Ante nosotros está «El diario de mis relaciones con la que ahora constituye mi felicidad». Steklov, que se entusiasmaba fácilmente, se refiere a esta producción única (que ante todo recuerda al lector un informe comercial de extrema meticulosidad) como «un exultante himno de amor». El autor del informe elabora un proyecto para declarar su amor (que lleva a cabo con exactitud en febrero de 1853 y es aprobado sin demora), con puntos a favor y en contra del matrimonio (temía, por ejemplo, que a su inquieta esposa se le ocurriera vestir como un hombre —al estilo de George Sand-) y un cálculo de gastos cuando estuviera casado, que contiene absolutamente todo —dos velas de estearina para las veladas invernales, leche por valor de diez copecs, el teatro; y al mismo tiempo notifica a su novia que, teniendo en cuenta su modo de pensar («No me asusta la suciedad, ni (ahuyentar) a palos a campesinos borrachos, ni las matanzas»), era seguro que tarde o temprano «le cogerían», y para mayor honradez le menciona a la esposa de Iskander (Herzen), que, estando embarazada («discúlpeme por entrar en tales detalles»), «cayó muerta» al enterarse de que su marido había sido arrestado en Italia y repatriado a Rusia. Olga Sokratovna, como podría haber añadido Aldanov en este punto, no hubiera caído muerta.
«Si algún día —seguía escribiendo— su nombre es mancillado por un rumor... yo siempre estaré dispuesto a la primera palabra suya a convertirme en su marido.» Posición caballeresca, pero que dista de estar basada en premisas caballerescas, y este giro característico nos devuelve al instante al familiar camino de esas primeras semifantasías de amor, con su detallada ansia de sacrificio y la coloración protectora de su compasión; la cual no impidió que su orgullo se sintiera herido cuando su novia le advirtió que no estaba enamorada de él. Su período de noviazgo tuvo aire alemán con cantos schillerianos y una contabilidad de caricias: «Al principio desabroché dos botones de su mantilla y luego el tercero...» Le pidió con urgencia que colocara el pie (enfundado en una puntiaguda bota gris con puntadas de seda de colores) sobre su cabeza: su voluptuosidad se alimentaba de símbolos. A veces le leía a Lermontov o Koltsov; leía poesía con el tono monótono de un lector del Salterio.
Pero lo que ocupa el lugar de honor de su diario y que es especialmente importante para comprender mucha parte del destino de Nikolai Gavrilovich, es el detallado relato de las ceremonias de diversión tan abundantes en las veladas de Saratov. No sabía bailar con agilidad la polka y aún menos el Grossvater, pero en cambio le encantaba hacer el payaso, pues ni siquiera el pingüino desdeña cierta travesura cuando rodea a la hembra que corteja con un círculo de piedras. La juventud se reunía, como suele decirse, y se enfrascaba en un juego de coquetería que estaba de moda en aquel tiempo y en aquel grupo, Olga Sokratovna daba de comer de un platillo a uno u otro de los invitados, como a un niño, mientras Nikolai Gavrilovich, simulando celos, apretaba una servilleta contra su corazón y amenazaba con agujerearse el pecho con un tenedor. Ella, a su vez, fingía estar enfadada con él. Entonces él le pedía perdón (todo esto es de una horrible falta de gracia) y besaba las partes desnudas de sus brazos, que ella intentaba ocultar, mientras exclamaba: «¡Cómo se atreve!» El pingüino adoptaba «una expresión grave y triste, porque de hecho era posible que yo hubiera dicho algo que habría ofendido a cualquier otra» (es decir, a una muchacha menos audaz). En los días festivos se inventaba trucos en el Templo de Dios, divirtiendo a su futura esposa —pero el comentarista marxista (es decir, Steklov) se equivoca al ver en esto «una sana blasfemia»—. Como hijo de un sacerdote, Nikolai se encontraba a sus anchas en una iglesia (así el joven príncipe que corona a un gato con la diadema de su padre no está expresando en modo alguno simpatía hacia el gobierno popular). Aún menos puede reprochársele hacer mofa de los cruzados porque dibujaba con tiza una cruz en la espalda de muchos: la marca de los frustrados admiradores de Olga Sokratovna. Y tras otras payasadas de la misma especie, tiene lugar —recordémoslo— un duelo fingido con palos.
