ARBENIN. - Hoy estuve en su casa.
PRÍNCIPE. - He leído su cartita y, como ve, soy obediente.
ARBENIN. - En la entrada encontré a alguien un poco confundida y alarmada.
PRÍNCIPE. - ¿Y la reconoció?
ARBENIN. - (Riendo) Creo que la reconocí.
Príncipe, usted es un conquistador peligroso. He comprendido todo. He adivinado todo.
PRÍNCIPE. - (Aparte) Por lo visto, no ha comprendido nada. (Se aparta y deja el sable).
ARBENIN. - No hubiera querido que mi mujer le gustase a usted.
PRÍNCIPE. - (En tono distraído) ¿Por qué?
ARBENIN. - ¡Así no más! Yo no soy de esos maridos benefactores que buscan los amantes. (Aparte) No se turba por nada... ¡Oh, yo voy a destrozar tu mundo dulce, imbécil, y te agregaré veneno!... Si tú pudieras arrojar sobre la mesa tu alma como arrojas un naipe, yo arrojaría la mía y me la jugaría toda entera.
(Juegan. Arbenin reparte las cartas).
KAZARIN. - Yo pongo cincuenta rublos.
PRÍNCIPE. - Yo también.
ARBENIN. - Les contaré una anécdota que oí cuando era joven; hoy, durante todo el día, no he hecho más que recordarla; pues vean ustedes, cierta vez, cierto señor, hombre casado... -te toca a ti, Kazarin-; este hombre casado, seguro de la fidelidad de su esposa, se abandonaba dulcemente a esa vida... -me parece, príncipe, que usted está escuchando con demasiada atención y puede perder-. El buen marido era querido. Pasaban los días tranquilamente y para colmo de felicidad el marido tenía un amigo... a quien le había hecho un gran servicio en cierto momento; éste parecía tener honor y buena conciencia. Pues bien, no sé por qué caminos, el marido supo que el agradecido amigo y muy honrado deudor le ofrecía a su esposa sus servicios.
PRÍNCIPE. - ¿Y qué hizo el marido?
ARBENIN. - (Aparentando no escuchar la pregunta) Príncipe, usted se ha olvidado del juego; está doblando demasiado. (Mirándolo fijamente) ¿Le interesa a usted saber lo que hizo el marido?... Utilizando un pretexto, le dio una bofetada... ¿Y usted cómo procedería, príncipe?
PRÍNCIPE. - Yo hubiera hecho lo mismo. ¿Y aquella vez qué pasó? ¿Fueron a duelo?
ARBENIN. - ¡No!
KAZARIN. - ¿Se mataron?
ARBENIN. - ¡No!
KAZARIN. - ¿Entonces se amigaron?
ARBENIN. - (Sonriendo amargamente) ¡Oh, no!
PRÍNCIPE. - ¿Entonces qué es lo que hizo?
ARBENIN. - Quedó vengado con haberle dado la bofetada al conquistador.
PRÍNCIPE. - (Sonriendo) Pero si eso está en contra de todas las reglas.
ARBENIN. - Creo que no existe un ukase, ley o reglamento que ordene el odio y la venganza. (Juegan. Pausa). ¡He ganado!... ¡He ganado! (Levantándose)
¡Esperen un poco! ¿No es usted quién ha cambiado esta carta?
PRÍNCIPE. - ¿Yo? Escúcheme...
ARBENIN. - ¡Se acabó el juego!... Aquí ya no hay más decencia... ¡Usted (enfurecido) es un fullero, un canalla!
PRÍNCIPE. - ¿Yo? ¿Yo?
ARBENIN. - ¡Canalla! Yo aquí mismo lo voy a señalar para que todos consideren que es una ofensa ser amigo suyo. (Le arroja los naipes a la cara; el príncipe está tan asombrado que no atina a responder).
KAZARIN. - ¿Qué te pasa? (Al dueño) Se ha vuelto loco en el mejor momento; aquél se ha enardecido, pero hubiera sido mejor esperar que afloje unos dos mil rublos.
PRÍNCIPE. - (Volviendo en sí, se pone de pie bruscamente) Ahora, conmigo únicamente vuestra sangre podrá lavar esta ofensa.
ARBENIN. - ¿A un duelo? ¿Con usted? ¿Yo? ¡Está confundido!
PRÍNCIPE. - ¡Es un cobarde! (Quiere arrojarse sobre él).
ARBENIN. - (Amenazante) Pues que así lo sea, pero no le aconsejo quedarse aquí ni por un solo momento. Yo seré un cobarde, pero usted es incapaz de asustar hasta a un cobarde.
PRÍNCIPE. - ¡Oh, yo lo obligaré a pelear! ¡Yo le contaré a todos su acción y que usted es un canalla!...
ARBENIN. - Estoy dispuesto.
PRÍNCIPE. - (Aproximándose) Yo contaré que su mujer... ¡Oh, cuídese!... Recuerde la pulsera...
ARBENIN. - Por todo esto usted ya está castigado...
PRÍNCIPE. - ¡Oh, furia!... ¿Dónde estoy? ¡Todo el mundo está en contra de mí... yo lo mataré!...
ARBENIN. - Como usted prefiera, y hasta le regalaré el consejo de matarme lo más pronto posible, porque a lo mejor se le enfría el coraje dentro de una hora.
PRÍNCIPE- ¡Oh!, ¿dónde está mi honor?
Devuélvame esta palabra y yo quedaré a sus pies... ¡Para usted no hay nada sagrado! ¿Usted es un hombre o un demonio?
ARBENIN. - Soy un simple jugador.
PRÍNCIPE. - (Sentándose, cubriendo el rostro con las manos) ¡Oh, mi honor, mi honor!
ARBENIN. - El honor no volverá a usted. La barrera que existía entre el bien y el mal ha sido rota y todo el mundo le dará vuelta la cabeza con desprecio; ahora irá por el camino de los renegados y comprenderá la dulzura de las lágrimas sangrientas y hasta la felicidad de sus allegados será un peso para su alma; pensará sólo una cosa día y noche, y poco a poco los sentimientos de amor más espléndidos se apagarán, hasta morir y la felicidad no le dará su arte; todos esos amigos ruidosos desaparecerán como las hojas de los árboles de una rama podrida, y cubriéndose la cara y sonrojándose pasará entre la multitud, le entristecerá la vergüenza más que los crímenes del malvado. ¡Y ahora... (Saliendo) le deseo larga vida! (Sale).
ACTO TERCERO
ESCENA PRIMERA