniente
pavonaba la corteza negra y alrededor, como guirnaldas
desatadas, caían las sombras del follaje.
Ahora es fuerte y rugoso; ha crecido bien.
Las mariposas blancas se vuelven lavanda cuando
atraviesan su sombra, donde parece mecerse
delicadamente el fantasma del columpio de mi hijita.
La casa es más o menos la misma. Un ala
ha sido restaurada. Hay un solario. Hay una 60
gran ventana flanqueada de sillas fantasiosas.
El enorme sujetapapeles de la TV brilla ahora en lugar
de la rígida veleta tantas veces visitada
por el ingenuo, leve mirlo
que repetía todos los programas escuchados,
pasando de chipo-chipo a un claro
tu-ui, tu-ui , y luego a un grito ronco: come here,
come here, come herrr , meneando la erguida cola
o entregándose con gracia a una suave