NINA. - Me he olvidado completamente del final.
ARBENIN. - Si a usted le parece, yo trataré de recordarlo.
NINA. - (Confundida) ¡No! ¿Para qué?
(Dirigiéndose a la dueña) No me siento bien.
VISITA. - (A otro) En toda canción de moda siempre hay palabras que la mujer no puede repetir.
VISITA2ª - Además, por naturaleza, nuestro idioma es demasiado directo y no está acostumbrado a los antojos femeninos de hoy.
VISITA3ª - Usted tiene razón. Como un salvaje que obedece sólo a la libertad, nuestro orgulloso idioma no se dobla; sin embargo, con qué benevolencia nos inclinamos nosotros casi siempre.
(Sirven helados. Las visitas se dirigen a otro rincón de la sala y se dispersan por otras habitaciones, de modo que Arbenin y Nina quedan solos. Un desconocido aparece en el fondo del escenario).
NINA. - (Dirigiéndose a la dueña) Hace tanto calor, que voy a sentarme a descansar aquí. (Dirigiéndose al marido) Angel mío, tráeme un helado. (Arbenin se estremece y va en busca de un helado; al volver, hecha el veneno en el helado).
ARBENIN. - (Aparte) ¡Muerte, ayúdame!
NINA. - No sé por qué, pero estoy triste, aburrida; me parece que voy a sufrir una desgracia.
ARBENIN- A veces creo en los presentimientos.
(Sirviéndole el helado) Toma, es un buen remedio contra el aburrimiento.
NINA. - Sí, esto me refrescará. (Comiendo).
ARBENIN. - ¡Oh, cómo no ha de refrescarte!
NINA. - Esto está hoy muy aburrido.
ARBENIN. - ¿Qué hacer? Para no aburrirse con la gente hay que acostumbrarse a mirar con tranquilidad su imbecilidad y su perversidad, ejes alrededor de los cuales se mueve.
NINA. - ¡Tienes terriblemente razón!...
ARBENIN. - Sí, terriblemente.
NINA. - No hay almas inocentes...
ARBENIN. - No. Yo creía que había encontrado una y me equivoqué.
NINA. - ¿Qué dices?
ARBENIN. - Yo decía que había encontrado sólo un alma cándida y eras tú.
NINA. - Estás muy pálido.
ARBENIN. - Será de tanto bailar.
NINA. - ¡Vuelve en ti, mon ami! ¡Si no has bailado ni una sola pieza!
ARBENIN. - Sí, es cierto, he bailado poco...
NINA. - (Devolviendo el plato vacío) Toma, déjalo en la mesa.
ARBENIN. - (Levantándose) Lo has comido todo.
No me has dejado nada... qué crueldad. (Consigo mismo) He dado el paso fatal, ya es imposible detenerse, pero no quiero que nadie muera por ella. (Arroja el plato y lo rompe).
NINA. - Qué torpe eres.
ARBENIN. - No es nada, estoy enfermo. Vamos pronto a casa.
NINA. - Vamos. Pero, dime, mi querido, ¿por qué estás hoy tan sombrío?... ¿Estás disgustado conmigo?
ARBENIN. - Hoy precisamente estoy satisfecho de ti. (Sale).
DESCONOCIDO. - Casi le tengo piedad; hubo un momento cuando quise arrojarme para salvarlos...
(Pensativo) No, que se cumpla su destino, que ya llegará la hora de obrar. (Sale).
ESCENA II
EL DORMITORIO DE ARBENIN
(Entra Nina seguida de la mucama).
MUCAMA. - Señora, usted se ha puesto demasiado pálida.
NINA. - (Quitándose los aros) Me siento mal.
MUCAMA. - Usted está cansada.
NINA. - (Consigo misma) Mi marido me asusta, no sé por qué. Anda muy callado y tiene una mirada extraña. (Dirigiéndose a la mucama) Me siento realmente mal. Debe ser por el corset. Dime, ¿qué te parece el vestido que llevaba hoy? ¿Me quedaba bien a la cara? (Acercándose al espejo) Tienes razón; estoy pálida, mortalmente pálida. ¿Pero quién no está pálido en Petersburgo?.
Sólo la vieja princesa, y, sin embargo, sus colores son sospechosos. (Se quita los bucles y comienza a trenzarse el pelo). Toma, y alcánzame un chal.
(Sentándose en un sillón) ¡Qué bonito es el nuevo vals!
Hoy bailaba con una agilidad, como si estuviese embriagada, llevando una idea, un deseo que me oprimía involuntariamente el corazón; no sé si era algo de tristeza o tal vez algo de alegría... Sascha 1, dame un libro. Cómo me ha fastidiado este príncipe... En realidad me da lástima ese chiquillo enloquecido. No recuerdo ya qué es lo que me decía... Su marido es un malvado... hay que castigar... el Cáucaso... desgracia... ¡Qué pesadilla!
MUCAMA. - (Señalando los vestidos) ¿Puedo retirarlos?
NINA. - Déjalos. (Muy pensativa. Aparece Arbenin en el marco de la puerta).
MUCAMA. - ¿Puedo retirarme?
ARBENIN. - (A la mucama, en voz baja) Puede retirarse. (La mucama espera la orden de Nina). ¿Por qué no sales? (Sale, y Arbenin cierra la puerta con llave).
ARBENIN. - Ya no te hace falta.
NINA. - ¿Estás aquí?
ARBENIN. - Estoy aquí.
NINA. - Creo que estoy enferma; tengo la cabeza ardiendo. Acércate un poco. Dame la mano; ¿sientes cómo me arde? ¡No sé para qué he comido ese helado!
Por lo visto, me he resfriado. ¿No te parece?
ARBENIN. - (Distraído) ¿El helado? Sí.
NINA. - Querido mío, tenía deseos de conversar contigo. Has cambiado tanto desde un tiempo a esta parte. Ya no eres tan cariñoso como antes y tu voz es brusca y tu mirada fría. Y todo por aquel baile de máscaras. Yo realmente los odio y he jurado no volver jamás a un baile semejante.
ARBENIN. - (Aparte) No es extraño. Ahora ya no lo necesita...