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PRÍNCIPE. - ¿No tengo? Ayer mismo me entregaron una pulsera y hoy veo otra igual en sus manos.

BARONESA. - ¡Qué testimonio!... ¡Qué lógica respuesta! Si pulseras como ésas hay en cada joyería.

PRÍNCIPE. - Hoy he recorrido todas y me he convencido que no hay más que dos iguales. (Breve pausa).

BARONESA. - Mañana le daré un consejo útil a Nina: «Jamás debes confesarte a un charlatán».

PRÍNCIPE. - ¿Y el consejo para mí?

BARONESA. - ¿Para usted? Continuar con audacia el éxito obtenido y guardar con más celo el honor de las damas.

PRÍNCIPE. - Por esos dos consejos le agradezco doblemente. (Sale).

BARONESA. - (Sola) Cómo se puede jugar con tanta fragilidad con el honor de la mujer. Si yo me confesara, a mí me pasaría lo mismo. Así es que adiós, príncipe. No seré yo la que lo sacaré de esa confusión.

¡Oh, no, Dios me libre! Lo único que me extraña es que yo haya encontrado su pulsera. ¡Bien! Nina estuvo allí, he aquí la adivinanza descifrada... No sé por qué, pero yo lo amo; tal vez de aburrimiento, de despecho, de celos... sufro y ardo y no encuentro en nada mi consuelo. Me parece aún oír la risa de la multitud vacía y el rumor de palabras perversas y compasivas. No, yo me salvaré... aunque sea a costa de la otra. Yo me salvaré de esta vergüenza... aunque sea a precio del tormento de tener que renegar de nuevo de mis actos... (queda pensativa) ¡Qué cadena de terribles intrigas! (Entra Shprij. Saludando, se acerca).

BARONESA. - ¡Ah, Shprij! Tú llegas siempre a tiempo.

SHPRIJ. - ¡Qué suerte! Yo estaría muy contento de poder serle útil. Vuestro difunto marido...

BARONESA. - ¿Siempre eres tan amable?

SHPRIJ. - A su sagrado recuerdo, el barón...

BARONESA. - Hace cinco años, yo recuerdo.

SHPRIJ. - Le presté mil...

BARONESA. - Ya sé. Te daré hoy mismo el interés de los cinco años.

SHPRIJ. - Yo no tengo apuro de dinero. No faltaba más; se lo he recordado por casualidad.

BARONESA. - Dime, ¿qué novedades hay?

SHPRIJ. - En la casa de un conde he escuchado una serie de historias... De allí vengo.

BARONESA. - ¿Y no sabe nada del príncipe Zviezdich y de Arbenin?

SHPRIJ. - (Asombrado) No..., no he oído nada...

De eso han hablado algo y ya no dicen nada... (Aparte) No me acuerdo de qué se trata.

BARONESA. - Si es ya del dominio público, no hay por qué comentarlo.

SHPRIJ. - Yo quisiera saber cuál es su opinión. .

BARONESA. - Ya han sido juzgados por la sociedad. Por otra parte, yo les podría regalar algún consejo; a él le diría que las mujeres valoran la tenacidad de los hombres, ellas quieren ser heroínas logradas por encima de millares de obstáculos. Y a ella le aconsejaría ser menos severa y más modesta... Adiós, señor Shprij, mi hermana me espera a almorzar; si no, me quedaría conversando a gusto con usted. (Alejándose) Estoy salvada. Ha sido una buena lección.

SHPRIJ. - (Solo) No se preocupe, yo he comprendido su insinuación. No he de esperar que me la repita. ¡Qué rapidez de inteligencia y de imaginación!

Aquí hay una intriga... ¡Oh, sí! Yo me meto en este lío; el príncipe me quedará agradecido y le serviré de agente...

Luego vendré aquí con nuevos datos y quizá entonces reciba los intereses de los cinco años.

ESCENA II

EL GABINETE DE ARBENIN

(Arbenin solo; luego el lacayo).

ARBENIN. - Es evidente que son celos, pero no encuentro las pruebas. Temo caer en un error, pero no tengo fuerza para soportarlo. Dejar las cosas como están y olvidar aquel delirio... Semejante vida es peor que la muerte. He visto a gente con alma fría que duerme tranquilamente durante la tempestad. ¡Cómo la envidio!

LACAYO. - (Entrando) Abajo está esperando un señor que ha traído una cartita para la señora, de parte de la condesa.

ARBENIN. - ¿De quién?

LACAYO. - No he comprendido.

ARBENIN. - ¿Una cartita para Nina? (Sale. El lacayo queda).

AFANASIO PAVLOVICH KAZARIN Y EL

LACAYO

LACAYO. - Recién acaba de salir el señor; espérelo un poco.

KAZARIN. - Bueno. Está bien.

LACAYO. - Se lo voy a comunicar. (Sale).

KAZARIN. - Estoy dispuesto a esperar un año, o cuanto quiera; señor Arbenin; yo esperaré. Mis asuntos valen más y estoy muy triste. Necesito un camarada muy hábil. No sería malo que él, a menudo tan generoso, que tiene más de tres mil siervos, techo y escudo, me ayude en esta ocasión. Habría que atraer nuevamente a Arbenin al juego. Será fiel a su pasado, sabrá defender a sus amigos y no se avergonzará ante los hijos. Para esta juventud hace falta sencillamente un puñal. Por más que le hables y te empeñes, no conocen ni la envidia, ni saben detenerse a tiempo, ni a tiempo demostrar su honradez. Mirad no más cuántos viejos llegaron a puestos importantes sólo con el juego. Desde el barro se vincularon con la sociedad y adelantaron; ¿y todo eso por qué es? Siempre sabían conservar la decencia, defender sus leyes, cumplir sus reglamentos, y vedlos con honores y millones...

KAZARIN Y SHPRIJ

SHPRIJ. - ¡Oh, Afanasio Pavlovich! ¡Qué milagro!

¡Qué contento estoy de verlo! No pensaba encontrarlo aquí.

KAZARIN. - ¡Y yo también! ¿Está de visita?

SHPRIJ. - Sí. ¿Y usted?

KAZARIN. - Como siempre.

SHPRIJ. - No está mal que nos encontráramos; tengo un asunto que resolver con usted.

KAZARIN. - Tú solías tener muchos asuntos, pero jamás te he visto ocupado en uno solo.

SHPRIJ. - (Aparte) Los buenos modos para ustedes están de más. Sin embargo, me hace falta...