Aquí, entre nosotras, encontrarás bellezas sin cuento.
Dulces palabras y canciones.
Obedece a mi invitación misteriosa.
¡Ven aquí, joven viajero!
Al rayar el alba te llenaremos,
para despedirte, una gran copa de vino.
Acude a mi llamamiento misterioso.
¡Ven aquí, joven viajero!
Cae sobre el campo la bruma nocturna.
Las olas despiden un viento frío.
¡Es tarde ya, joven viajero!
¡Ven aquí a refugiarte en nuestro alegre castillo!
La doncella canta y parece llamarle. Y el valeroso khan se encuentra ya frente a los muros. Ábrense las puertas y se ve al punto rodeado de hermosas doncellas, que le reciben con dulces palabras. Las miradas de sus hermosos ojos no se apartan de él. Dos de ellas se llevan el caballo.
El joven khan entra en el castillo, donde le sigue el grupo de las hermosas solitarias. Una de ellas le quita el casco adornado con plumas, otra la coraza, la tercera la espada, y la cuarta su adarga polvorienta. Y para substituir estos atributos guerreros le visten con ligeros ropajes, propios para el descanso.
Pero antes lo llevan a un soberbio estanque. Llénanse de agua tibia los cubos de plata y saltan los fríos surtidores; el khan se acuesta sobre una mullida alfombra y lo envuelven transparentes nubes de vapor. En torno a él, formando un animado grupo, se colocan las hermosas muchachas y, mostrando una atención silenciosa, bajan su mirada llena de dulzura. Una de ellas le abanica con ramas tiernas de abedul, que despiden un cálido aroma; otra refresca sus miembros fatigados con esencia de rosas primaverales, y hunde sus negros cabellos en líquidos perfumes.
El guerrero, embelesado, olvida los encantos de Liudmila, tan poco ha raptada.
Abandona finalmente el estanque. Ratmir, vestido de rico terciopelo y rodeado de encantadoras muchachas, se sienta a la mesa y da comienzo un gran festín.
*
Pero, amigos míos, dejemos al joven Ratmir. Debemos ocuparnos de Ruslán, guerrero incomparable, temple de héroe y amante fiel.
Fatigado por la dura lucha, duerme junto a la Cabeza gigante.
Mas el alba ilumina el horizonte. Todo se aclara; el rayo juguetón de la mañana dora la velluda frente de la Cabeza. Ruslán se levanta y el caballo vuela ya, veloz como la flecha, montado por el guerrero.
Pero también vuelan los días. Los trigales amarillean. Los árboles pierden sus hojas marchitas. Por el bosque sopla un viento otoñal, amortiguando con su silbido el canto de las aves. Una opaca y densa niebla envuelve las montañas peladas.
Comienza el invierno. Ruslán prosigue valientemente su camino siempre hacia el norte. Y cada día surgen nuevos obstáculos: aquí lucha con un guerrero, allá con un gigante; tropieza después con una bruja o se encuentra con unas ondinas que, balanceándose en las ramas, llaman silenciosamente con la mano al joven guerrero...
Pero, protegido por una fuerza misteriosa, el guerrero sale siempre adelante. Dominado siempre por un deseo único, de nada hace caso para pensar nuevamente en Liudmila.
*
¿Qué hace, mientras tanto, mi princesa, mi hermosa Liudmila, protegida contra toda agresión del hechicero por su mágico gorro? Se pasea sola por los jardines, siempre callada y triste. Piensa en su amado y suspira. O, dando rienda suelta a su imaginación, recuerda, olvidándose de todo, los campos natales de Kiev y se ve abrazando a su padre y a sus hermanos. Recuerda a sus amigas y a sus viejas damas, y así olvida por unos instantes su cautiverio y su separación. Pero al volver a la realidad y sentirse abandonada, vuelve a entristecerse.
Entre tanto los siervos del mago buscan día y noche por los jardines, sin darse reposo, a la hermosa cautiva. Por todas partes la llaman y la buscan, mas todo es en vano: Liudmila se burla de ellos.
Ahora, por ejemplo, paseando por los parques y por los jardines encantados, se quita el gorro y grita:
—¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí!
Todos se precipitan hacia el lugar, pero vuelve a su estado invisible y, alejándose silenciosamente, esquiva sus manos ávidas.
En todas partes y a todas horas encuentran huellas suyas: acá desaparecen de las ramas algunos frutos dorados; acullá caen gotas de agua, sobre el prado que ella acaba de pisar; y así saben todos en el castillo lo que come y bebe la princesa.
Buscando un corto sueño, pasa las noches sentada en las ramas de un cedro o de un abedul; pero no puede dormir, llamando siempre a su esposo y llorando, sin conseguir descansar. Bostezando de sueño se martiriza pensando en lo triste de su situación, y sólo al despuntar el día apoya la cabeza en el tronco y se queda dormida por un breve momento. Luego, apenas ha salido el sol, Liudmila se dirige a una cascada para refrescarse, lavándose con agua fría. Hasta el propio enano vio, cierta vez, cómo las aguas eran agitadas por una mano invisible.
Así vaga, pues, por los jardines hasta entrada la noche, y con frecuencia se oye al atardecer el agradable sonido de su voz. A veces se encuentran también una corona de flores, un pedazo de su chal o un pañuelo bañado en lágrimas, perdido por ella en el bosque.
*
La pobre princesa se aburría sentada tranquilamente a la ventana en la frescura de un pabellón de mármol; y a través de las ramas, movidas por la brisa, contemplaba el campo cubierto de flores. Oye de pronto que alguien la llama: "¡Querida amiga!" Y al momento ve ante ella a Ruslán. No hay duda: es aquel su rostro, es su cuerpo, y su manera de andar. Pero está pálido, tiene la mirada turbia y lleva una herida reciente en el costado.
La prisionera corre hacia su marido y llorando y temblando, le dice:
—¡Tú aquí! ¿Estás herido?... ¿Qué tienes?
Ya está junto a él... ya le abraza...
Mas ¡horror!: la visión desaparece. La princesa ha caído en la red. Su gorro cae al suelo y, aterrada, oye un grito amenazador: