»Por sí misma, la idea de escribir un libro sobre una destacada figura pública de los años sesenta no tiene nada de reprensible. Uno se sienta a escribirlo —estupendo—; se publica —estupendo; se han publicado libros peores—. Pero el estado de ánimo general del autor, el "ambiente" de su pensamiento nos llena de dudas extrañas y desagradables. Me abstendré de discutir la pregunta: ¿Es apropiada la aparición de este libro en el momento actual? ¡Después de todo, nadie puede prohibir a una persona que escriba lo que se le antoje! Pero me parece —y no soy el único en sentirlo —que en el fondo del libro de Gudonov-Cherdyntsev se oculta algo que es, en esencia, carente del todo de tacto, algo discordante y ofensivo... Tiene derecho, naturalmente (aunque incluso esto podría ponerse en duda), a adoptar esta o aquella actitud hacia "los hombres de los años sesenta", pero al "desprestigiarles" tiene que despertar sin remedio en cualquier lector sensible sorpresa y repugnancia. ¡Qué poco importante es todo esto! ¡Qué inoportuno! Permítanme que explique lo que quiero decir. El hecho de que sea precisamente ahora, precisamente hoy cuando se efectúe esta vulgar operación es, por sí mismo, una afrenta a aquel algo significativo, amargo y palpitante que está madurando en las catacumbas de nuestra era. Oh, ya lo sabemos, los "hombres de los años sesenta" y en particular Chernyshevski, expresaron en sus juicios literarios muchas cosas equivocadas y tal vez ridículas. ¿Quién está libre de este pecado? Y, ¿es un pecado tan grande, después de todo? Pero en la "entonación" general de su crítica se advertía cierta clase de verdad —verdad que, por muy paradójico que parezca, no ha estado nunca tan próxima a nosotros ni sido tan comprensible como ahora, precisamente ahora. No estoy hablando de sus ataques a los que se dejaban sobornar ni a la emancipación femenina... ¡No es ésta la cuestión! Creo que seré debidamente comprendido (en la medida en que podemos comprender a otra persona) si digo que en un sentido infalible y definitivo sus necesidades y las nuestras coinciden. Oh, ya sé, nosotros somos más sensibles, más espirituales, más "musicales" que ellos, y nuestro objetivo final —bajo ese cielo negro y resplandeciente donde transcurre la vida —no es la "comuna" ni el "derrocamiento del déspota". Pero Nekrasov y Lermontov, en especial este último, están más cerca de nosotros que Pushkin. Elijo sólo este ejemplo, el más sencillo de todos, porque aclara inmediatamente nuestra afinidad —cuando no parentesco— con ellos. Aquella frialdad, aquella afectación, aquella cualidad "irresponsable" que intuían en ciertas partes de la poesía de Pushkin, también la percibimos nosotros. Se puede objetar que nosotros somos más inteligentes, más receptivos... Muy bien, convengo en ello; pero en esencia no es una cuestión del "racionalismo" de Chernyshevski (o de Belinski o Dobrolyubov, los nombres y las fechas no importan), sino del hecho de que entonces, igual que ahora, las personas espiritualmente progresistas comprendían que el mero "arte" y la "lira" no eran un pábulo suficiente. Nosotros, sus refinados y fatigados nietos, también queremos algo que esté por encima de todo lo humano; exigimos los valores que son esenciales para el alma. Este "utilitarismo" es tal vez más elevado que el suyo, pero en ciertos aspectos es incluso más urgente que el que ellos predicaron.
»Me he apartado del tema inmediato de mi artículo. Pero es que a veces se puede expresar la propia opinión con mucha mayor exactitud y autenticidad revoloteando en torno al tema —por sus fértiles alrededores... De hecho, el análisis de cualquier libro es torpe e inútil, y, además, no nos interesa la forma cómo el autor ha realizado su "tarea", ni siquiera la "tarea" en sí, sino sólo la actitud del autor hacia ella.
»Y añadamos esto: ¿Son realmente tan necesarias estas incursiones hacia el ámbito del pasado, con sus disputas estilizadas y su modo de vida artificialmente resucitado? ¿Quién quiere conocer las relaciones de Chernyshevski con las mujeres? En nuestra época amarga, tierna y ascética no hay lugar para esta clase de traviesa investigación, para esta literatura ociosa —que, de todos modos, no carece de cierta audacia arrogante que sin duda repelerá al lector mejor dispuesto.»
A partir de aquí, las críticas proliferaron. El profesor Anuchin, de la Universidad de Praga (figura pública muy conocida, hombre de manifiesta pureza moral y gran valor personal —el mismo profesor Anuchin que en 1922, poco antes de ser deportado de Rusia, cuando unos sujetos armados y vestidos con chaquetas de cuero fueron a arrestarle pero se interesaron por su colección de monedas antiguas y tardaban en llevárselo, había dicho serenamente, señalando su reloj: «Caballeros, la historia no espera.») publicó un análisis detallado de La vida de Chernyshevskien una revista de emigrados que aparecía en París.
