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«Sí, señor, es el título de conde lo que me hizo considerar a Tolstoi "un gran escritor de la nación rusa"»; y cuando visitantes fastidiosos le preguntaban quién era a su juicio el mejor escritor viviente, nombraba a una completa nulidad: Maxim Belinski.

En su juventud anotó en su diario: «La literatura política es la más elevada.» Durante los años cincuenta, en una larga discusión sobre Belinski (Vissarion, claro), algo que el gobierno desaprobaba, le abonó diciendo que «la literatura tiene que ser la doncella de una u otra tendencia ideológica», y que los escritores «incapaces de sentir simpatía por lo que se está consiguiendo a nuestro alrededor por la fuerza del movimiento histórico... nunca, en ninguna circunstancia, producirán nada grande», porque «la historia no conoce ninguna obra de arte que haya sido creada exclusivamente por la idea de la belleza». En los años cuarenta Belinski mantuvo que «se puede incluir sin reservas a George Sand en la lista de poetas europeos (en el sentido alemán de Dichter), mientras que la yuxtaposición del nombre de Gogol con los de Homero y Shakespeare ofende tanto a la decencia como al sentido común», y que «no sólo Cervantes, Walter Scott y Cooper, como artistas, sino también Swift, Sterne, Voltaire y Rousseau tienen una importancia incomparable e inconmensurablemente mayor en toda la historia de la literatura que Gogol». Belinski fue secundado tres décadas más tarde por Chernyshevski (cierto que cuando George Sand ya había ascendido a la buhardilla, y Cooper descendido al cuarto de los niños), quien dijo que «Gogol es una figura menor en comparación, por ejemplo, con Dickens, Fielding o Sterne».

¡Pobre Gogol! Su exclamación (como la de Pushkin), «¡ Rus!», es repetida de buen grado por los hombres de los años sesenta, pero ahora la troica necesita carreteras pavimentadas, porque incluso la toska(nostalgia) rusa se ha hecho utilitaria. ¡Pobre Gogol! Estimando al seminarista en el crítico Nadeshdin (que solía escribir «literatura» con tres «t»), Chernyshevski consideraba que su influencia sobre Gogol habría sido más beneficiosa que la de Pushkin, y lamentaba que Gogol no supiera qué eran los principios. ¡Pobre Gogol! Incluso aquel bufón sombrío del padre Matvey le había implorado que renunciara a Pushkin...

Lermontov salió mejor parado. Su prosa arrancó a Belinski (que tenía debilidad por las conquistas de la tecnología) la sorprendente y encantadora comparación de Pechorin a una máquina de vapor, que aplasta a todos los imprudentes que se ponen al alcance de sus ruedas. Los intelectuales de la clase media descubrieron en su poesía algo de la vena socio-lírica que más adelante se llamó «nadsonismo». En este sentido, Lermontov fue el primer Nadson de la literatura rusa. El ritmo, el tono, el idioma diluido en lágrimas del verso «cívico», incluido aquello de «como víctimas caísteis en el fatídico debate» (la famosa canción revolucionaria de los primeros años de nuestro siglo), todo esto se remonta a versos de Lermontov del estilo de éstos:

¡Adiós, amado compañero nuestro!

¡Ay, qué breve fue tu estancia en la tierra,

cantor de ojos azules!

Has merecido una sencilla cruz de madera,

y con nosotros vivirá tu recuerdo para siempre...

La verdadera magia de Lermontov, las sutiles perspectivas de su poesía, su pintoresquismo paradisíaco y el tañido transparente de lo celestial en su verso húmedo —esto, naturalmente, era del todo inaccesible para la comprensión de hombres del temple de Chernyshevski.

Ahora nos estamos acercando a su punto más vulnerable; porque desde hace mucho tiempo se acostumbra a medir el grado de aptitud, inteligencia y talento de un crítico ruso por el rasero de su actitud hacia Pushkin. Y así seguirá haciéndose hasta que la crítica literaria rusa deseche sus libros de texto sociológicos, religiosos, filosóficos y otros, que sólo ayudan a la mediocridad a admirarse a sí misma. Sólo entonces seréis libres de decir lo que se os antoje: entonces podréis criticar a Pushkin por cualquier traición de su exigente musa y al mismo tiempo preservar vuestro talento y vuestro honor. Reprochadle que haya permitido a un hexámetro introducirse en los pentámetros de Boris Godunov(escena novena), cometido un error métrico en la línea vigésimo primera de «El banquete durante la plaga», repetido la frase «cada minuto» ( pominutno) cinco veces en dieciséis versos en «La ventisca», pero, por el amor de Dios, detened esta chachara insustancial.

