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¿Quién está allí?... He oído voces. ¡Qué gente! No se puede uno acostar a dormir ni por media hora.

(Aparece) ¡Ah! ¡Qué visita! Hermosa, me alegro mucho verla. (La reconoce y se echa atrás). ¡Ay, baronesa! ¡No, no puede ser, es increíble!...

BARONESA. - ¿Por qué ha retrocedido? (Con voz débil) ¿Está asombrado?

PRÍNCIPE. - (Algo turbado) Naturalmente, me es muy agradable... Pero esta felicidad no la esperaba.

BARONESA. - Y sería extraño que la esperase.

PRÍNCIPE. - ¿En qué he estado pensando? ¡Oh, si yo hubiera sabido!

BARONESA. - Usted hubiera podido saber todo y, sin embargo, no sabía nada.

PRÍNCIPE. - Estoy dispuesto a pagar mi culpa y recibiré todo castigo con humildad; estaba ciego y mudo; mi ignorancia, los hechos... y ahora no encuentro ni palabra... (Tomándola de las manos) ¡Pero sus manos están heladas! ¡Su rostro revela sufrimiento! ¿Acaso duda de mis palabras?

BARONESA. - ¡Usted se equivoca! No he venido a pedir amor, ni rogar su reconocimiento; he decidido venir a verlo olvidando el temor y la vergüenza natural entre nosotros, para cumplir una obligación sagrada. Mi vida ha pasado y la que me espera es muy distinta. Pero fui motivo de una desgracia y habiendo decidido abandonar la sociedad para siempre, quería arreglar algunas cosas y para eso he venido. Estoy dispuesta a soportar mi vergüenza, y si yo no me he salvado, trataré de salvar a la otra.

PRÍNCIPE. - ¿Qué significa esto?

BARONESA. - No me interrumpa: me ha costado mucho esfuerzo decidirme a hablar de esta manera. Sólo usted, sin saberlo, fue causa de todos mis dolores. Sin embargo, yo debo salvarlo... ¿Por qué? No sé... Usted no merece todos estos sacrificios; usted no puede amar... ni comprenderme... y quizá tal vez no es eso lo que yo quiero..., pero escúcheme. Hoy he sabido, puedo decirlo, total es lo mismo..., usted le ha enviado ayer a la esposa de Arbenin, imprudentemente, una carta... Por las palabras suyas se podría suponer que ella lo quiere.

¡Pero eso es mentira, mentira! ¡No crea, por Dios!... ¡Esa idea nos perderá a todos, a todos! Ella no sabe nada...

¡Pero el marido ha leído la carta y es terrible en el amor y en el odio! Él estuvo aquí... él lo matará... está acostumbrado a la maldad... usted es tan joven...

PRÍNCIPE. - En vano es su temor; Arbenin hace mucho tiempo que conoce la sociedad y es demasiado inteligente para decidirse a hablar públicamente y por último terminar sin necesidad, de una manera sangrienta, esta comedia. Si él se ha enfadado, no es todavía una desgracia. Tomará las pistolas, mediremos los treinta y dos pasos... y le aseguro que estos galones no los he recibido por haber huido del enemigo.

BARONESA. - Pero si su existencia para alguien tiene más valor que para usted... y está vinculada con su vida... ¿Pero y si lo mataran? Si lo matan... ¡Oh, Dios, yo seré culpable de todo!

PRÍNCIPE. - ¿Usted?

BARONESA. - Tenga piedad...

PRÍNCIPE. - (Pensativo) Yo debo ir al duelo: yo soy culpable ante él, he herido su honor aunque no lo sabía, pero no puedo justificarme.

BARONESA. - Hay un medio.

PRÍNCIPE. - Acaso sea mentir. Encuéntreme otra solución. Yo no mentiré para conservar la vida. ¡Voy en seguida!

BARONESA. - Un momento... no vaya... escúcheme. (Tomándolo del brazo) Todos estáis engañados... Aquella mascarita... (Inclinándose casi sobre la mesa) fui yo.

PRÍNCIPE. - ¿Cómo? ¿Usted?... ¡Oh, qué ilusión!.

(Pausa). ¿Pero Shprij? Él me dijo... ¡Él es el culpable de todo!

BARONESA. - (Volviéndose y apartándose algo) Fueron momentos de olvido, una locura terrible de la que me arrepiento ahora. Ya ha pasado y olvídese de todo. Devuélvale la pulsera, que fue encontrada por casualidad por este destino extraño y prométame que este secreto quedará entre nosotros... A mí me juzgará Dios y a usted lo perdonará... Yo me retiro... y pienso que ya no nos veremos más. (Acercándose a la puerta, ve que él quiere seguirla) No me siga. (Sale).

PRÍNCIPE. - (Solo. Después de larga reflexión) Realmente no sé qué pensar. De todo esto sólo comprendo que he perdido una ocasión feliz como un simple escolar. Dejándola ir sin hacer nada.

(Acercándose a la mesa) Pero... ¿y esta carta? ¿De quién es? ¿De Arbenin?... ¿Qué dice?... «Estimado príncipe.: Te espero hoy en lo de M. a la noche; habrá de todo y pasaremos un rato alegre. No te quise despertar, para que siguieras durmiendo toda la tarde. Adiós. Te espero sin falta. Tuyo sinceramente. Eugenio Arbenin». Hace falta realmente un ojo muy especial para ver en esto una amenaza. ¿Dónde se ha visto que se invite a una cena antes de convocar a un duelo?

ESCENA IV

LA HABITACIÓN DE M.

(Kazarin, el dueño y Arbenin se sientan y juegan a los naipes).

KAZARIN. - ¿Con que has dejado todas tus rarezas con las que honras la sociedad y vuelves tus pasos al pasado?... La idea es estupenda. Tú deberías ser poeta y más aún, por todos los rasgos, un genio; te sofoca el círculo doméstico. Dame la mano, querido amigo. ¿Eres nuestro?

ARBENIN. - Soy vuestro. Del pasado no ha quedado ni la sombra.

KAZARIN. - Es agradable ver, ya lo creo, cómo la gente inteligente mira ahora las cosas. La decencia para ellos es más terrible que las cadenas... ¿Verdad?

¿Jugaremos la partida a medias?

DUEÑO. - ¡Pero al príncipe hay que pellizcarlo un poco!

KAZARIN. - Sí... sí. (Aparte) El encuentro va a ser interesante.

DUEÑO. - Veremos. Llega un coche... (Se oyen ruidos).

ARBENIN. - Es él.

KAZARIN. - ¿Te tiembla la mano?...

ARBENIN. - ¡Oh, no es nada! Es la falta de costumbre. (Entra el príncipe).

DUEÑO. - ¡Oh, príncipe, qué alegría para mí! Le ruego que se siente; quítese el sable. Jugamos una terrible partida.

PRÍNCIPE. - ¡Oh, yo estoy dispuesto a observar!

ARBENIN. - ¿Desde aquel día usted tiene miedo aun?

PRÍNCIPE. - No, con usted, desde luego, no tengo miedo. (Aparte) Siguiendo las reglas de la sociedad, al marido le concedo y a la mujer le arrastro el ala... Con tal de ganar allí, aquí puedo perder. (Se sienta).