Una vez, en su juventud, hubo una mañana desdichada: le visitó un vendedor de libros a quien conocía, el viejo y narigudo Vasili Trofimovich, encorvado como una babayag¿ bajo el peso de un enorme saco de lona lleno de libros prohibidos y semiprohibidos. Pese a desconocer lenguas extranjeras, ser apenas capaz de escribir en caracteres latinos y pronunciar los títulos con espeso acento campesino, adivinaba por instinto la naturaleza subversiva de este o aquel alemán.
Aquella mañana vendió a Nikolai Gavrilovich (puestos ambos en cuclillas ante un montón de libros) un volumen de Feuerbach con los bordes de las páginas todavía sin cortar.
Por aquellos días se prefería a Andrei Ivanovich Feuerbach a Egor Fiodorovich Hegel. Homo feuerbachies un músculo cogitativo. Andrei Ivanovich creía que el hombre difiere del mono sólo en su punto de vista; sin embargo, no es probable que estudiara a los monos. Medio siglo después de él, Lenin refutó la teoría de que «la tierra es la suma de las sensaciones humanas» con «la tierra existió antes que el hombre»; y a su anuncio comerciaclass="underline" «Ahora convertimos la ignota "cosa en sí misma" de Kant en una "cosa para nosotros", mediante la química orgánica», añadió con total seriedad que «puesto que la alizarina ha existido en el carbón sin que lo supiéramos, las cosas deben existir independientemente de nuestro conocimiento.» De modo similar, Chernyshevski explicó: «Vemos un árbol; otro hombre mira el mismo objeto. Vemos en el reflejo de sus ojos que su imagen del árbol es igual que nuestro árbol. Así, pues, todos vemos los objetos tal como existen realmente.» Todas estas absurdas majaderías tienen su propia faceta cómica: es especialmente divertida la constante mención de los árboles por los materialistas, porque todos están muy poco familiarizados con la naturaleza, en especial con los árboles. Ese objeto tangible, que según Chernyshevski «actúa con mucha más fuerza que su propio concepto abstracto» (el Principio Antropológico de la Filosofía), está sencillamente más allá de su comprensión. ¡Contemplemos la terrible abstracción que resultó, en el análisis final, del materialismo»! Chernyshevski no sabía distinguir entre un arado y una soja de madera; confundía el madeira con la cerveza; era incapaz de nombrar una sola flor silvestre, salvo el escaramujo; y es característico que compensara esta deficiencia de conocimientos botánicos con la «generalización» que mantuvo con el convencimiento del ignorante de que «todas (las flores de la taiga siberiana) ¡son exactamente las mismas que florecen por toda Rusia!» Acecha un castigo secreto en el hecho de que él, que había construido su filosofía sobre la base de su conocimiento del mundo, se encontrara ahora, desnudo y solo, entre la naturaleza hechizada, de extraña exuberancia y todavía sólo descrita parcialmente, del nordeste de Siberia: castigo elemental, mitológico, que no habían tenido en cuenta sus jueces humanos.
Pocos años antes, la fragancia del Petrushkade Gogol se había explicado mediante el hecho de que todo lo existente era racional. Pero ya había pasado el tiempo del sincero hegelianismo ruso. Los moldeadores de la opinión eran incapaces de comprender la verdad vital de Hegeclass="underline" verdad que no estaba estancada, como el agua poco profunda, sino que fluía como la sangre a través del mismo proceso de la cognición. A Chernyshevski le gustaba más la sencillez de Feuerbach. No obstante, siempre existe el peligro de que una letra caiga del cosmos, y Chernyshevski no soslayó este riesgo en su artículo «Propiedad común», en el que comenzó a operar con la tentadora tríada de Hegel, dando ejemplos tales como: la gaseiformidad del mundo es la tesis, mientras la blandura del cerebro es la síntesis; o aún más estúpido: un garrote que se convierte en una carabina. «En la tríada —dice Strannolyubski— se oculta una imagen vaga de la circunferencia que controla toda la vida de la mente, y la mente está limitada irremediablemente por ella. Éste es el tiovivo de la verdad, porque la verdad es siempre redonda; por consiguiente, en la evolución de las formas de la vida es posible cierta perdonable curvatura: la giba de la verdad; pero ninguna más.»
