Yo no quería mirar, porque el resplandor molestaba mis ojos. Dije que me ocurría algo similar a cuando se miraba una calle soleada a través de una ventana y luego se veía el marco de la ventana como una silueta oscura en todas partes.
Don Juan meneó la cabeza de lado a lado y empezó a reír chasqueando la lengua. Me soltó el brazo y tomamos asiento nuevamente bajo el acantilado.
Yo estaba anotando mis impresiones del entorno cuando don Juan, tras largo silencio, habló súbitamente en tono dramático.
– Te he traído aquí para enseñarte una cosa -dijo, e hizo una pausa-. Vas a aprender a no-hacer. Y tienes que hacerlo hablando de ello porque no hay otra forma de que sigas adelante. Pensé que a lo mejor te salía el no-hacer sin que yo tuviera que decir nada. Me equivocaba.
– No sé de qué habla usted, don Juan.
– No importa -dijo-. Voy a hablarte de algo que es muy sencillo pero muy difícil de ejecutar; voy a hablarte de no-hacer, pese al hecho de que no hay manera de hablar de eso, porque el cuerpo es el que lo ejecuta.
Me miró en vistazos y luego dijo que yo debía prestar la máxima atención a lo que iba a decirme.
Cerré mi libreta pero, para mi asombro absoluto, él insistió en que siguiera escribiendo.
– No-hacer es tan difícil y tan poderoso que no debes mencionarlo -prosiguió- hasta que hayas parado el mundo; sólo entonces puedes hablar de ello libremente, si eso es lo que quieres hacer.
Don Juan miró en torno y luego señaló una roca grande.
– Esa roca que está allí es una roca a causa del hacer -dijo.
Nos miramos y él sonrió. Esperé una explicación, pero permaneció silencioso. Finalmente tuve que decir que no había comprendido sus palabras.
– ¡Eso es hacer! -exclamó.
– ¿Cómo dijo?
– Eso también es hacer.
– ¿De qué habla usted, don Juan?
– Hacer es lo que hace esa roca una roca y esa mata una mata. Hacer es lo que te hace ser tú y a mí ser yo.
Le dije que su explicación no explicaba nada. Rió y se rascó las sienes.
– Eso es lo malo de hablar -dijo-. Siempre lleva a confundir las cosas. Si uno se pone a hablar de hacer, siempre termina hablando de algo más. Lo mejor es no decir nada y no más actuar.
"Ahí tienes esa roca, por ejemplo. Mirarla es hacer, pero verla es no-hacer."
Tuve que confesar que sus palabras no tenían sentido para mí.
¡Oh sí, por supuesto que tienen sentido! -exclamó-. Pero tú estás convencido de que no lo tienen porque ése es tu hacer. esa es la forma en que actúas conmigo y con el mundo.
Volvió a señalar la roca.
– Esa roca es una roca por todas las cosas que tú sabes hacerle -dijo-. Yo llamo a eso hacer. Un hombre de conocimiento sabe, por ejemplo, que la roca sólo es un roca a causa de hacer, y si no quiere que la roca, sea una roca lo único, que tiene que hacer es no-hacer. ¿Ves a qué me refiero?
Yo no le entendía en lo absoluto. Riendo, hizo otro intento de explicar.
– El mundo es el mundo porque tú conoces el hacer implicado en hacerlo así -dijo-. Si no conocieras su hacer, el mundo sería distinto.
Me examinó con curiosidad. Dejé de escribir. No quería sino escucharlo. Siguió explicando que sin ese cierto "hacer" no habría nada familiar en el ámbito.
Se agachó a recoger una piedrecilla y la sostuvo ante mis ojos entre el pulgar y el índice de la mano izquierda.
Ésta es una piedra porque tú conoces el hacer que la hace piedra -dijo.
– ¿Qué dice usted? -pregunté con un sentimiento de genuina confusión.
Don Juan sonrió. Parecía estar tratando de ocultar un deleite malicioso.
– No sé por qué te confundes tanto -dijo-. Las palabras son tu predilección. Deberías estar en el cielo.
Me lanzó una mirada misteriosa y alzó las cejas dos o tres veces. Luego volvió a señalar la piedra que sostenía frente a mis ojos.
– Digo que tú haces de esto una piedra porque conoces el hacer necesario para eso -dijo-. Ahora, si quieres parar el mundo, debes parar de hacer.
Pareció darse cuenta de que yo seguía sin entender, y sonrió meneando la cabeza. Luego tomó una rama y señaló el borde desigual de la piedra.
– En el caso de esta piedrita -prosiguió-, lo primero que hace el hacer es encogerla y dejarla de este tamaño. Por eso lo que debe hacerse, lo que hace un guerrero cuando quiere parar el mundo, es agrandar una piedrita, o cualquier otra cosa, por medio del no-hacer.
Se puso de pie y colocó el guijarro en un peñasco y luego me pidió acercarme a examinarlo. Me dijo que mirara los hoyos y las concavidades del guijarro y tratase de percibir sus minucias. Si lograba captar el detalle, dijo, los hoyos y concavidades desaparecerían y yo entendería el significado de "no-hacer".
– Esta pinche piedra te va a volver loco hoy -dijo, Mi rostro debe de haber reflejado desconcierto. Don Juan me miró y soltó la carcajada. Luego fingió enojarse con la piedra y la golpeó dos o tres veces con su sombrero.
Lo insté a clarificar su propósito. Argumenté que, haciendo un esfuerzo, le sería posible explicar cualquier cosa que quisiera.
Me miró con aire ladino y meneó la cabeza como si la situación fuera desesperada.
– Claro que puedo explicar cualquier cosa -dijo, riendo-. ¿Pero podrás tú entenderla?
Su insinuación me sobresaltó.
– Hacer te obliga a separar la piedrita de la piedra grande -continuó-. Si quieres aprender a no-hacer, digamos que debes juntarlas.
Señaló la pequeña sombra que el guijarro arrojaba sobre el peñasco y dijo que no era una sombra sino una goma que adhería a ambos. Luego dio la media vuelta y se alejó, diciendo que más tarde volvería a echarme un vistazo.
Durante largo rato me quedé mirando la piedrecilla. No me era posible enfocar la atención en los diminutos detalles de los agujeros y las concavidades, pero la pequeñísima sombra proyectada sobre el peñasco adquirió un enorme interés. Don Juan tenía razón; era como un pegamento. Se movía y fluía. Tuve la impresión de que algo la exprimía desde el pie del guijarro.
Al volver don Juan, le dije lo que había observado en relación con la sombra.
– Ése es un buen comienzo -repuso-. Un guerrero se entera de muchas cosas fijándose en las sombras.
Luego sugirió que tomase yo el guijarro y lo enterrara en algún sitio.
– ¿Por qué? -pregunté.
– Lo has estado observando mucho rato -dijo-. Ya tiene algo de ti. Un guerrero trata siempre de afectar la fuerza de hacer cambiándola en no-hacer. Hacer sería dejar la piedra por ahí porque no es más que una piedrita. No-hacer sería tratarla como si fuera mucho más que una simple piedra. En este caso, la piedrita se ha empapado de ti durante largo rato y ahora es tú, y por eso no puedes dejarla ahí nada más, sino debes enterrarla. Pero si tuvieras poder personal, no-hacer sería convertir esa piedra en un objeto de poder.
– ¿Puedo hacer eso ahora?
– Tu vida no es lo bastante compacta. Si vieras, sabrías que el peso de tu preocupación ha convertido esa piedra en algo sin ningún chiste, por eso lo mejor es cavar un agujero y enterrarla y dejar que la tierra absorba la pesadez.