NINA. - A qué conduce proceder alguna vez sin cuidado.
ARBENIN. - ¡Sin cuidado, oh!...
NINA. - Esa es la desgracia.
ARBENIN. - Había que haberlo pensado todo antes.
NINA. - ¡Oh, si yo hubiera conocido de antemano tus costumbres, no hubiera sido tu esposa! Poco divertido resulta estar sufriendo así sola.
ARBENIN. - Además, ¿para qué te hace falta mi amor? ¡Si mi amor no te hace falta!
NINA. - ¿De qué amor me hablas? ¿Para qué quiero yo esta vida?
ARBENIN. - (Sentándose a su lado) Tienes razón.
¿Qué es la vida? La vida es una cosa vacía; mientras rápidamente hierve la sangre en el corazón, todo en el mundo nos alegra y nos contenta. ¿Por qué pasarán los años con sus deseos y pasiones y todo se volverá cada vez más sombrío? ¿Qué es la vida? Una charada hace mucho tiempo conocida para conjugación de los niños, cuya primera parte es el nacimiento y la segunda una serie terrible de preocupaciones y el tormento de nuestras heridas secretas. ¡Y, por último, la muerte, y todo junto, un engaño!
NINA. - (Señalando el pecho) Hay algo que me arde terriblemente en el pecho.
ARBENIN. - Ya pasará... si está vacío. Calla y escucha. Te estaba diciendo que la vida es un camino hermoso. ¿Pero cuánto dura?... La vida es como un baile, gira alegremente, y todo alrededor es claro y luminoso... Y cuando uno vuelve a casa y se quita el vestido arrugado, recuerda sólo que está cansado. Pero es mejor despedirse mientras el alma no se acostumbra a su vaciedad y el mundo por un instante parece un sueño, y la mente no es pesada y la lucha con la muerte todavía es fácil. Pero no todos tienen esa felicidad que le da el destino.
NINA. - ¡Oh, es claro, pero yo quiero vivir!
ARBENIN. - ¿Para qué?
NINA. - ¡Eugenio, estoy sufriendo, estoy enferma!
ARBENIN. - ¿Acaso no hay tormentos más fuertes y terribles que los tuyos?
NINA. - Manda a buscar un médico.
ARBENIN. - La vida es la eternidad, la muerte un solo instante.
NINA. - ¡Pero yo quiero vivir!
ARBENIN. - ¡Y cuánto consuelo les espera a los mártires!
NINA. - (Asustada) ¡Te imploro; manda a buscar un médico, pronto!
ARBENIN. - (Levantándose. Fríamente). No iré.
NINA. - (Después de una pausa) ¿Estás bromeando? ¡Pero hablar de esa manera es no tener corazón! ¡Me puedo morir! ¡Anda, rápido!
ARBENIN. - ¿Y qué? ¿Acaso no puede usted morirse sin el médico?
NINA. - ¡Pero eres un malvado, Eugenio! ¡Soy tu esposa!...
ARBENIN. - ¡Sí! ¡Ya lo sé, ya lo sé!
NINA. - ¡Oh, ten piedad! Este fuego se derrama por mi pecho, me muero...
ARBENIN. - (Mirando el reloj) ¿Tan pronto?
Todavía no; te falta media hora.
NINA. - ¡Oh, tú no me quieres!
ARBENIN. - ¿Por qué te he de querer? ¿Por qué me has encendido un infierno en el pecho? ¡Oh, no!
¡Estoy contento, contento con tus sufrimientos! ¡Dios mío!, ¿y tú, tú te atreves a exigir amor? ¿Acaso te he amado poco? Dime. ¿Y acaso has sabido apreciar el valor de mi ternura? ¿Acaso he exigido mucho de tu amor? Una sonrisa de ternura, una mirada amistosa de tus ojos... ¿y qué es lo que he encontrado?: astucia e infidelidad. ¿Es acaso posible venderme así a mí, a mí, traicionarme por el beso de un imbécil?... ¿A mí, que era capaz de entregar el alma por una sola palabra tuya? ¡A mí me has traicionado, a mí, y tan pronto!
NINA. - ¡Oh!, si yo supiera en qué soy culpable, entonces...
ARBENIN. - Calla, o me volveré loco. ¿Cuándo acabará este tormento?
NINA. - El príncipe encontró mi pulsera y luego tú has sido engañado por algún calumniador.
ARBENIN. - ¡Con qué yo he sido el engañado!
¡Basta! Yo me he equivocado... Yo he soñado que podía ser feliz... Yo pensaba nuevamente amar y tener fe... pero la hora del destino ha sonado y todo ha pasado como el delirio de un enfermo. Quizá hubiera podido realizar mis sueños celestiales dejando que mis esperanzas renacieran en el corazón y florecieran como antes. ¡Pero tú no lo has querido!... ¡Llora, llora! ¿Pero qué valen, Nina, las lágrimas de las mujeres? Nada más que agua. Yo, yo he llorado, pero yo soy un hombre. ¡Sí, yo he llorado de rabia, de celos, de dolor y de vergüenza! Pero tú no sabes lo que significan las lágrimas de un hombre. ¡Oh, no te acerques a él en ese instante: lleva la muerte en las manos y un infierno en el pecho!
NINA. - (Echándose de rodillas y llorando, levanta los brazos hacia el cielo) Dios Todopoderoso, ten piedad de mí. Él no me oye, pero tú siempre me escuchas. Tú todo lo sabes y tú, Todopoderoso, me perdonarás...
ARBENIN. - ¡Calla! ¡Siquiera ante El, no mientas!
NINA. - Yo no miento. Yo jamás mancharé mi ruego y mi plegaria con una mentira; yo le entrego mi alma atormentada. El será tu juez y también mi defensor.
ARBENIN. - (Caminando por la habitación, con los brazos cruzados) Ahora ya es tiempo, Nina, para que reces; tú morirás, faltan sólo algunos minutos, y quedará en secreto la causa de tu muerte y sólo nos juzgará Dios.
NINA. - ¿Cómo? ¿Morir? ¿Ahora? ¿En seguida?
¡No, no puede ser!
ARBENIN. - (Riendo) Ya sabía que eso a usted la asustaría.
NINA. - ¡La muerte, la muerte! ¿Es cierto?... ¡Tengo un fuego en el pecho que parece un infierno!...
ARBENIN. - Sí, yo te he dado veneno en el baile.
(Pausa).
NINA. - ¡No creo, es imposible..., no! ¡Te estás burlando de mí! (Aproximándose) Tú no eres un monstruo, no puede ser; tú debes tener en el alma alguna chispa de bondad... No me puedes matar en la flor de mi vida con semejante frialdad. No vuelvas la cabeza de esa manera, Eugenio, no me dejes sufrir de esa manera. Sálvame, quítame este miedo... Mírame a los ojos... (Mirándolo fijamente y buscándole los ojos) ¡Oh, veo la muerte en tus ojos! (Dejándose caer sobre una silla, cierra los ojos; él se acerca y la besa).