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– ¿De veras se para la muerte a ver bailar al guerrero?

– Un guerrero no es más que un hombre. Un hombre humilde. No puede cambiar los designios de su muerte. Pero su espíritu impecable, que ha juntado poder tras penalidades enormes, puede ciertamente detener a su muerte un momento, un momento lo bastante largo para permitirle regocijarse por última vez en el recuerdo de su poder. Podemos decir que ése es un gesto que la muerte tiene con quienes poseen un espíritu impecable.

Experimenté una angustia avasalladora y hablé sólo por aliviarla. Le pregunté si había conocido guerreros que murieron, y en qué forma su última danza había afectado su morir.

– Ya párale -dijo con sequedad-. Morir es algo monumental. Es algo mucho más que estirar la pata y ponerte tieso.

– ¿Bailaré yo también ante mi muerte, don Juan?

– Sin duda. Estás cazando poder personal aunque todavía no vivas como guerrero. Hoy el sol te dio una señal. Lo mejor que produzcas en el trabajo de tu vida se hará al final del día. Por lo visto no te gusta el joven resplandor de la luz temprana. Viajar en la mañana no te llama la atención. Pero tu gusto es el sol poniente, amarillo viejo, y maduro. No te gusta el calor, te gusta el resplandor.

"Y así bailarás ante tu muerte, aquí, en la cima de este cerro, al acabar el día. Y en tu última danza dirás de tu lucha, de las batallas que has ganado y de las que has perdido; dirás de tus alegrías y desconciertos al encontrarte con el poder personal. Tu danza hablará de los secretos y las maravillas que has atesorado. Y tu muerte se sentará aquí a observarte.

"El sol poniente brillará sobre ti sin quemar, como lo hizo hoy. El viento será suave y dulce y tu cerro temblará. Al llegar al final de tu danza mirarás el sol, porque nunca volverás a verlo ni despierto ni soñando, y entonces tu muerte apuntará hacia el sur. Hacia la inmensidad."

XIV. LA MARCHA DE PODER

Sábado, abril 8, 1962

– ¿Es la muerte un personaje, don Juan? -pregunté al tomar asiento en el pórtico.

Hubo un aire de desconcierto en la mirada de don Juan. Estaba sosteniendo una bolsa de provisiones que yo le había traído. La dejó cuidadosamente en el suelo y se sentó frente a mí. Me sentí animado y expliqué que deseaba saber si la muerte era una persona, o semejante a una persona, cuando observaba la última danza de un guerrero.

– ¿Es importante saber esto? -preguntó don Juan.

Le dije que la imagen me resultaba fascinante y deseaba saber cómo llegó a ella. Cómo sabía que así era.

– Es muy sencillo -dijo-. Un hombre de conocimiento sabe que la muerte es el último testigo porque la ve.

– ¿Quiere decir que usted mismo ha presenciado la última danza de un guerrero?

– No. No se puede ser testigo de eso. Sólo la muerte puede. Pero he visto a mi propia muerte observarme, y he bailado ante ella como si me estuviera muriendo. Al final de mi danza, la muerte no apuntó. en ninguna dirección, ni el sitio de mi predilección se estremeció diciéndome adiós. De modo que mi tiempo sobre la tierra no se había acabado todavía, y no morí. Cuando todo eso tuvo lugar, yo tenía poder limitado y no entendía los designios de mi propia muerte; por eso creía estarme muriendo.

– ¿Era su muerte como una persona?

– Ya te estás haciendo el loco otra vez. Piensas que todo lo vas a entender haciendo preguntas. Yo no creo que lo logres, pero ¿quién soy para decir?

"La muerte no es como una persona. Es más bien una presencia. Pero también podría uno decir que no es nada y sin embargo es todo. Uno tendría razón en todos aspectos. La muerte es cualquier cosa que uno desee.

"Yo me siento a gusto con la gente, de modo que la muerte es para mí una persona. También soy dado a los misterios, de modo que la muerte tiene para mí ojos huecos. Puedo mirar a través de ellos. Son como dos ventanas, pero se mueven como ojos. Así puedo decir que la muerte, con sus ojos huecos, mira a un guerrero mientras él baila por última vez en la tierra."

