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ARBENIN. - Sí, morirás, y yo quedaré solo, solo...

Pasarán los años y moriré también y estaré solo... ¡Qué horror! Pero no tengas miedo: se abrirá ante ti un mundo espléndido y los ángeles te llevarán ante su celestial amparo. (Llorando) Sí, yo te amo, te amo..., yo he olvidado todo nuestro pasado. Hay límites para la venganza, y mira: tu asesino está aquí como un niño, llorando a tus pies... (Pausa).

NINA. - (Apartándose de sus brazos, sale corriendo hacia la puerta) ¡Aquí! ¡Aquí!... ¡Socorro!... ¡Me muero!...

¡Veneno! ¡Me han envenenado! ¡No oyen!...

Comprendo; eres prudente... ¡No hay nadie... no vienen... pero recuerda: hay un juicio final y yo, asesino, te maldigo!

(Antes de llegar a la puerta, cae desmayada).

ARBENIN. - (Sonriendo amargamente) ¡Una maldición! ¿Qué utilidad tiene una maldición? Yo he sido maldecido por Dios mismo. (Acercándose a ella) Pobre criatura, no tiene fuerzas para castigar... (De pie ante ella, con los brazos cruzados) Está pálida...

(Estremeciéndose) Pero todos sus rasgos siguen tranquilos; no se ve en ellos el arrepentimiento ni la conciencia atormentada... ¿Habrá sido...?

NINA. - (Débilmente) Adiós, Eugenio, me muero, pero soy inocente... ¡Eres un malvado!

ARBENIN. - No, no, no te excuses, que ya no te ayudará ni la mentira, ni la astucia... Habla pronto... ¿Me has engañado?... ¡El propio infierno no puede jugar con mi amor! ¿Callas? ¡Oh, la venganza es digna de ti!... Pero no te ayudará; morirás y será un secreto para la gente.

Queda en paz...

NINA. - Ahora para mí todo es igual... pero ante Dios soy inocente... (Muere).

ARBENIN. - (Se acerca a ella y rápidamente se aleja) ¡Mentira! (Se deja caer sentado en un sillón).

ACTO CUARTO

ESCENA PRIMERA

ARBENIN. - (Sentado frente a la mesa, en un sillón) Me he debilitado en esta lucha conmigo mismo, en un esfuerzo torturante y agotador... y, por último, los sentimientos adquirieron no sé qué tranquilidad engañadora y penosa... Sólo a veces se inquieta el alma sin tener por las preocupaciones esta pesadilla fría; y el corazón sufre y parece que se quema. ¿Acaso no ha acabado todo? ¿Acaso todavía debo sufrir más?

¡Mentiras!... Pasarán los días y llegará el olvido. Bajo el peso de los años morirá la imaginación y vendrá por fin alguna vez la tranquilidad a albergarse en este pecho...

(Pensativo, de pronto levanta la cabeza) ¿Me he equivocado? No, los recuerdos son implacables... ¡Cómo veo vivamente sus ruegos, su angustia!... ¡Oh, fuera, fuera, víbora que en mí despiertas! (Dejando caer la cabeza sobre las manos).

ENTRA KAZARIN

KAZARIN. - (En voz baja) Arbenin está aquí, triste y suspirando. Veremos cómo se desempeña en esta comedia. (Dirigiéndose a él) Querido amigo, me he apurado en visitarte al conocer tu desgracia. ¿Qué hacer? El destino así lo quiso y a cada uno le espera su fin... (Pausa). Pero basta, hermano; no te dejes vencer tan fácilmente; eso está bien para la gente, para el público, pero nosotros somos actores. Dime, hermano...

¡Qué pálido te has puesto! Se podría pensar que te has pasado la noche jugando a los naipes y has perdido.

¡Oh, viejo pícaro!... Ya tendremos tiempo de hablar más tarde... Ya llegan tus parientes. Vienen a despedirse de la finada. Adiós, entonces, hasta otro día.

(Sale)

ENTRAN Y PASAN LOS PARIENTES

DAMA. - (A la sobrina) Se ve que Dios lo ha maldecido; fue un mal marido y un mal hijo... No me hagas olvidar que tengo que entrar a una tienda para comprarme un vestido de luto. Aunque no tengo muchos recursos, soy capaz de arruinarme por mis parientes.

SOBRINA. - ¡ Ma tante! ¿Cuál habrá sido la causa de la muerte de mi prima?

DAMA. - La causa, señorita, se debe a que es tonta vuestra sociedad de moda. ¡Ya llegarán a conocer otras desgracias! (Salen).

(Salen de la habitación de la finada el doctor y un anciano).

ANCIANO. - ¿Se murió delante suyo?

DOCTOR. - No tuvieron tiempo de encontrarme.

¡Yo siempre he dicho que son una desgracia esos helados y esos bailes!

ANCIANO. - El entierro es lujoso. ¿Ha visto usted la mortaja? Cuando murió mi hermano la primavera pasada, habían puesto una igual sobre el ataúd. (Salen).

DOCTOR. - (Acercándose a Arbenin y tomándolo del brazo) Usted debe descansar.

ARBENIN. - (Estremeciéndose) ¡Ah!... (Aparte) Se me oprime el corazón.

DOCTOR. - Esta noche se ha entregado usted demasiado a la tristeza. Duerma.

ARBENIN. - Trataré de hacerlo.

DOCTOR. - Ya no podemos ayudarle en nada; pero usted debe cuidarse.

ARBENIN. - ¡Oh! ¡Yo soy invulnerable! ¡Cuántos sufrimientos terrenales llenaron mi corazón y yo sigo viviendo... Yo buscaba la felicidad y Dios me la envió con aspecto de mujer; mi aliento perverso manchó su espíritu celestial y he ahí esa criatura espléndida que veis, fría y muerta! Cierta vez, un hombre ajeno a mi vida, arriesgando su honor, perdió en el juego y fue salvado por mí. Sin embargo, sin decir una palabra y burlándose, me quitó todo, todo al cabo de una hora.

(Sale).

DOCTOR. - Está enfermo, fuera de broma, esta vez no me equivoco; esta cabeza está llena de tormentos, pero si se vuelve loco, respondo que seguirá viviendo. (Al salir se encuentra con dos personas).

EL DESCONOCIDO Y EL PRÍNCIPE

DESCONOCIDO. - Con su permiso; quisiera preguntarle si podríamos ver a Arbenin.

DOCTOR. - No podría asegurarle... pues la esposa acaba de fallecer ayer.

DESCONOCIDO. - Cuánto lo lamentamos.

DOCTOR. - Y está tan afligido...

DESCONOCIDO. - Él también me da lástima...

¿Pero está en casa?

DOCTOR. - ¿En casa? Sí.