Como las palabras, las cosas también tienen sus casos. Chernyshevski lo veía todo en el nominativo. En realidad, claro, cualquier tendencia auténticamente nueva es una jugada de caballo, un cambio de sombras, un giro que desplaza el espejo. Un hombre serio, moderado, que respeta la educación, el arte y los oficios, hombre que ha acumulado una profusión de valores en la esfera del pensamiento —que tal vez ha mostrado una discriminación totalmente progresiva durante el período de su acumulación pero que ahora no tiene el menor deseo de someterlos a una consideración nueva— a semejante hombre le irrita mucho más la innovación irracional que la oscuridad de la ignorancia anticuada. Así, pues, Chernyshevski, que como la mayoría de los revolucionarios era un completo burgués en sus gustos artísticos y científicos, se exasperaba ante «la cuadratura de las botas» o «la extracción de raíces cúbicas de las cañas de las mismas». «Todo Kazan conocía a Lobachevski —escribió a sus hijos desde Siberia en los años setenta—, todo Kazan compartía la opinión unánime de que era un perfecto idiota... ¿Qué diablos es "la curvatura del rayo" o "un espacio curvado"? ¿Qué es "geometría sin el axioma de las líneas paralelas"? ¿Es posible escribir ruso sin verbos? Sí, lo es —como una broma. Susurros, respiración tímida, trinos de ruiseñor. Escritos por un tal Fet, poeta muy conocido en su tiempo. Un idiota con pocos predecesores. Escribió todo esto con seriedad, y la gente se rió de él hasta desternillarse.» (Detestaba a Fet al igual que a Tolstoi; en 1856, adulando a Turguenev —a quien necesitaba para El Contemporáneo—, le escribió «que ninguna de las " Juventudes" ( Infancia y Adolescencia, de Tolstoi), ni siquiera la poesía de Fet... puede vulgarizar lo suficiente al público por no ser capaz de...» —aquí sigue un cumplido vulgar.)
Una vez, en 1855, al explayarse sobre Pushkin y deseando dar un ejemplo de «una insensata combinación de palabras», citó precipitadamente un «sonido azul» de su propia invención —con lo que censuró de modo prof ético la «hora de tañido azul» de Blok que sonaría medio siglo después. «El análisis científico demuestra lo absurdo de tales combinaciones», escribió, ignorante del hecho fisiológico del «oído coloreado». «¿Acaso no es lo mismo —preguntó (al lector de Bajmuchansk o Novomirgorod, que con alegría le dio la razón) —decir un lucio de azuladas aletas o (como en un poema de Dershavin) un lucio con aletas azules (lo segundo es mejor, claro, habríamos gritado nosotros —así destaca más, ¡de perfil!)? Porque el pensador auténtico no tiene tiempo para ocuparse de estas cuestiones, en especial si pasa más horas en la plaza pública que en su estudio.» La «idea general» es otro asunto. El amor por las generalidades (enciclopedias) y el odio desdeñoso hacia las particularidades (monografías) le indujeron a tachar a Darwin de pueril y a Wallace de inepto («...todas esas doctas especialidades, desde el estudio de las alas de las mariposas al estudio de los dialectos cafres»). Chernyshevski tenía, por el contrario, un campo de peligrosa amplitud, una especie de actitud imprudente y confiada de «cualquier cosa sirve», que proyecta una sombra sospechosa sobre su propio trabajo especializado. Sin embargo, concedía «el interés general» a su propia interpretación: partía de la premisa de que lo que más interesaba al lector era el lado «productivo» de las cosas. En su crítica de una revista (en 1855) alaba artículos como «El estado termométrico de la tierra» y «Yacimientos de carbón en Rusia», y rechaza de manera tajante como en exceso especializado el único artículo que uno desearía leer: «Distribución geográfica del camello.»
