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Lamentablemente la muerte no hace nada para mejorar lo que era el que murió y esto es así, más allá de todas las creencias de la elevación del espíritu y la purificación de las almas. Me parece importantísimo poder perdonar al difunto pero no olvidar quién fue en vida. Perdonar en todo caso es cancelar sus deudas, pero no es olvidar que no las pagó.

La idea es seguir luchando y peleando para llegar al lugar de contacto genuino con la imagen real. Al lugar de la aceptación, aunque aceptar la pérdida nos parezca imposible.

CAPÍTULO 7

DUELOS POR MUERTE

Tal como lo hemos dicho los duelos no son el patrimonio exclusivo de la muerte de alguien porque como dijo Rochin: Somos seres imperfectos limitados por lo imposible

Hay un duelo por delante en la vida de todo aquel que sufre una pérdida, que atraviesa un cambio, que deja una realidad para entrar en otra.

En ese capítulo vamos a animarnos a hablar un poco de la dolorosa experiencia de los duelos por la desaparición física de un otro.

La muerte de un ser querido:

La muerte es algo natural, incontrastable e inevitable.

Hemos manifestado permanentemente la inequívoca tenencia a hacer a un lado la muerte, e eliminarla de la vida.

Hemos intentado matarla con el silencio. En el fondo nadie cree en su propia muerte. En el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad. Y cuando muere alguien querido, próximo, sepultamos con él nuestras esperanzas, nuestras demandas, nuestros goces. No nos dejamos consolar y hasta donde podemos nos negamos a sustituir al que perdimos.

SIGMUND FREUD, 1917.

La muerte de un ser querido, cualquiera sea el vínculo, es la experiencia más dolorosa por la que pueda pasar una persona.

Toda la vida, en su conjunto, duele. Nos duele el cuerpo. Nos duele la identidad y el pensamiento. Nos duele la sociedad y nuestra relación con ella. Nos duele el dolor de la familia y los amigos. Nos duele el corazón y el alma.

En esta pérdida como en ninguna otra situación el dolor atraviesa el tiempo.

Duele el pasado, duele el presente y especialmente duele el futuro.

Esta experiencia tan dramática es parte inevitable de la vida adulta y la probabilidad de pasar por ella aumenta a medida que pasa el tiempo. El riesgo de vivir un duelo por alguien querido crece con mi propio envejecer y con mi propio riesgo vital.

Frente al dolor de la ausencia parecería que sólo el regreso del ser amado podría significar "el verdadero consuelo".

Sin embargo, se tiende a subestimar la experiencia dolorosa y discapacitante del duelo. Un individuo sano y normal está forzado según el prejuicio popular a superar una pérdida con rapidez y sin ayuda de ningún tipo.

La muerte de un miembro de la familia (padre, madre, abuelos) por ejemplo, no sólo afecta a cada integrante individualmente sino que afecta al grupo como un todo, lo cual agrava la situación porque es paradójicamente en la familia misma donde naturalmente deberíamos encontrar el mejor apoyo y la más útil ayuda. Una situación especial la plantea la muerte de un hijo, que es un tema del cual hablaremos más adelante, al final de

este capítulo.

La familia debe hacer lo necesario para permanecer más unida en estas situaciones y compartir su dolor con valentía y extremo respeto por los estilos individuales. La situación es demasiado dolorosa como para que cada uno tenga que recuperarse solo o fuera de su hogar.

Entre los que estudian el proceso del duelo no hay ninguna duda de que las herramientas más útiles en estos momentos son un abrazo cariñoso, la posibilidad de compartir nuestra historia, el llanto acompañado, el hombro firme dispuesto a recibir nuestra cabeza cansada y el oído amoroso atento a nuestra necesidad de hablar. Nadie mejor que nuestra familia para atender estas demandas.

En estos casos los peores días el año suelen ser las fiestas. La "reacción de aniversario" sucede porque dentro de la familia estos eventos evocan demasiados recuerdos de aquellos momentos llenos de alegría e inundados de la presencia de los ausentes y estas imágenes contrastan ahora con la tristeza del duelo compartido.

Cada fin de año, por ejemplo, con su tradicional balance de lo hecho, suele complicar aun más la situación dolorosa de la pérdida.

Las diferencias

Uno de los aspectos más sorprendentes que aparecen frente a una muerte es el darse cuenta de que no todos manifestamos nuestro dolor de la misma forma:

¿Por qué siento que no puedo soportar este dolor si mi amiga que también perdió a su esposo no se ve o no se siente tan mal?

¿Por qué me siento desfallecer y mi hermano no?

Las reacciones varían no sólo entre diferentes personas (aun miembros de una misma familia) sino también en uno mismo, según la edad y las circunstancias en las que se encuentra cuando sucede la pérdida.

Las circunstancias de la muerte y las que rodean a las personas que sufren la pérdida son los dos factores predictivos de la intensidad del duelo tanto en relación a su duración, como a la intensidad de la respuesta dolorosa. Varios factores o fenómenos han sido identificados como elementos de ayuda o de riesgo para el duelo. Genéricamente cuando más rápida, imprevista y traumática sea la muerte, y cuanto más afecte esa pérdida a la vida diaria del sujeto, mucho mayor será el impacto emocional. Hay diez factores que intervienen a la hora del duelo.

El grado de presencia o ausencia de ellos puede hacer que el proceso de elaboración sea más fácil o más difícil.

1. Calidad de la relación con la persona (íntima o distante.Asuntos inconclusos)

2. Forma de la muerte (por enfermedad o accidente, súbita o previsible).

3. Personalidad de unos (temperamento, historia, conflictos personales)

4. Participación en el cuidado del ser querido antes de fallecer

5. Disponibilidad o no de apoyo social y familiar.

6. Problemas concomitantes (dificultades económicas, enfermedades)

7. Pautas culturales del entorno (aceptación o no del proceso de duelo)

8. Edades extremas en el que pena (muy viejo o muy joven)

9. Pérdidas múltiples o acumuladas (perder varios seres queridos al mismo tiempo.

10. Posibilidad de pedir y obtener ayuda profesional o grupal.

Un matiz adicional que suele dificultar la elaboración y superación del duelo es la muerte por suicidio.

Por más que lo intentás, nunca conseguís entender las razones que lo llevaron a tu ser querido a quitarse la vida. El suicidio deja siempre detrás de sí muchas preguntas.

Es natural sentir mucha rabia y enfado hacia la persona que se suicidó. Si cuando se muere te enojás con el difunto aunque haya muerto en un accidente, cuánto más te enojarás cuando él o ella decidieron morirse.

Creo que si el suicida supiera el daño que produce en la familia cercana, sobre todo en los hijos cuando los hay, no se suicidaría Si de verdad uno supiera lo que los hijos irremediablemente piensan cuando su padre o madre se suicida:

"Ni siquiera por mí. ni siquiera yo era una buena razón. Ni siquiera pensó en mí".

Y esto es muy doloroso para sustentar después la propia autoestima.

Me parece que esto confirma que el que se suicida no puede pensar con cordura en ese momento.

De alguna manera su capacidad de deducción está suspendida y esto no le permite razonar adecuadamente.

La sensación de culpa también es algo perfectamente normal después de una muerte de esas características. Recordá que no pudiste elegir por él o por ella y que la decisión del suicidio fue enteramente suya. Aceptá también que, a pesar de lo que hubieras podido decirle, tus palabras difícilmente habrían sido suficientes para cambiar su decisión.