Aquí el autor observó que en algunas de las líneas que ya había compuesto continuaba, sin saberlo, una fermentación, un desarrollo, una hinchazón del guisante o, con mayor precisión: en un momento dado la evolución ulterior de un determinado tema se puso de manifiesto: el tema de los «ejercicios de escritura», por ejemplo: ya durante sus días escolares Nikolai Gavrilovich copiaba para su propia diversión «El hombre es lo que come», de Feuerbach (tiene más fluidez en alemán y todavía más con ayuda de la nueva ortografía ahora aceptada en ruso: chelovek est' to chto est). Observaremos también que el tema de la «miopía» se desarrolla a su vez, empezando con el hecho de que de niño sólo conocía las caras que besaba y sólo podía ver cuatro de las siete estrellas de la Osa Mayor. Se puso las primeras gafas —de cobre— a la edad de veinte años. Las gafas de plata de un profesor, compradas por seis rublos, para distinguirse de sus estudiantes en la Escuela de Cadetes. Las gafas de oro de un moldeador de la opinión pública en los días en que El Contemporáneopenetraba hasta las profundidades más fabulosas de la campiña rusa. De nuevo gafas de cobre, compradas en una pequeña tienda de la otra orilla del lago Baikal, donde también vendían botas de fieltro y vodka. La añoranza de las gafas en una carta a sus hijos desde el territorio de Yakutsk, en que les pedía lentes para tal y tal visión (con una línea que marcaba la distancia a la cual podía leer las letras). Aquí el tema de las gafas se aleja durante un tiempo.
...Sigamos otro tema, el de la «claridad angélica». Así es cómo se desarrolla ulteriormente: Cristo murió por la humanidad porque amaba a la humanidad, a la que yo también amo, por la que también moriré. «Sé un segundo Salvador», le aconseja su mejor amigo —y cómo se enardece —¡oh, tímido! ¡Oh, débil! (un signo de exclamación casi gogoliano aparece de modo efímero en su diario de estudiante). Pero el «Sentido Común» ha de reemplazar al «Espíritu Santo». ¿No es la pobreza la madre del vicio? Cristo tendría que haber calzado primero y coronado de flores a todo el mundo antes de predicar moralidad. Cristo Segundo empezaría poniendo fin a la necesidad material (ayudado en ello por la máquina que hemos inventado). Y es extraño, pero... algo se realizó, sí, fue como si se realizara algo. Sus biógrafos marcan su camino de espinas con hitos evangélicos (es bien conocido que cuanto más izquierdista es el comentarista ruso tanto mayor es su debilidad por expresiones como «el Gólgota de la revolución»). Las pasiones de Chernyshevski empezaron cuando llegó a la edad de Cristo. Aquí el papel de Judas correspondió a Vsevolod Kostomarov; el papel de Pedro, al famoso poeta Nekrasov, que se negó a visitar al prisionero. El corpulento Herzen, bien resguardado en Londres, llamó a la picota de Chernyshevski «La pieza compañera de la Cruz». Y en un famoso yambo de Nekrasov había más sobre la Crucifixión, sobre el hecho de que Chernyshevski había sido «enviado para recordar a Cristo a los reyes terrenales». Finalmente, cuando estaba muerto del todo y lavaba su cuerpo, aquella delgadez, aquellas costillas sobresalientes, aquella palidez oscura de la piel y aquellos grandes dedos de los pies recordaron vagamente a uno de sus íntimos «El descenso de la Cruz», de Rembrandt, ¿verdad? Pero ni siquiera esto es el fin del tema: hay todavía la afrenta póstuma, sin la cual ninguna vida santa está completa. La corona de plata con la inscripción, en su cinta, AL APÓSTOL DE LA VERDAD, LAS INSTITUCIONES DE EDUCACIÓN SUPERIOR DE LA CIUDAD DE JARKOV, fue robada cinco años después de la capilla de hierro forjado; además, el alegre sacrilego rompió el vidrio granate y arañó su nombre y la fecha en el marco con un trozo del mismo vidrio. Y entonces aparece dispuesto a desarrollarse un tercer tema —ya desarrollarse de modo muy fantástico si le quitamos la vista de encima: el tema de los «viajes», que puede conducir Dios sabe adonde— a un tarantas con un gendarme de uniforme azul, e incluso a más: a un trineo de Yakutsk tirado por media docena de perros. ¡Dios mío, aquel capitán de policía de Vilyuisk también se llama Protopopov! Pero de momento todo es muy pacífico. El cómodo carruaje continúa su marcha, la madre de Nikolai, Eugenia Egorovna, dormita con un pañuelo extendido sobre la cara, mientras su hijo está recostado junto a ella leyendo un libro —y un agujero del camino pierde su significado de agujero, y se convierte en una mera irregularidad tipográfica, un salto en la línea— y ahora las palabras vuelven a deslizarse sin tropiezos, los árboles pasan y su sombra pasa sobre las páginas. Y aquí, por fin, está San Petersburgo.
