(Con sonrisa terrible) Yo creo que él morirá del golpe.
Ha dejado la cabeza colgando... Yo le ayudaré a la sangre... Y todo a cuenta de la naturaleza. (Entra en la habitación. Después de dos minutos sale con el rostro pálido) ¡No puedo! (Pausa) Sí, es más fuerte que mi voluntad. Yo me he traicionado, he temblado por primera vez en mi vida. ¿Hace mucho que soy un cobarde, acaso?... ¿Un cobarde?... ¿Quién lo ha dicho?...
Yo mismo, y eso es cierto... ¡Qué vergüenza! ¡Huye, avergüénzate, hombre despreciable! ¡A ti, como a los demás, nuestro siglo te ha aplastado! Por lo visto te vanagloriabas lastimosamente..., lastimosamente, por cierto, y te has cansado y te encuentras bajo el yugo de la civilización. No has sabido amar y has desviado la venganza. Has llegado y... y no puedes, y no has podido.
(Pausa. Se sienta) He querido abarcar mucho; debo elegir un camino seguro y el intento enciende profundamente mi corazón atormentado. ¡Así es, así es!
El vivirá, el asesinato ya no está de moda. A los asesinos los castigan en la plaza pública. Así es, he nacido en el seno de un pueblo instruido; el idioma y el oro son nuestro puñal y nuestro veneno!
(Tomando una hoja de papel y la pluma del tintero que está sobre la mesa, escribe; luego toma el sombrero y se dirige a la puerta, y en ese momento se enfrenta con una dama con un velo).
DAMA. - (Con velo) ¡Ay! ¡Todo ha fracasado!...
ARBENIN. - ¿Qué es esto?
DAMA. - (Arrancándose de sus brazos) ¡Déjeme pasar!
ARBENIN. - ¡No! ¡Este no es un grito fingido de una benefactora sobornada! (Dirigiéndose a ella)
¡Cállese! Ni una palabra, o si no en el instante... ¿Qué sospecha es ésta?... Levante ese velo mientras estamos solos.
DAMA. - Me he equivocado... He entrado aquí por un error.
ARBENIN. - Sí, se ha equivocado en la hora y el lugar.
DAMA. - ¡Por Dios, déjeme pasar! ¡Yo a usted no lo conozco!
ARBENIN. - Su turbación me extraña... Usted debe descubrirse. Levante el velo. Él está durmiendo y puede levantarse en cualquier momento. Yo lo sé todo...
Pero debo convencerme...
DAMA. - ¿Lo sabe todo?
(Levantando el velo de la dama, retrocede asombrado; luego vuelve en sí).
ARBENIN. - Agradezco al Creador, que me ha permitido hoy no equivocarme.
BARONESA. - ¡Oh! ¿Qué es lo que he hecho?
¡Ahora todo ha terminado!
ARBENIN. - La desesperación está fuera de lugar.
No es muy agradable, ni muy divertido, por cierto, en una hora como ésta, en vez de recibir abrazos apasionados, encontrarse con una mano fría. Un instante de temor no es todavía una gran desgracia. Yo soy modesto y sabré callar. Puede usted agradecer a Dios que soy yo precisamente y no otro; si no, la noticia correría por la ciudad como un reguero de pólvora.
BARONESA. - ¡Ah! ¡Él se ha despertado, habla!
ARBENIN. - Está hablando en sueños... Cálmese, yo ya me voy. Pero explíqueme únicamente, ¿qué poder tiene Cupido que este hombre la ha embrujado y por él todas las mujeres se encienden de pasión? ¿Por qué no es él el que está desesperado a sus pies rogándole con juramentos y con lágrimas? ¿Pero es usted, es usted misma, esa mujer espiritual, que ha olvidado la vergüenza y que ha venido a entregarse? Explíqueme qué poder tiene para que otra mujer, que en nada vale menos que usted, también está dispuesta entregar todo, la felicidad, la vida, el amor, por una sola mirada y una sola palabra. ¿Para qué?... ¡Oh, soy un imbécil!
(Enfurecido) ¿Para qué, para qué?...
BARONESA. - (Categórica) Ya comprendo de que me habla... Ya sé para qué ha venido...
ARBENIN. - ¡Cómo! ¿Quién le ha contado?
(Cambiando de tono) ¿Qué es lo que sabe?...
BARONESA. - ¡Oh! Yo le ruego que me perdone...
ARBENIN. - Yo no la he acusado. Por el contrario, me alegro por la felicidad de mi amigo.
BARONESA. - Estoy enceguecida por la pasión; yo soy culpable de todo, pero escúcheme...
ARBENIN. - ¿Por qué? A mí realmente me da lo mismo..., soy enemigo de la moral severa.
BARONESA. - Si no fuera por mí, no hubiera existido la carta, ni...
ARBENIN. - ¡Ah! ¡Esto es ya demasiado!... ¡La carta!. .., ¿Qué carta? ¡Ah! ¡Entonces es usted quien los ha juntado... y los ha aleccionado!... ¿Hace mucho que usted se empeña en ese nuevo papel? ¿Qué es lo que la ha empujado?... ¿Usted trae aquí sus inocentes víctimas o es que la juventud viene a usted? Sí, reconozco que usted es todo un tesoro, pero ya no me extraña el libertinaje de nuestras damas.
BARONESA. - ¡Oh, Dios mío!...
ARBENIN. - Le hablo sin halago... ¿Cuánto le pagan por sus servicios estos señores?
BARONESA. - (Cae sentada sobre un sillón) ¡Pero usted es inhumano!...
ARBENIN. - Sí, me he equivocado, soy culpable.
¡Usted lo hace por su honor! (Quiere salir).
BARONESA. - ¡Oh! ¡Voy a perder el juicio!...
Espere... Se va, no quiere escucharme... ¡Oh... me muero!...
ARBENIN. - Y bien, continúe, eso la conducirá a la gloria... No me tenga miedo y despidámonos... Pero Dios me libre encontrarnos nuevamente... Usted me ha quitado todo, todo en el mundo; la he de perseguir siempre y en todas partes; en la calle o en su soledad y en la sociedad! Y si nos encontráramos... sería para ambos una desgracia... Yo la mataría... pero la muerte sería un premio que debo guardar para castigar a otra.
Usted ve que yo soy bueno; a cambio de los tormentos del infierno le dejo el paraíso de la tierra. (Sale).
LA BARONESA SOLA
BARONESA. - (Dirigiéndose a Arbenin, que sale) Escúcheme, le juro que fue un engaño... ella es inocente... y la pulsera... todo fue cosa mía... todo fue obra mía... ¡Se fue y no me oye! ¿Qué hacer? En todas partes la desesperación... ¡Debo decirle! Yo quiero salvarlo, cueste lo que cueste. Le rogaré, me humillaré, engañaré, hasta puedo llegar a fingir cualquier cosa... pero... él se ha levantado... viene... ¡Oh, qué tormento!
LA BARONESA Y EL PRÍNCIPE
PRÍNCIPE. - (Desde la otra habitación) ¡Iván!