«El año pasado (escribía) se publicó un libro notable del profesor Otto Lederer, de la Universidad de Bonn, Tres déspotas (Alejandro el Confuso, Nicolás el Glacial y Nicolás el Tedioso). Impulsado por un apasionado amor por la libertad del espíritu humano y un inflamado odio hacia sus opresores, el doctor Lederer fue injusto en algunas de sus apreciaciones al no tomar en consideración, por ejemplo, aquel fervor nacional ruso que encarnó con tanta fuerza el símbolo del trono; pero un celo excesivo, e incluso ceguera, en el proceso de denunciar el mal es siempre más comprensible y perdonable que la menor ironía —por muy ingeniosa que sea— a propósito de lo que la opinión pública considera objetivamente bueno. No obstante, el señor Godunov-Cherdyntsev ha elegido precisamente este segundo camino, el camino de la mordacidad ecléctica, para su interpretación de la vida y las obras de N. G. Chernyshevski.
»No cabe duda de que el autor ha estudiado a fondo, y a su modo con gran minuciosidad, el tema en cuestión; tampoco cabe duda de que su pluma tiene talento —algunas de las ideas que expresa y yuxtaposiciones de ideas son ciertamente perspicaces; pero a pesar de esto, su libro es repelente. Tratemos de examinar con calma esta impresión.
»Ha tomado una época determinada y elegido a uno de sus representantes. Pero, ¿ha asimilado el autor el concepto de "época"? No. Ante todo no se advierte en él ninguna conciencia de aquella clasificación del tiempo sin la cual la historia se convierte en una rotación arbitraria de puntos multicolores, en una especie de pintura impresionista con una figura que anda cabeza abajo contra un cielo verde que no existe en la naturaleza. Pero este método (que, por cierto, destruye cualquier valor erudito de la obra, pese a su jactanciosa erudición) no constituye la falta principal del autor. Su falta principal reside en el modo cómo describe a Chernyshevski.
»No tiene la menor importancia que Chernyshevski entendiera menos sobre cuestiones de poesía que un joven esteta de la actualidad. Carece de toda importancia que, en sur conceptos filosóficos, Chernyshevski permaneciera alejado de esas sutilezas trascendentales que gustan al señor Godunov-Cherdyntsev. Lo importante es que, cualesquiera que fuesen las opiniones de Chernyshevski sobre el arte y la ciencia, representaban el Weltanschauungde los hombres más progresistas de su época, y estaban además indisolublemente unidas al desarrollo de las ideas sociales, con su ardiente y beneficiosa fuerza activadora. Es en este aspecto, iluminado por esta única luz, que el sistema de pensamiento de Chernyshevski adquiere una significación que trasciende en grado superlativo el sentido de esos argumentos vacíos —sin ninguna conexión con la época de los años sesenta— que el señor Godunov-Cherdyntsev emplea al ridículizar con saña a su héroe.
»Pero no sólo se burla de su héroe: también se burla del lector. ¿Cómo calificar de otro modo el hecho de que entre las conocidas autoridades sobre Chernyshevski cite a una autoridad inexistente, a quien el autor pretende apelar? En cierto sentido sería posible, si no perdonar, al menos comprender científicamente la mofa de Chernyshevski, si el señor Godunov-Cherdyntsev fuera un apasionado partidario de aquellos a quienes Chernyshevski atacó. Al menos sería un punto de vista, y al leer el libro el lector haría un reajuste constante del enfoque parcial del autor, a fin de llegar de este modo a la verdad. Pero es una lástima que con el señor Godunov-Cherdyntsev no pueda hacerse ningún reajuste y su punto de vista esté "por doquier y en ninguna parte"; y no sólo esto, sino que en cuanto el lector, cuando empieza a descender por el curso de una frase, piensa que al fin ha llegado a un tranquilo meandro, a un ámbito de ideas que pueden ser contrarias a las de Chernyshevski pero al parecer comparte el autor —y, por tanto, pueden servir de base para el criterio y guía del lector—, el autor le da un capirotazo inesperado y derriba el apoyo imaginario, por lo que de nuevo vuelve a ignorar el bando en que milita el señor Godunov-Cherdyntsev en su campaña contra Chernyshevski —si está a favor de los partidarios del arte por el arte, o a favor del gobierno, o de otro enemigo de Chernyshevski a quien el lector no conoce. En cuanto a la burla a que somete a su héroe, el autor rebasa todos los límites. No hay detalle que desdeñe por demasiado repulsivo. Es probable que él replique que todos estos detalles se encuentran en el "Diario" del joven Chernyshevski; pero allí están en su lugar, en su propio ambiente, en la perspectiva y el orden correctos, entre muchos otros sentimientos e ideas que son mucho más valiosos. Pero el autor ha buscado y reunido precisamente éstos, como si alguien hubiera intentado reconstruir la imagen de una persona coleccionando sus pelos caídos, trozos de sus uñas y excreciones corporales.