– ¿Pero es, así sólo para usted, don Juan, o es lo mismo para otros guerreros?

– Es lo mismo para cada guerrero que tiene una danza de poder, y sin embargo no lo es. La muerte presencia la última danza del guerrero, pero la manera en que el guerrero ve a su muerte es asunto personal. Puede ser cualquier cosa: un pájaro, una luz, una persona, una mata, una piedrita, un trozo de niebla, o una presencia desconocida.

Esas imágenes de la muerte me inquietaron. No pude hallar palabras adecuadas para dar voz a mis preguntas, y tartamudeé. Don Juan me miró con fijeza, sonriendo, y me animó a hablar.

Le pregunté si la forma en que un guerrero veía a su muerte dependía de cómo lo hubieran educado. Usé como ejemplos a los indios yumas y yaquis. Mi propia idea era que la cultura determinaba el modo en que uno se representaba a la muerte.

– No importa cómo lo hayan criado a uno -dijo él-. Lo que determina el modo en que uno hace cualquier cosa es el poder personal. Un hombre no es más que la suma de su poder personal, y esa suma determina cómo vive y cómo muere.

– ¿Qué es el poder personal?

– El poder personal es un sentimiento -dijo-. Algo como tener suerte. O podríamos llamarlo un estado de ánimo. El poder personal es algo que uno adquiere sin importar su propio origen. Ya te he dicho que un guerrero es un cazador de poder, y que te estoy enseñando a cazarlo y guardarlo. Lo difícil contigo, que es lo difícil con todos nosotros, es que te convenzas. Necesitas creer que el poder personal puede usarse y que es posible guardarlo, pero hasta ahora no te has convencido.

Le dije que se había dado a entender y que yo estaba tan convencido como jamás lo estaría. Rió.

– No hablo de ese tipo de convicción -dijo.

Dio dos o tres puñetazos suaves en mi hombro y añadió con un cacareo:

– No necesito que me sigas la corriente, ya lo sabes

Me sentí obligado a asegurarle que hablaba en serio.

– No lo dudo -dijo-. Pero estar convencido significa que puedes actuar por ti mismo. Todavía te costará una gran cantidad de esfuerzo el hacerlo.

Queda mucho por hacer. Apenas empiezas.

Quedó en silencio un momento. Su rostro adquirió una expresión de placidez.

– Es muy extraño, pero a veces me haces acordar a mí mismo -prosiguió-. Tampoco yo quería seguir el camino del guerrero-. Creía que tanto trabajo era para nada, y puesto que todos vamos a morir, ¿qué importaba el ser guerrero? Me equivocaba. Pero tuve que descubrirlo por mi propia cuenta. Cuando llegues a descubrir que te equivocas, y que ciertamente hay un mundo de diferencia, podrás decir que estás convencido. Y entonces puedes seguir adelante por tu cuenta. Y a lo mejor, por tu cuenta, hasta te haces hombre de conocimiento.

Le pedí explicar qué quería decir con hombre de conocimiento.

– Un hombre de conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias del aprendizaje -dijo-. Un hombre que, sin apurarse ni desfallecer, ha llegado lo más lejos que puede en desentrañar los secretos del poder personal.

Discutió el concepto en términos breves y luego lo desechó como tema de conversación, diciendo que yo sólo debía preocuparme por la idea de almacenar poder personal.

– Eso es incomprensible -protesté-. De veras, no puedo figurarme qué es lo que está usted diciendo.

– Cazar poder es un evento peculiar -dijo-. Primero tiene que ser una idea, luego hay que arreglarlo, paso a paso, y luego ¡pum! Sucede.

– ¿Cómo sucede?

Don Juan se puso en pie. Empezó a estirar los brazos, arqueando la espalda como gato. Sus huesos, como de costumbre, produjeron una serie de sonidos chasqueantes.

– Vámonos -dijo-. Tenemos que hacer un largo viaje.

– Pero tengo tantas cosas que preguntarle -dije.