El héroe se da cuenta de que ya debería haber emprendido la marcha. Cubriendo con un manto a la doncella dormida, Ruslán monta a caballo. El khan le sigue pensativo, con la vista, y con toda el alma le desea fama, victorias, felicidad y amor; pero el recuerdo de los años de su gallarda juventud le llena de tristeza.
*
El indigno buscador de la princesa y anónimo Farlaf, al renunciar a la fama, se había marchado a un lugar desierto y también tranquilo, en el que no dejaba de aguardar a Naína. Por fin llegó la hora solemne.
La bruja se presentó ante él y le dijo: —¿Me reconoces? ¡Pues ensilla el caballo y sigúeme!
Y dicho esto, la bruja se transformó en una gata. El caballo estaba ensillado ya. La hechicera se puso en camino y empezó a atravesar los lúgubres senderos de los bosques seguida por Farlaf.
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El tranquilo valle estaba sumido en un sueño profundo y envuelto en la niebla nocturna. La luna corría de una nube a otra, iluminando una colina, al pie de la cual estaba sentado Ruslán, silencioso y sumido en su eterna melancolía. Junto a él yacía la princesa, que continuaba dormida.
Ruslán se hallaba abstraído en una profunda meditación; unas tras otras acudían las ideas a su mente; pero todas se referían al sueño aquél, que le abanicaba con sus frías alas. Por último, miró desesperadamente a la joven muchacha y, fatigado, dejóse caer a sus pies y se durmió a su vez.
Y tuvo un sueño.
Ve a la princesa junto a un precipicio, pálida e inmóvil... Un momento después desaparece, y se queda solo. Desde el fondo del precipicio llega la débil y conocida voz de su esposa, que le llama; Ruslán se lanza hacia ella y rueda en las tinieblas... Encuéntrase de pronto en los aposentos de Vladimir, rodeado de viejos guerreros —sus doce hijos —y de una multitud de invitados. Todos están sentados a la mesa, reunidos en consejo de guerra. El viejo príncipe parece tan furioso como el desdichado día de la separación. Todos permanecen inmóviles, sin atreverse a turbar el silencio. No se oyen risas, como antes, y la gran copa no gira como antaño. Entre los invitados está también Rogday, el guerrero que cayó muerto en la lucha; pero ahora lo ve sentado como si estuviera vivo; Rogday bebe en su vaso espumeante, está contento y parece no reconocer al sorprendido Ruslán. El príncipe ve también al joven khan y a algunos otros de sus amigos y enemigos. Entretanto, suenan las notas fugaces del salterio y se oye la voz del adivino, cantor de héroes y de memorables hazañas. En el aposento entra Farlaf, trayendo de la mano a Liudmila. Pero el viejo príncipe, aunque lo ve, no se mueve y permanece callado y cabizbajo. También enmudecen los demás príncipes y boyardos, como ocultando sus pensamientos.
Y, de súbito, desaparece todo. El príncipe se estremece, siente un frío mortal en el corazón, y vierte, dormido, abundantes lágrimas.
—¡No debe ser más que un sueño! —murmura confusamente. Pero a pesar de todo no puede escapar a un funesto presentimiento.
La luna ilumina apenas la montaña; los bosques están envueltos aún en tinieblas; y la llanura permanece silenciosa... El traidor se acerca cabalgando. Entra en el valle, divisa la colina y ve a Ruslán dormido a los pies de Liudmila y al caballo del guerrero, paciendo no lejos de allí.
Farlaf los contempla con temor; la bruja ha desaparecido en las sombras. Se pone a temblar, su corazón parece cesar de latir, deja caer de sus frías manos las bridas de su corcel...
Luego desenvaina la espada con cuidado y se dispone a partir en dos al guerrero, de un solo golpe y sin que entre los dos haya habido lucha.
Ya se acerca...
El caballo de Ruslán, adivinando en Farlaf a un enemigo, se pone a relinchar y a golpear la tierra. Mas todo es en vano: Ruslán no despierta; su pesadilla le tiene aletargado. El traidor, animado por la bruja, hunde tres veces con su miserable mano la fría hoja en el pecho del héroe...
Poco después huye tembloroso con su valiosa presa.
*
Durante toda la noche la sangre de Ruslán corrió al pie de la colina. Volaban las horas. La sangre corría como un río de sus heridas inflamadas. Al rayar el día abrió sus ojos oscurecidos y, gimiendo débilmente, intentó levantarse. Miró en torno suyo y cayó inmóvil, sin vida...
CANTO SEXTO
¿Dónde estábamos? ¿Y Ruslán?
Yace muerto en el campo. La sangre no corre ya. Vuela por encima de él un cuervo rapaz. Pero no suena el cuerno ni se mueve el casco ni la coraza.
En torno a Ruslán se pasea su caballo con la cabeza inclinada y los ojos apagados; ya no se agitan sus doradas crines, no juguetea ya ni corre: sólo espera que se levante su dueño. Pero el frío sueño del príncipe es muy profundo, y mucho tiempo pasará antes de que pueda manejar la adarga.
¿Y Chernomor? ¿Qué hace? Pues, olvidado por la bruja, continúa en el saco, atado a la silla y sin darse cuenta aún de lo ocurrido. Cansado, con ganas de dormir, aburrido y exasperado, maldice a la princesa y al guerrero.
Pero como pasa el tiempo y nada oye, decídese a echar una mirada en torno suyo.
Y ¡cosa sorprendente! Ve al guerrero muerto, en medio de un charco de sangre. Y observa también que Liudmila ha desaparecido y que el campo está desierto. El malhechor empieza a temblar de alegría y se dice:
—¡Ya está! ¡Soy libre!
Pero el viejo enano se equivoca.
*
Mientras tanto, Farlaf, siguiendo el consejo de Naína, se dirige a Kiev con Liudmila dormida. Temeroso y esperanzado, vuela galopando.
Ya se divisan los olas del Dniéper, que corren ruidosamente a través de los trigales; ya se distingue la ciudad de cúpulas doradas...