MASCARITA. - (Intentando alejarse) Adiós para siempre.
PRÍNCIPE. - ¡Oh, espera un solo instante! No me has dejado nada de recuerdo, no tienes ninguna compasión para este pobre loco.
MASCARITA. - (Alejándose) Tiene razón... me da lástima... Tome esta pulsera.
(Arroja la pulsera al suelo; mientras él la levanta, ella desaparece entre la multitud).
EL PRÍNCIPE Y LUEGO ARBENIN
PRÍNCIPE. - (Buscándola en vano con la mirada) Me he quedado con un palmo de narices. ¡Es como para perder el juicio!... (Viendo a Arbenin) ¡Ah!
ARBENIN. - (Acercándose pensativo) ¿Quién será ese mal adivino?... Debe conocerme... y seguramente no es una broma.
PRÍNCIPE. - (Acercándose) Me ha servido muy bien su lección de hoy.
ARBENIN. - Me alegro en el alma.
PRÍNCIPE. - Pero la felicidad llegó volando sola.
ARBENIN. - Sí, la felicidad es siempre así.
PRÍNCIPE. - Apenas creí que ya la tenía, pensé: esto es todo, cuando de pronto como un soplo (sopla en la palma de la mano) ha desaparecido. Ahora puedo estar seguro que si no ha sido un sueño soy un gran idiota.
ARBENIN. - Como yo no sé nada, no puedo discutir.
PRÍNCIPE. - Usted siempre bromeando. No podrá ayudarme en esta desgracia. Le contaré todo... (Le habla al oído). Quedé completamente asombrado. La pícara se arrancó de mis brazos... y he aquí el lamentable fin y todo como un sueño. (Mostrándole la pulsera)
ARBENIN. - (Sonriendo) No comenzó tan mal...
¡Muéstremela! La pulsera es bastante delicada, y creo que yo la he visto alguna vez. Espere un poco pero no, no puede ser... He olvidado...
PRÍNCIPE. - ¿Dónde la volveré a encontrar?...
ARBENIN. - Arréglese con cualquiera; hay muchas bellas, no cuesta mucho encontrar...
PRÍNCIPE. - Pero si no es ella...
ARBENIN. - Tal vez sea muy fácil. Acaso es una desgracia... Imagínese...
PRÍNCIPE. - No, yo la escucho desde el fondo del mar; la pulsera me ha de ayudar.
ARBENIN. - ¿Qué le parece si damos unas vueltas? Si ella no es del todo tonta, hace rato que se habrá ido sin dejar huella.
ESCENA III
SALE EUGENIO ARBENIN Y UN LACAYO
ARBENIN. - Pues bien, la velada ha terminado...
¡Qué contento estoy! Ya es tiempo de olvidarme un poco, aunque en mi mente aún se agita toda esa multitud pintoresca..., ese baile de máscaras. ¿Pero para qué estuve? ¿No es acaso algo ridículo? A un amante le he dado consejos, hice adivinanzas, comparé pulseras y he soñado por otros, como hacen los poetas. ¡Dios mío, ese papel ya no está de acuerdo con mis años. (Se acerca el lacayo) ¿Ha vuelto la señora?
LACAYO. - No, señor.
ARBENIN. - ¿Cuándo regresará?
LACAYO. - Prometió volver a las doce de la noche, señor.
ARBENIN. - Ya son cerca de las dos de la mañana y aún no ha regresado. ¿No se habrá quedado a dormir en algún lado?
LACAYO. - No sé, señor.
ARBENIN. - Por lo visto. Puedes irte. Coloca una vela sobre la mesa. Si me haces falta, te llamaré.
(El lacayo sale, y Arbenin se sienta en un sillón).
ARBENIN. - (Solo) ¡Dios es siempre justo! Y yo también estoy destinado a cargar con mi tristeza por todos los pecados de mis tiempos idos. Hubo veces en que esposas ajenas me estuvieron esperando, y ahora soy yo quien espero a mi esposa... En un círculo de adorables mujercitas infieles he perdido en vano y tontamente mi juventud; fui amado con frecuencia, con ardor y apasionadamente, y, sin embargo, a ninguna de ellas la he querido de verdad. Al comenzar la novela ya sabía cómo debía terminar; y para muchas tenía palabras de amor para sus corazones, como cuentos tienen las nodrizas... La vida se me ha hecho penosa y aburrida.
Alguien me dio un consejo muy astuto: «cásate»..., para tener el derecho sagrado de no amar a nadie más que a tu mujer, y he encontrado una esposa, humilde creación humana; era delicada y espléndida como un cordero del Señor y la llevé conmigo hacia el altar... De pronto se ha despertado en mí aquel olvidado sabor y mirando en mi alma muerta he visto que la amo y vergüenza me da - ¡qué horror!-, nuevamente los sueños, nuevamente el amor se agita en mi pecho vacío y como un trompo quebrado, de nuevo he sido arrojado al mar sin saber si volveré a la costa... (Queda pensativo).
ARBENINY NINA
(Nina entra de puntillas y desde atrás lo besa en la frente).
ARBENIN. - ¡Oh, salud, Nina!... ¡Por fin! Ya era hora.
NINA. - ¿Acaso es tan tarde?
ARBENIN. - Hace una hora que te estoy esperando.
NINA. - ¿En serio? ¡Ay, qué agradable!
ARBENIN. - Qué pensará el tonto. Él espera y...
NINA. - ¡Ay, mi Creador!... ¡Siempre estás de mal humor! Miras amenazante y nada te satisface; me extrañas cuando estoy lejos y cuando nos encontramos, rezongas. Mejor dime sencillamente: «Nina, abandona el mundo, yo voy a vivir contigo y sólo para ti. ¿Para qué te hace falta otro hombre? Algún pitucode boulevard, vacío y sin alma, entallado en un corsetque contigo se encuentra desde la mañana hasta la noche y yo sólo puedo decirte algunas palabras en todo el día?» Dime todo esto, estoy dispuesta a escucharte. Estoy dispuesta a enterrar mi juventud en una aldea, dejar los bailes, las fiestas y las modas y esta libertad aburrida. Dímelo sencillamente como a un amigo... Pero para qué hacer fantasías. Supongamos que me amas, pero creo que no me celas a nadie.
ARBENIN. - (Sonriendo) ¿Qué hacer? Estoy acostumbrado a vivir sin preocupaciones y tener celos es ridículo...
NINA. - Desde luego.
ARBENIN. - ¿Estás enfadada?
NINA. - No, te lo agradezco.