A este respecto, es indicativo en extremo el intento de Chernyshevski de probar ( El Contemporáneo, 1856) que el metro ternario (anapesto, dáctilo) es más natural en ruso que el binario (yambo, troqueo). El primero (excepto cuando se usa para el noble, «sagrado» —y, por tanto, odioso— hexámetro dactílico) le parece más natural a Chernyshevski, «más sano», del mismo modo que para un mal jinete galopar es «más sencillo» que trotar. Sin embargo, la cuestión residía menos en esto que en la «regla general» a la que sometía a todos y a todo. Confundido por la emancipación rítmica del amplio verso de Nekrasov y los elementales anapestos de Koltsov («¿Por qué dormido, mushichyók?»), Chernyshevski olfateaba algo democrático en el metro ternario, algo que cautivaba al corazón, algo «libre» pero también didáctico, en contraste con el aire aristocrático del yambo; creía que los poetas que deseaban convencer, debían emplear el anapesto. Sin embargo, esto no era todo: en el verso ternario de Nekrasov ocurre con especial frecuencia que palabras de una o dos sílabas se encuentran en las partes no acentuadas de los pies y pierden su individualidad enfática, mientras que, por otro lado, se intensifica el ritmo colectivo: se sacrifica a las partes a favor del conjunto (como, por ejemplo, en el verso anapéstico «Volga, Volga, en primavera anegado», donde el primer «Volga» ocupa las dos depresiones del primer pie: Volga Vól). Nada de cuanto acabo de decir lo examina el propio Chernyshevski, pero es curioso que en sus versos, escritos durante sus noches siberianas en aquel terrible ternario cuya misma vulgaridad tiene un sabor de locura, Chernyshevski parodia sin darse cuenta el método de Nekrasov y lo lleva hasta el absurdo al introducir en las depresiones palabras de dos sílabas que normalmente no están acentuadas en la primera (como Volga) sino en la segunda, y haciéndolo tres veces en un solo verso —sin duda una supermarca: «Colinas remotas, remotas palmas, atónita muchacha del norte» (versos a su esposa, 1875). Repitamos: toda esta tendencia hacia un verso creado a imagen y semejanza de determinados dioses socioeconómicos era inconsciente por parte de Chernyshevski, pero sólo si se presta claridad a esta tendencia se puede entender el verdadero fondo de su extraña teoría. No comprendía en absoluto la esencia real, de violín, del anapesto; como tampoco comprendía el yambo, la más flexible de todas las medidas cuando se trata de transformar los acentos en movimientos escurridizos, en esas rítmicas desviaciones del metro que, debido a sus recuerdos del seminario, a Chernyshevski se le antojaban ilegítimas; y, finalmente, no comprendía el ritmo de la prosa rusa; es natural, por tanto, que el mismo método que aplicó para probar su teoría, se vengara de éclass="underline" en sus citas de prosa, dividía el número de sílabas por el número de acentos y obtenía el resultado de tres y no el de dos, que según él hubiera obtenido de ser el metro binario más apropiado para la lengua rusa; pero es que no tenía en cuenta lo más importante: ¡los peones! Porque en los mismos pasajes que cita, partes enteras de frases siguen el ritmo fluido del verso libre, el más puro de todos los metros, es decir, ¡precisamente el yambo!
Me temo que el zapatero que visitó el taller de Apeles y criticó lo que no entendía, era un remendón mediocre. ¿Es todo realmente correcto desde el punto de vista matemático en el contenido de sus doctas obras económicas, cuyo análisis exige una curiosidad casi sobrehumana por parte del investigador? ¿Son realmente profundos sus comentarios sobre Mill (en que se esforzó por reconstruir ciertas teorías «de acuerdo con el nuevo elemento plebeyo del pensamiento y la vida»)? ¿Encajan realmente todas las botas que hizo? ¿O es simplemente la coquetería de un anciano lo que le impulsa, veinte años después, a recordar con complacencia los errores que cometió en sus cálculos logarítmicos relacionados con el efecto de ciertas mejoras agrícolas sobre la cosecha de cereales? Todo esto es triste, muy triste. Nuestra impresión general es que los materialistas de este tipo cayeron en un error fataclass="underline" descuidando la naturaleza de la cosa en sí, aplicaban su método más materialista únicamente a las relaciones entre los objetos, al vacío existente entre ellos y no a los objetos en sí; es decir, eran los metafísicos más ingenuos precisamente en el punto en que más necesitaban pisar terreno firme.