Algunos años después, cuando fue arrestado, la policía confiscó su viejo diario, que estaba escrito con una caligrafía regular, adornada con pequeños peciolos, y en una clave particular, con abreviaciones tales como ¡debdad! ¡misrio!(debilidad, misterio), Ubtad, = tad(libertad, igualdad) y ch-k(chelovek, hombre, y no Cheka, la policía de Lenin).
Sin duda, la descifraron personas incompetentes, pues cometieron numerosos errores: por ejemplo, tomaron dzryapor druzya(amigos), en lugar de podosrenya(sospechas), con lo cual deformaron la frase «Despertaré fuertes sospechas» en: «Tengo amigos fuertes.» Chernyshevski se agarró ávidamente a esto y empezó a mantener que el diario entero era el borrador de una novela, una invención literaria, ya que, como dijo, «entonces carecía de amigos influyentes, mientras que este personaje tenía claramente amigos en el gobierno». No es importante (aunque resulta una cuestión interesante por sí misma) que recordara con exactitud o hubiera olvidado las palabras de su diario; lo importante es que después da a estas palabras una curiosa coartada en ¿Qué hacer?, donde desarrolla por completo su ritmo interno «de borrador» (por ejemplo, en la canción de una de las muchachas que meriendan en el campo: «Oh, doncella, mi morada son los bosques sombríos, soy un amigo maligno y peligrosa será mi vida, y triste será mi fin»). Encerrado en la prisión y sabiendo que estaban descifrando su peligroso diario, se apresuró a mandar al Senado «ejemplos de los borradores de mi manuscrito»; es decir, cosas que había escrito exclusivamente para justificar su diario, convirtiéndolas también ex post factoen el borrador de una novela. (Strannolyubski supone abiertamente que esto fue lo que le impulsó a escribir en la cárcel ¿Qué hacer?—que, por cierto, dedicó a su esposa y comenzó el día de santa Olga—.) Por consiguiente, pudo expresar su indignación por el hecho de que se diera un significado delictivo a escenas que había inventado. «Me coloco a mí mismo y a otros en diversas situaciones y las desarrollo caprichosamente... Un "yo" habla de la posibilidad del arresto, a otro "yo" le golpean con un palo delante de su novia.» Al recordar esta parte de su viejo diario, esperaba que el relato detallado de toda clase de juegos de salón lo consideraran, por sí mismo, «caprichoso», ya que una persona sosegada no haría... Lo triste era que en círculos oficiales no se le consideraba una persona sosegada, sino precisamente un bufón, y fue en estas mismas bufonadas de sus frases periodísticas de El Contemporáneodonde detectaron una solapada infiltración de ideas perniciosas. Y para una perfecta conclusión del tema de los petits-jeuxde Saratov, adelantémonos un poco, hasta los trabajos forzados, donde su eco vive todavía en las pequeñas piezas que compone para sus camaradas y especialmente en la novela El prólogo(escrita en la fábrica de Alexandrov, en 1866), en la cual aparece un estudiante, que finge ser tonto sin ninguna gracia, y una joven belleza que coquetea con sus admiradores. Si añadimos a esto que el protagonista (Volgin), cuando habla a su esposa del peligro que le amenaza, se refiere a una advertencia que le ha hecho antes de casarse, es imposible no llegar a la conclusión de que aquí tenemos, por fin, una tardía muestra de la verdad, insertada por Chernyshevski para apoyar su antigua afirmación de que su diario era meramente el borrador de un escritor... porque la misma pulpa de El prólogo, a través de toda la escoria de invención mediocre, se antoja ahora, sin duda, una continuación novelística de los grabados de Saratov.