La «filosofía» de Chernyshevski se remonta a los enciclopedistas, y pasa por Feuerbach. Por otro lado, el hegelianismo aplicado, desviándose gradualmente hacia la izquierda, retrocedió a través del mismo Feuerbach hasta reunirse con Marx, que en su Sagrada Familiase expresa así:
...no se precisa gran inteligencia para distinguir una conexión entre la enseñanza del materialismo en relación con la innata tendencia al bien; la igualdad de capacidades del hombre —capacidades que generalmente se llaman mentales; la gran influencia sobre el hombre de las circunstancias externas; la experiencia omnipotente; dominio de la costumbre y la educación; la extrema importancia de la laboriosidad; el derecho moral al placer, y el comunismo.
Lo he puesto en verso libre para que fuera menos aburrido.
Steklov opina que, pese a su genio, Chernyshevski no puede equipararse a Marx, en relación con el cual es como el artesano Polzunov de Barnaul comparado con Watt. El propio Marx («burgués mezquino hasta la médula de los huesos», según el testimonio de Bakunin, que no podía soportar a los alemanes) se refirió una o dos veces a los «notables» escritos de Chernyshevski, pero dejó más de una nota despreciativa en los márgenes de la obra principal sobre economía «des grossen russischen Gelehrten» (Marx detestaba a los rusos en general). Chernyshevski le pagó con la misma moneda. Ya en los años setenta trataba todo lo nuevo con animosidad y negligencia. Sobre todo estaba harto de la economía, que ya había dejado de ser un arma para él y por esta razón adquirió en su mente el aspecto de un juguete inservible, de «ciencia pura». Lyatski se equivoca del todo cuando —con una pasión por analogías de navegación comunes a muchos— compara al exiliado Chernyshevski con un hombre «que observa desde una playa desierta el paso de un barco gigantesco (el de Marx) que va a descubrir nuevas tierras»; la expresión es particularmente desdichada en vista del hecho de que el propio Chernyshevski, como si adivinara la analogía y deseara refutarla por anticipado, dijo de Das Kapital (que le enviaron en 1872): «Lo hojeé pero no lo leí; arranqué sus páginas una por una, hice con ellas diminutos barcos(la cursiva es mía) y los lancé al Vilyui».
Lenin consideraba a Chernyshevski «el único escritor verdaderamente grande que consiguió mantenerse a un nivel de materialismo filosófico ininterrumpido desde los años cincuenta hasta 1888» (descontó un año). Cierto día ventoso, Krupskaya se volvió hacía Lunacharski y le dijo con suave tristeza: «No había casi nadie que inspirara tanta simpatía a Vladimir Ilyich... Creo que tenía mucho en común con Chernyshevski». «Sí, sin duda tenían mucho en común —añade Lunacharski, que al principio tendía a tratar esta observación con escepticismo—. Compartían la claridad de estilo y la movilidad del lenguaje... la anchura y profundidad de criterio, el fuego revolucionario... esa combinación de enorme contenido y exterior modesto, y finalmente, su común contextura moral.» Steklov califica el primer artículo de Chernyshevski, «El Principio Antropológico en Filosofía», de «el primer manifiesto filosófico del comunismo ruso»; es significativo que este primer manifiesto fuera una redacción de colegial, una evaluación infantil de las cuestiones morales más difíciles. «La teoría europea del materialismo —dice Strannolyubski, cambiando un poco la frase de Volynski— adoptó en Chernyshevski una forma simplificada, confusa y grotesca. Emitiendo una opinión desdeñosa e impertinente sobre Schopenhauer, bajo una de cuyas uñas críticas su propio pensamiento saltarín no habría sobrevivido ni un segundo, sólo reconoció entre todos los pensadores del pasado, por una extraña asociación de ideas y según sus recuerdos erróneos, a Spinoza y Aristóteles, de quienes pretendía ser el continuador.»