Le gustó el color azul y la transparencia del Neva, qué abundancia de agua en la capital, qué pura era el agua (con ella no tardó en estropearse el estómago); pero le gustó en especial la ordenada distribución del agua, los inteligentes canales: qué bonito es poder unir esto con aquello y aquello con esto; y deducir la idea de lo bueno de la idea de la conjunción. Por las mañanas abría la ventana y, con un respeto acrecentado por la faceta cultural de la totalidad del espectáculo, se persignaba frente al trémulo brillo de las cúpulas: la de San Isaac, en proceso de construcción, estaba llena de andamios; escribiremos una carta a mi padre sobre las «láminas de oro encendido» de las cúpulas, y una a la abuela sobre la locomotora... Sí, había visto realmente un tren, tan deseado hacía poco tiempo por el pobre Belinski (predecesor de nuestro héroe), cuando, con los pulmones enfermos, demacrado, con estremecimientos, solía contemplar durante horas y con lágrimas de alegría cívica la construcción de la primera estación de ferrocarril, aquella misma estación en cuyo andén, unos años después, el medio loco Pisarev (sucesor de nuestro héroe), cubierto con un antifaz negro y calzado con guantes verdes, azotaría con una fusta el rostro de un apuesto rival.
En mi obra (dijo el autor) las ideas y los temas continúan creciendo sin mi conocimiento ni aquiescencia —algunos de modo bastante torcido— y sé de quién es la culpa: «la máquina» se está inmiscuyendo; tengo que pescar esta incómoda astilla de una frase ya compuesta. Un gran alivio. El tema es movimiento perpetuo.
La alfarería con movimiento perpetuo se prolongó unos cinco años, hasta 1853, cuando —ya maestro de escuela y casado— quemó la carta que contenía diagramas y que preparó un día en que temió morir (de aquella enfermedad de moda, aneurisma) antes de dotar al mundo de la bendición del movimiento eterno y extremadamente barato. En las descripciones de sus absurdos experimentos y en sus comentarios sobre ellos, en esta mezcla de ignorancia y raciocinio, ya se puede detectar aquel defecto apenas perceptible, pero fatal, que prestó a su lenguaje posterior algo parecido a un indicio de charlatanería; un indicio imaginario, pues debemos tener presente que el hombre era tan recto y firme como el tronco de un roble, «el más honrado entre los honrados» (expresión de su esposa); pero tal fue el destino de Chernyshevski que todo se volvía contra éclass="underline" cualquiera que fuese el tema que tocaba, salía a la luz —de modo insidioso, y con la más provocativa condición de inevitable— algo totalmente opuesto a su concepto de él. Por ejemplo, estaba a favor de la síntesis, de la fuerza de atracción, del vínculo vivo (cuando leía una novela, besaba la página en que el autor apelaba al lector), y, ¿qué respuesta obtuvo? Desintegración, soledad, extrañamiento. Predicaba la entereza y el sentido común en todas las cosas, y como respuesta a la llamada burlona de alguien, su destino rebosó de necios, mentecatos y chiflados. Por todo se le devolvió «un céntuplo negativo», en la frase feliz de Strannoliubski, contra todo se volvió su propia dialéctica, por todo se vengaron de él los dioses; por sus sensatas opiniones sobre las rosas irreales de los poetas, por hacer el bien medíante sus novelas, por su fe en los conocimientos, ¡y qué formas tan inesperadas, qué formas tan astutas adoptó esta venganza! ¿Qué pasaría, cavila en 1848, si acoplara un lápiz a un termómetro de mercurio, para que se moviera de acuerdo con los cambios de temperatura? Empezando con la premisa de que la temperatura es algo eterno. Pero, perdónenme, ¿quién es éste, quién es este sujeto que toma laboriosas notas en clave sobre sus laboriosas especulaciones? Un joven inventor, sin duda, dotado de un ojo infalible, de una habilidad innata para unir, acoplar, soldar partes inertes, obligándolas a producir como resultado el milagro del movimiento, y, ¡mirad!, un telar ya está susurrando, o una locomotora, de alta chimenea y conducida por un hombre con sombrero de copa, está alcanzando a un caballo de raza. Aquí mismo se encuentra la hendidura con el nido de la venganza, puesto que este sensible jovencito, quien —no lo olvidemos— sólo se preocupa por el bien de toda la humanidad, tiene la vista de un topo, y sus manos blancas y ciegas se mueven en un plano diferente del de su mente defectuosa, pero musculosa y obstinada. Todo cuanto toca se derrumba hecho pedazos. Es triste leer en su diario cosas sobre los utensilios que intenta utilizar —reglas de medida, plomadas, corchos, palanganas —y nada da vueltas, o si lo hace, siempre es de acuerdo con leyes inoportunas, en dirección contraria a la que quiere: un motor eterno que funciona a la inversa; pues bien, esto es una absoluta pesadilla, la abstracción que pone fin a todas las abstracciones, la infinitud con un signo negativo, más una jofaina rota por añadidura.