Strannolyubski compara con sagacidad las opiniones críticas de los años sesenta referentes a Pushkin con la actitud hacia él, tres décadas antes, del jefe de policía conde Benckendorff o la del director de la tercera sección, Von Fock. En verdad, la mayor alabanza de Chernyshevski a un escritor, como la del soberano Nicolás I o del radical Belinski, era: sensato. Cuando Chernyshevski o Pisarev calificaban la poesía de Pushkin de «hojarascn y lujo», se limitaban a repetir a Tolmachyov, autor de Elocuencia militar, que en los años treinta había tildado a la misma de: «bagatelas y burbujas». Cuando Chernyshevski dijo que Pushkin era «sólo un mediocre imitador de Byron», reprodujo con monstruosa exactitud la definición del conde Vorontsov (jefe de Pushkin en Odesa): «Un mediocre imitador de Lord Byron.»La idea favorita de Dobrolyubov de que «Pushkin carecía de una educación sólida y profunda» va de la mano de la observación de Vorontsov: «No se puede ser un poeta auténtico sin trabajar constantemente para ampliar los propios conocimientos, y los suyos son insuficientes.» «Para ser un genio no basta con haber fabricado Eugenio Onegin», escribió el progresista Nadeshdin, comparando a Pushkin con un sastre, con un inventor de estilos de chaleco, concertando así un pacto intelectual con el reaccionario conde Uvarov, ministro de Educación, quien observó con motivo de la muerte de Pushkin: «Escribir coplas no significa hacer una gran carrera.»

Chernyshevski equiparaba al genio con el sentido común. Si Pushkin era un genio, se preguntaba, perplejo, ¿cómo había que interpretar la profusión de correcciones en sus borradores? Se puede comprender cierto «pulido» de una copia en limpio, pero esto era el trabajo en sucio. Tendría que fluir sin esfuerzo, ya que el sentido común habla inmediatamente, pues sabe lo que quiere decir. Además, como persona ridículamente ajena a la creación artística, suponía que el «pulido» tenía lugar sobre el papel, mientras el «verdadero trabajo» —es decir, «la tarea de formar el plan general» —ocurría «en la mente» —otro signo de aquel peligroso dualismo, de aquella hendidura en su «materialismo», de la que más de una serpiente habría de salir para morderle durante su vida. La originalidad de Pushkin le daba miedo. «Las obras poéticas son buenas cuando todos (la cursiva es mía) dicen después de leerlas: sí, esto no sólo es verosímil, sino que no podría ser de otro modo, porque siempre ha sido así.»

Pushkin no figura en la lista de libros enviados a Chernyshevski a la fortaleza, y no es extraño: pese a los servicios de Pushkin («inventó la poesía rusa y enseñó a la sociedad a leerla» —dos afirmaciones completamente falsas), era ante todo un escritor de breves e ingeniosos versos sobre los pequeños pies femeninos —y «pies pequeños», en la entonación de los años sesenta— cuando toda la naturaleza había sido entregada al prosaísmo: travka(diminutivo de «hierba») y pichushki(«pajarito») —tenía un significado muy diferente de los «petits pieds» de Pushkin, algo que ahora estaba más cerca del empalagoso «Füsschen» Le asombraba en especial (como también a Belinski) que Pushkin se volviera tan «reservado» hacia el final de su vida. «Se terminaron aquellas amistosas relaciones cuyo monumento sigue siendo el poema "Arion"», explica Chernyshevski como de paso, pero esta referencia casual al tema prohibido del decembrismo rebosaba de significado sagrado para el lector de El Contemporáneo(a quien de pronto imaginamos mordiendo distraída y ávidamente una manzana —transfiriendo a ella su hambre de lectura, para volver en seguida a comer las palabras con los ojos). Por consiguiente, Nikolai Gavrilovich debió irritarse bastante por una indicación escénica en la penúltima escena de Boris Godunov, indicación que se le antojaba una alusión taimada y una usurpación de laureles cívicos poco merecidos por el autor de tan «vulgares bobadas» (véanse las observaciones de Chernyshevski acerca del poema «Estambul es ahora loado por los cristianos»): «Pushkin llega rodeado por el pueblo.»