DESCONOCIDO. - Tengo un asunto muy importante para él.
DOCTOR. - ¿Ustedes son, seguramente, sus amigos?
DESCONOCIDO. - Por ahora, no; pero hemos venido para ver si podemos intimar un poco.
DOCTOR. - Arbenin está enfermo, fuera de bromas.
PRÍNCIPE. - (Asustado) ¿Está acostado, sin conocimiento?
DOCTOR. - ¡No! Habla, camina y tenemos esperanzas todavía...
PRÍNCIPE. - ¡Gracias a Dios! (Sale el doctor) Por fin...
DESCONOCIDO. - Tiene usted el rostro enardecido. ¿Sigue firme en su resolución?
PRÍNCIPE. - ¿Y usted me asegura que es justa su sospecha?
DESCONOCIDO. - Escúcheme; los dos perseguimos un mismo fin, y ambos lo odiamos por igual; pero usted no conoce su alma; es sombría y profunda como la caja de un ataúd; cuando se abre, lo que cae en ella se entierra para siempre; las sospechas necesitan su demostración; él no conoce el perdón ni la piedad cuando está ofendido. La venganza y sólo la venganza es lo que persigue, y ésa es su ley. Sí, esta muerte parece tener una causa oculta. Yo sabía que ustedes eran enemigos y estaba muy dispuesto a servirle.
Si ustedes piensan pelear, yo me apartaré a un lado para ser espectador.
PRÍNCIPE. - Dígame, ¿cómo es que usted supo el día anterior que yo fui ofendido por él?
DESCONOCIDO. - Me gustaría contarle, pero temo que lo aburra. Además, toda la ciudad está comentando...
PRÍNCIPE. - La idea es insoportable, DESCONOCIDO. - Lo está atormentando demasiado.
PRÍNCIPE. - ¡Oh, usted no sabe qué es la vergüenza!
DESCONOCIDO. - ¿La vergüenza? No existe. La experiencia se lo demostrará y le enseñará a olvidarlo.
PRÍNCIPE. - ¿Pero quién es usted?
DESCONOCIDO. - ¿Le hace falta mi nombre?
Yo soy su amigo, celoso defensor de su honor, y creo que no le hace falta saber nada más. Pero chitón, que ya viene... Es él, su andar pesado y lento. ¡Es él! Apártese un instante, que yo debo hablarlo y para ello usted no me sirve de testigo. (El príncipe se aparta)...
(Aparece Arbenin con un candelabro de velas encendidas).
ARBENIN. - ¡La muerte... la muerte! ¡Oh, esta palabra está por todas partes y me penetra; me persigue; callado observé más de una hora su cadáver y mi corazón estaba lleno de angustia intraducible al ver sus rasgos tranquilos de infantil candor; la sonrisa constante, floreciendo apenas en sus labios ante la eternidad que se abrió ante ella marcando el destino de su alma. ¿Será posible que me haya equivocado? ¡Imposible! ¿Yo, equivocarme? ¿Quién me puede demostrar su inocencia? ¡Mentira! ¡Mentira! ¿Dónde están las pruebas? Yo tengo otras. Si a ella yo no le he creído, ¿a quién le daré fe? Sí... yo fui un marido apasionado, pero fui un juez muy frío. ¿Quién se atreverá a decirme lo contrario?
DESCONOCIDO. - Yo me atrevería.
ARBENIN. - (Al principio se asusta y luego, apartándose, acerca las velas hacia el rostro del desconocido para identificarlo) ¿Quién es usted?
DESCONOCIDO. - No es extraño, Eugenio, que no me reconozcas, y, sin embargo, fuimos amigos.
ARBENIN. - ¿Pero quién es usted?
DESCONOCIDO. - Yo soy tu genio del bien.
Siempre he estado a tu lado, aunque invisible. Siempre con otro rostro y con otra vestimenta; conozco todos tus asuntos y casi todos tus pensamientos y hace poco te he vigilado en el baile de máscaras.
