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—¡Ya eres mía!

Y comparece el hechicero ante sus ojos. La muchacha deja escapar un gemido, cae desvanecida y un mágico sueño la cubre con sus alas.

¡Chist!... Se oye de pronto el son de un cuerno y una voz llama al enano. Sorprendido y turbado, el pobre hechicero cubre con el gorro la cabeza de la doncella. El cuerno se oye más cercano y Chernomor se precipita al nuevo encuentro, echándose la barba a los hombros.

CANTO QUINTO

¿Quién ha hecho sonar el cuerno? ¿Quién ha retado al hechicero a un combate implacable? ¿Quién ha atemorizado al malhechor?

Ha sido Ruslán. Impaciente en su deseo de venganza, ha llegado a la morada del enano.

Ya está el guerrero al pie de la montaña y su cuerno retador suena como la tempestad, mientras su caballo se impacienta y golpea la nieve con sus cascos poderosos. El príncipe espera al enano. De pronto queda sorprendido por un ruido semejante a un trueno. Ruslán levanta su mirada indecisa y ve que por encima de su cabeza vuela el enano Chernomor, amenazándole con una enorme maza. Ruslán se cubre con su adarga, se inclina y, blandiendo la espada, se prepara para asestar el golpe. Pero el otro se levanta hasta las nubes y desaparece por un instante, para precipitarse de nuevo sobre el príncipe. El guerrero se aparta ágilmente y el brujo se precipita contra el suelo, hundiéndose en la nieve; y allí se queda sentado sin poder moverse. Entonces Ruslán salta silenciosamente del caballo, se aproxima a él y lo agarra por la barba. El hechicero gime, hace un terrible esfuerzo y de pronto se levanta y vuela con Ruslán...

El veloz corcel los mira. Ya está el hechicero en las nubes con el guerrero suspendido de su barba. Ambos vuelan sobre los sombríos bosques, vuelan por encima del mar, Ruslán, entorpecido, se aferra a la barba del malhechor. Mientras tanto, sintiendo que pierde sus fuerzas, pero sin dejar de volar, el hechicero, asombrado ante la fuerza del ruso, dice pérfidamente al arrogante mancebo:

—¡Escucha, príncipe! No temas ya nada de mí; respetaré tu juventud y tu valor. Todo lo olvidaré, te perdonaré y te dejaré en tierra, pero con una condición...

—¡Cállate, astuto hechicero! —le interrumpe nuestro mancebo—. ¡Ruslán no pacta con Chernomor, con el torturador de su esposa! ¡Esta espada mía castigará al raptor; y aunque sigas volando hasta que surja la estrella de la noche, te quedarás sin barba!

El miedo se apodera de Chernomor. Pero, impotente en su furia, y cansado ya, sacude con violencia su luenga barba. Ruslán no la suelta de las manos y aún de vez en cuando arranca de ella algunos pelos.

Durante dos días vuela así el hechicero con nuestro héroe; pero al tercero le implora gracia:

—¡Guerrero! ¡Ten piedad de mí! ¡Casi no respiro! ¡Ya no puedo más! ¡Déjame con vida, estoy a tu merced! ¡Basta que lo ordenes y bajaré adonde quieras!...

—¡Por fin te tengo! ¡Ríndete ante la fuerza de un ruso! ¡Llévame ante mi Liudmila!

Chernomor le escucha humildemente y, con la carga del guerrero, se dirige a su morada. Vuela, y en un momento desciende entre sus tristes bosques. Entonces Ruslán empuña la espada, y sin dejar de agarrar la barba con la otra mano, la corta como si fuera un manojo de hierbas y la separa de la cabeza.

—¡Ahora ya sabes quién soy! —le dice con crueldad—. Dime, animal feroz, ¿dónde están ahora tu belleza y tu fuerza?

Y ata la barba a su alto casco. Llama luego a su fiel caballo, que corre hacia él relinchando. Nuestro guerrero mete en el saco que lleva atado a la silla al enano, más muerto que vivo, y sin perder momento asciende por la abrupta montaña y corre con júbilo hacia el castillo encantado.

Los sirvientes negros y las tímidas esclavas, al divisar desde lejos el casco adornado de cabellos, demostración segura de la victoria del guerrero, corren a esconderse en abigarrada confusión y desaparecen cual fantasmas. El héroe se pasea solo por las soberbias habitaciones llamando a su amada. Pero sólo le contesta el eco de las bóvedas silenciosas.

Preocupado e impaciente, Ruslán abre la puerta del jardín. Camina, busca por todas partes y no la encuentra. Preocupado, mira en torno suyo: todo parece muerto. Los bosques están silenciosos, vacíos los pabellones; ni en los desfiladeros, ni en los valles encuentra huellas siquiera de Liudmila. Nada oye.

El príncipe se estremece. Parécele como si se apagara la luz del día; le asaltan las ideas más sombrías... ¡Quizás la desaparición... el cautiverio!... ¡Quién sabe si en cierto momento aquellas aguas!...

Así permanece nuestro guerrero, cabizbajo y sumido en sombrías reflexiones. Se siente presa de un temor indefinido. Se para como petrificado, con la mente ofuscada, y por su sangre corre el fuego del veneno de un amor desesperado.

Mas de pronto parécele como si le besara la sombra de su amada princesa... Y el guerrero vuelve de nuevo a recorrer los jardines. Desesperado, vuelve a llamar a Liudmila, arranca peñas, todo lo destruye; con la espada hace trizas los pabellones; bajo sus golpes caen árboles y bosques, y los puentes desaparecen sumergidos en las olas; la estepa parece un desierto; golpes y crujidos se oyen a gran distancia.

Por todas partes se oye el ruido de la espada. El maravilloso dominio queda devastado. El guerrero busca, enloquecido, a sus víctimas, y hace girar el arma a derecha y a izquierda, cortando el aire... Y he aquí que de pronto un inesperado golpe de la espada hace caer el último obsequio de Chernomor a la princesa.

Desaparece en el acto la fuerza del encantamiento. Liudmila aparece presa en la red.

No dando fe a sus propios ojos y ebrio de una dicha tan inesperada, nuestro guerrero cae a los pies de su fiel e inolvidable compañera, le besa las manos, rompe las redes y llora de emoción. Vuelve a llamarla. Pero la princesa duerme. Sus ojos y sus labios están cerrados y un dulce sueño agita su joven pecho. Ruslán no aparta de ella la mirada. Vuelve a sentirse torturado por la angustia... pero oye de pronto la voz de su bienhechor el finlandés:

—¡Ánimo, príncipe! Prepárate para emprender el regreso con Liudmila. No te preocupe su sueño. Infunde nueva fuerza a tu corazón y mantente fiel a tu amor y a tu honra. El rayo de Dios caerá sobre el maleficio, volverán tiempos de paz y la princesa despertará de su sueño encantado en Kiev, y en presencia de Vladimir.