ARBENIN. - (Estremeciéndose) No me gustan los profetas y le ruego que se retire inmediatamente. Le estoy hablando en serio.
DESCONOCIDO. - De acuerdo; pero a pesar de tu voz amenazante y de tu decisión categórica, yo no me voy. Y veo, veo claramente que no me has reconocido.
Yo no pertenezco a ese tipo de personas que puede renunciar en un momento de peligro al fin que persigue durante mucho tiempo. He logrado algo de lo que me proponía y moriré aquí, pero no daré un paso atrás.
ARBENIN. - Yo mismo soy así y, sin embargo, no me vanaglorio. (Sentándose) Escucho.
DESCONOCIDO. - (Aparte) ¿Por ahora mis palabras no lo han conmovido o en realidad estoy equivocado? Veremos más adelante. (Dirigiéndose a Arbenin) Siete años atrás. Arbenin, todavía me reconocías. Yo era joven, sin experiencia, impulsivo y con riquezas. Pero tú... en tu pecho ya se encubría esta frialdad, ese desprecio infernal hacia todos, de que tú siempre te vanaglorias No sé si adjudicar ese rasgo a tu inteligencia o a cierta situación; no voy a analizar tu alma; la comprenderá Dios, que fue su creador.
ARBENIN. - El comienzo es bueno.
DESCONOCIDO. - El final no será peor. Cierta vez me convenciste y atrayéndome me llevaste a la mesa de juego... Mi cartera estaba llena y además creía en la felicidad... Me senté a jugar contigo y perdí todo. Mi padre era un hombre avaro y severo... y para no someterme a sus reproches resolví volver al juego para recuperar lo perdido. Pero tú, aunque eras joven en aquel entonces, me tenías en tus garras y yo perdí todo nuevamente. Quedé desesperado, y como tú bien recordarás, hubo lágrimas y ruegos... A ti sólo te provocaron risas... pero mejor hubiera sido para mí que me atravesaran con un puñal. Mas, en aquel tiempo no miraba las cosas con cierta premonición y únicamente ahora la semilla de la maldad dio su fruto. (Arbenin intenta ponerse de pie y luego sigue sentado y pensativo). Desde aquella vez abandoné todo; las mujeres y el amor y los placeres de la juventud. Los sueños de ternura y las dulces inquietudes; se abrió para mí un nuevo mundo de luz, de nuevas y extrañas sensaciones, un mundo, una sociedad de gente humillada y ofendida, con almas orgullosas, de pasiones heladas y atrayentes torturas. He visto también que el dinero es el zar de la tierra y me he doblegado ante él...
Pasaron los años, se llevaron todo; la riqueza y la salud; por siempre se ha cerrado para mí la puerta de la felicidad. Yo he firmado un pacto con el destino y he aquí lo que soy... ¡Ah, tiemblas! ¡Comprendes lo que quiero y lo que buscaba! Repite una vez más que todavía no me conoces.
ARBENIN. - ¡Fuera! ¡Te he reconocido, te he reconocido!...
DESCONOCIDO. - ¿¡Fuera!? ¿Acaso esto es todo? ¿Te has burlado de mí? Y yo estoy dispuesto a divertirme. Hace poco que por casualidad, a mis oídos ha llegado el rumor de que eres feliz; te has casado y eres rico. Me causó amargura, y el corazón, compungido, me ha hecho pensar en ti; ¿pero por qué será feliz? Un sentimiento categórico me empujaba, ordenándome: «Anda, anda, inquiétalo». Y empecé a seguirte, mezclándome siempre con la multitud, siguiéndote por todas partes, sin fatigarme y averiguando todo... Por fin, mis esfuerzos llegan a su término. Escucha, he sabido y... y debo revelarte una verdad... (Pronunciando marcada pero lentamente cada sílaba) Escúchame: tú... has matado a tu mujer...